el retrato del hombre hubiera sido convertido en la escultura de un leon. Casi podia ver al humano tras la espantosa mascara.

– Debe entrar -animo Sarina.

Isabella continuo mirando fijamente la escultura, apenas oyendo a la mujer mayor. Extendio la mano y toco el feroz morro con la yema de un dedo gentil, casi acariciandolo, algo dentro de ella respondia a la mirada de esos ojos.

– Signorina, sujete la manilla y entre -la urgio Sarina con un suave siseo.

El corazon de Isabella empezo a palpitar cuando miro con horror el pomo de la puerta… otra rugiente cabeza de leon. Tenia miedo, ahora que ya estaba aqui, de que el don la rechazase y no tuviera ningun otro sitio adonde ir.

– Venga conmigo -susurro suavemente al ama de llaves, una suplica que le costo gran cantidad de orgullo.

– Debe entrar sola, piccola. -Sarina le palmeo el hombro alentadoramente-. El la espera. Tenga valor. -Empezo a alejarse.

Isabella se extendio hacia ella antes de poder contenerse, aferrando desesperadamente el vestido de la mujer.

– ?Es el como dicen los rumores?

– Es a la vez terrible y amable -respondio Sarina-. Nosotros estamos acostumbrados a sus modales, a su apariencia. Otros no. Para algunos puede ser tambien amable. No es muy paciente, asi que entre rapidamente. Se la ve hermosa, y ha demostrado mucho valor -Extendio la mano pasando a Isabella, agarro el pomo ornamentado, y lo retorcio.

Isabella no tuvo eleccion. Entro en la habitacion lentamente. Su corazon estaba latiendo demasido ruidosamente, temio que el pudiera oirlo. Intento no parecer intimidada o tensa de colera. Necesitaba mostrarse humilde. Repitio eso para si misma varias veces. Tenia que ser humilde, no mostrar sus intenciones o dar rienda suelta a su lengua caprichosa. No podia permitirse ser la chica salvaje que rompia cada norma en la casa de su padre, huyendo a las montanas cuando nadie miraba, gastando bromas a su amado hermano a cada paso, ganandose continuamente el ceno desaprovador de su padre mientras este le volvia la espalda desilusionado.

Retuvo firmemente sus recuerdos de su hermano, Lucca. Con frecuencia el la habia ayudado en sus rebeliones, su mejor amigo y confidente apesar de las suplicas de su padre de que actuara como una dama. Sabia que habria estado casada hacia mucho de haber sido por su padre, vendida a algun viejo don para ayudar al esfuerzo de guerra. Lucca no habia querido oir hablar de ello. Varias veces ella se habia vestido de chico y le habia acompanado en sus expediciones de caza. El le habia ensenado a esgrimir espada y estilete, a montar como un hombre, incluso a nadar en las frias aguas de los rios y lagos. Mucho despues de que su padre muriera, su hermano la habia protegido, amado y cuidado de ella. Incluso cuando estaban desesperados por dinero, ni una vez habia pensado en venderla a uno de los muchos pretendientes. Y ella nunca, jamas abandonaria a Lucca en su hora de necesidad.

Isabella alzo la barbilla. Lucca le habia ensenado a tener valor, y no le fallaria ahora en su ultimo y desesperado intento de salvarle. Penetro en el interior oscurecido de la habitacion. Un fuego resplandecia en el hogar, pero no podia competir con los pesados cortinajes que bloqueaban cualquier vestigo de luz de las ventanas. Vio dos sillas de respaldo alto ante el fuego, pero la habitacion era enorme, con techos altos y abovedados y tantas alcovas y arcos que un ejercito podria haberse ocultado en ella. Ni siquiera la llama de la chimenea tenia esperanza de derramar luz en los rincones oscuros.

Por un momento creyo estar sola cuando la pesada puerta se cerro, encerrandola en la habitacion. Entonces le sintio. Sabia que era el. El don. Misterioso. Lejano. Le sentia alli en la oscuridad, el peso de su mirada. Intensa. Calculadora. Ardiente. Temiendo cruzar el amplio espacio del suelo de marmol hasta una de las sillas de respaldo alto, Isabella se extremecio apesar de su determinacion de no mostrar su temor.

Entonces se congelo, permaneciendo perfectamente inmovil, su mirada recorrio las sombras mas profundas, un nicho oscurecido donde diviso la forma de un hombre. Era alto, y sobre su antebrazo se posaba un halcon, un ave de presa de pico curvado y garras que podrian perforar, rasgar y aranar piel delicada. Sus ojos redondos como abalorios estaban intensamente fijos en ella. El pajaro cambio de posicion como si fuera a volar hacia su cara, pero el hombre le hablo suavemente, su voz tan baja que ella no pudo captar las palabras. El acaricio el cuello y la espalda del halcon, y lo calmo, aunque nunca aparto la mirada de Isabella.

No importaba cuan duramente intentara penetrar la oscuridad para ver al hombre con claridad, no podia. Cuando el se giro ligeramente para tocar al pajaro, le parecio que tenia pelo largo, echado hacia atras de su cara y asegurado en la nuca con una tira de cuero, pero aun asi salvaje y despeinado, como una melena alborotada. Pero la capa de oscuridad le ocultaba la mayor parte de el asi que no podia decir que aspecto tenia realmente. Su cara estaba completamente oculta, de forma que no tenia ni idea de su edad o rasgos. Pero mientras continuaba mirando, las llamas de la chimenea parecieron saltar en los ojos de el, y por un momento pudo ver el reflejo brillando a traves de la oscuridad.

Los ojos de el relucian de un rojo feroz, y no eran humanos. El frio la aferro, e Isabella quiso darse la vuelta y huir de la habitacion.

– Usted es Isabella Vernaducci -dijo el desde el oscuro nicho-. Por favor sientese. Sarina ha traido te para tranquilizar sus nervios.

Su voz era bastante agradable, pero sus palabras inmediatamente picaron el orgullo de Isabella.

Se deslizo a traves de la habitacion regiamente, una mujer de estatura, de importancia, manteniendo la cabeza alta.

– No recuerdo tener nervios inestables, Signor DeMarco. Sin embargo, si usted se siente nervioso, me alegrara servirle una taza. Confio en que el te este libre de cualquier hierba que pudiera causar que se sintiera… adormecido -Isabela se sento en una silla de respaldo alto, tomandose su tiempo para arreglar remilgadamente la larga falda sobre sus piernas y tobillos. Se maldijo silenciosamente. Su orgullo podia echar a perder su audiencia duramente ganada con el don. ?Que pasaba con ella que se encrespaba en su compania? ?Que importaba lo que el dijera, lo que pensara de ella? Le dejaria creer que era nerviosa y debil si era eso lo que queria. Mientras se saliera con la suya.

Don DeMarco permitio que el silencio entre ellos se alargara. Podia sentir el peso de su desaprovacion, el peso de su mirada desde las sombras.

Intentando salvar la situacion, Isabella bajo la mirada a sus manos.

– Gracias por las ropas. Tuve muy poca oportunidad en el camino de traer ropa adecuada. La habitacion que me ha ofrecido es hermosa y la cama confortable. No podia haber pedido un cuidado mejor. La Signora Sincini ha cuidado de mi excelentemente.

– Me alegra ver que los vestidos le quedan bien. ?Ha descansado de su viaje?

– Si, grazie -dijo ella timidamente.

– Fue una tonteria por su parte aventurarse al peligro, y si su padre estuviera vivo, estoy seguro de que se ocuparia de que fuera castigada por semejante locura. Me siento inclinado a tomar yo mismo la responsabilidad -La voz de el era suave terciopelo, jugueteando a lo largo de sus terminaciones nerviosas como el roce de yemas de dedos, caldeo su piel, y agradecio el calor del fuego para explicar el rubor que invadio su cara. El la reganaba, pero su voz era casi una caricia fisica, y por alguna razon, Isabella se encontraba extremadamente susceptible a ella.

– Se le advirtio repetidamente que no viniera a este lugar. ?Que clase de mujer es usted que arriesgaria su reputacion, su vida, haciendo semejante viaje?

Los dedos de ella se cerraron en dos apretados punos, y las unas se enterraron profundamente en sus palmas. Tenia la sensacion de que el la estaba observando atentamente desde las sombras, de que sus ojos captaban esa diminuta muestra de rebelion. Subrepticiamente aparto las manos de la vista colocandolas bajo la falda de su vestido.

– Soy una mujer desesperada -admitio ella, intentando sin exito penetrar la oscuridad. El parecia un ser grande y poderoso, no del todo humano. El pajaro de presa posado en su brazo, mirandola con ojos redondos de abalorio, aumentaba su nerviosismo-. Tenia que verle. Implorar por la vida del mio

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