absoluto del palazzo. Ni crujidos de madera, ni pasos, ni murmullos de sirvientes. Era como si el castello estuviera esperando a que pronunciara su nombre en voz alta. No le daria su nombre a este horrendo palazzo, una entidad viva que respiraba maldad. Le cedieron las piernas y se sento abruptamente sobre los azulejos de marmol, cerca de las lagrimas, dominada por un oscuro temor que era una piedra en su corazon.

– Oh, signorina, debe estar tan cansada. – la Signora Sincini inmediatamente enrosco un brazo alrededor de la cintura de Isabella. – Permitame ayudarla. Puedo llamar a un criado para que la lleve si es necesario.

Isabella sacudio la cabeza rapidamente. Temblaba de frio y debilidad por el hambre y el terrible viaje, pero la verdad era que habia sido la inquietante sensacion de una presencia maligna observandola la que la habia llenado de miedo, lo que en realidad causaba que le temblaran las piernas y se colapsaran bajo ella. La sensacion era fuerte. Cuidadosamente miro alrededor, intentando mostrarse serena cuando todo lo que deseaba hacer era correr.

Sin advertencia, desde algun lugar cercano, un rugido lleno el silencio. Fue respondido por un segundo, despues un tercero. El horrento ruido surgio de todas direcciones, cerca y lejos. Durante un terrible momento el sonido se entremezclo y las rodeo, sacudiendo el mismo suelo bajo sus pies. Los rugidos reverberaron atravesando el palazzo, llenando los espacios abovedados y cada distante esquina. Una extrana serie de grunidos los siguieron. Isabella, de pie con la Signora Sincini, sintio que la anciana se tensaba. Casi podia oir el corazon de la criada aporreando ruidosamente a tono con el suyo propio.

– Vamos, signorina, debemos ir a su habitacion. – La criada puso una mano temblorosa sobre el brazo de Isabella para guiarla.

– ?Que fue eso? – Los ojos oscuros de Isabella buscaron la cara de la mujer mayor. Vio miedo alli, un temor que se dejaba traslucir por la boca temblorosa de la mujer.

La mujer intento encogerse de hombros casualmente.

– El Amo tiene animales de compania. No debe salir de su habitacion de noche. La encerrare por su propia seguridad.

Isabella pudo sentir que el miedo manaba en su interior, agudo y fuerte, pero se obligo a respirar a traves de el. Era una Vernaducci. No cederia al panico. No huiria. Habia venido aqui con un proposito, arriesgandolo todo para llegar hasta aqui, para ver al esquivo don. Y habia logrado aquello en lo que todos los demas habian fracasado. Uno a uno los hombres a los que habia enviado habian vuelto para decirle que les habia sido imposible continuar.

Otros habia vuelto bocabajo sobre la grupa de un caballo, con horrorosas heridas como las que un animal salvaje hubiera infringido. Otros ni siquiera habian vuelto. Una y otra vez sus preguntas habian tropezado con silenciosas sacudidas de cabeza y signos de la cruz. Habia perseverado porque no tenian otra eleccion. Ahora habia encontrado la guarida, y habia entrado. No podia irse ahora, no podia permitir que el miedo la derrotara en el ultimo momento. Tenia que tener exito. No podia fallarle a su hermano, su vida estaba en juego.

– Debo hablar con el esta noche. El tiempo apremia. Me llevo mas de lo que esperaba alcanzar este lugar. Realmente, debo verle, y si no me marcho pronto, el paso estara cerrado, y no sere capaz de salir. Tengo que marcharme inmediatamente. – Isabella lo explico con su voz mas autoritaria.

– Signorina, debe entenderlo. Ahora no es seguro. La oscuridad ha caido. Nada es seguro fuera de estos muros.

La expresion de compasion en los ojos descoloridos de la mujer solo incremento el terror de Isabella.

La criada sabia cosas que no decia y obviamente temia por la seguridad de Isabella.

– No se puede hacer nada excepto ponerla comoda. Esta temblando de frio. El fuego esta encendido en su habitacion, un bano de agua caliente ha sido preparado, y la cocinera esta enviandole comida. El Amo quiere que este comoda. – Su voz era muy persuasiva.

– ?Mi caballo estara a salvo? – Sin el animal, Isabella no tenia esperanzas de cubrir las muchas millas que habia entre el palazzo y la civilizacion. Los rugidos que habia oido no habian sido de lobos, pero lo que fuera que habia producido el ruido sonaba atroz, hambriento e indudablemente tenia dientes muy afilados. El hermano de Isabella le habia regalado la yegua en su decimo cumpleanos. La idea de que el caballo fuera comido por bestias salvajes era horrenda. – Deberia comprobarlo.

Sarina sacudio la cabeza.

– No, signorina, debe quedarse en la habitacion. Si el Amo dice que debe hacerlo, no puede desobedecer. Es por su propia seguridad. – Esta vez habia una clara nota de suavidad en su voz. – Betto cuidara de su caballo.

Isabella alzo la barbilla desafiante, pero presintio que el silencio le serviria mejor que las palabras airadas. Amo. Ella no tenia ningun amo, y no tenia intencion de tenerlo nunca. La idea era casi tan aborrecible como la lobrega sensacion que envolvia el palazzo. Enterrandose mas en su capa, siguio a la mujer a traves de un laberinto de amplios vestibulos y subiendo una sinuosa escalera de marmol, donde una multitud de retratos la miraron. Podia sentir el extrano peso de sus ojos observandola, siguiendo su progreso mientras se abria paso a traves de los recodos y vueltas de palazzo. La estructura era hermosa, mas que cualquier otra que hubiera visto nunca, pero era un tipo de belleza que la dejaba fria.

Donde quiera que mirara veia estatuas de enormes felinos con melenas, dientes afilados y ojos feroces. Grandes bestias de pelo enmaranado alrededor de los cuellos y a lo largo del lomo. Alguna tenia enormes alas extendidas para lazarse hacia ellas desde el cielo. Pequenos iconos y enormes esculturas de criaturas estaban esparcidas por las salas. En un nicho en una de las paredes habia un santuario con docena de velas ardiendo ante un leon de aspecto feroz.

Una idea repentina la hizo estremecer. Esos rugidos que habia oido podian haber sido leones. Nunca habia visto un leon, pero estaba segura de que habia oido a las legendarias bestias que tenian la reputacion de haber desgarrado a incontables cristianos en pedazos para entretenimiento de los romanos. ?Adoraba la gente de este lugar a la terrible bestia? ?El diablo? Las cosas que susurraban sobre este hombre. Subrepticiamente hizo el signo de la cruz para protegerse del mal que emanaba de las mismas paredes.

Sarina se detuvo junto a una puerta y la empujo para abrirla, retrocediendo para ceder el paso a Isabella. Recorriendo con la mirada a la criada casi para tranquilizarse, cruzo el umbral entrando en el dormitorio. La habitacion era grande, el fuego rugia con la calidez de llamas rojas y naranjas. Estaba tan cansada y exhausta que lo mas que ofrecio fue un murmullo de apreciacion por la belleza de la larga fila de vidrieras y los muebles labrados. Incluso la enorme cama y la gruesa colcha solo penetro hasta el borde de su consciencia. Habia agotado la ultima onza de coraje y fuerza para llegar a este lugar, para ver al evasivo Don Nicolai DeMarco.

– ?Esta segura de que no me vera esta noche? – Pregunto Isabella. – Por favor, si solo le hiciera conocer la urgencia de mi visita, estoy segura de que cambiaria de opinion. ?Lo intentaria? – Se quito los guantes de piel y los tiro sobre el ornamentado vestidor.

– Precisamente por su llegada a este lugar prohibido, el Amo sabe que su busqueda es de gran importancia para usted. Debe entenderlo, para el no tiene importancia. Tiene sus propios problemas con los que tratar. – La voz de Sarina era gentil, incluso amable. Empezo a salir del dormitorio pero se volvio. Miro a su alrededor a la habitacion, fuera hacia el vestibulo, y despues de vuelta a Isabella.

– Es usted muy joven. ?Nadie la ha advertido acerca de este lugar? ?No le dijeron que permaneciera lejos? – Su voz sostenia un tono de regano, gentil pero una reprimenda al mismo tiempo. – ?Donde estan sus padres, piccola?

Isabella cruzo la habitacion, manteniendo la cara oculta, temiendo que la nota simpatica en la voz de la mujer fuera su perdicion. Deseo enroscarse en una patetica bola y llorar por la perdida de su familia, por la terrible carga que habia caido sobre sus hombros. En vez de eso, se aferro a uno de los postes hermosamente labrados de la gigantesca cama hasta que sus nudillos se quedaron blancos.

– Mis padres murieron hace largo tiempo, signora. – Su voz fue firme, sin emocion, pero la mano que aferraba el poste se apreto incluso mas. – Tengo que hablar con el. Por favor, si pudiera llevarle una palabra, es muy urgente, y tengo poco tiempo.

La criada volvio a entrar en la habitacion, cerrando firmemente la puestra tras ella. Al momento, el aceitoso

Вы читаете La Guarida Del Leon
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×