dormir ni comer, o, inopinadamente, le entraban arrebatos de rabia, durante los que corria por la tienda de un lado para otro gritando: «?Hijo mio, hijo mio!» En esos momentos maldecia a los espanoles, profiriendo blasfemias e improperios en todas las lenguas.

En cierta ocasion, tras uno de esos accesos, Baltasar manifesto:

— Mira, hermano, me voy a la carcel. Regalare a los guardianes mis mejores perlas para que me permitan vera Ictiandro. Hablare personalmente con el. El hijo legitimo debe reconocer a su padre. De alguna manera tiene que revelarse mi sangre.

Cristo trato de disuadir al hermano, pero era inutil. Baltasar se mantenia en sus trece.

El indio fue a la penitenciaria. Suplicando a los guardianes — lloraba, se postraba a sus pies, imploraba —, dejo un reguero de perlas desde la entrada, hasta el calabozo de Ictiandro.

En esta reducida celda, escasamente iluminada por una angosta ventana enrejada, el ambiente era pesado y pestilente; los guardianes cambiaban rara vez el agua en el tanque y no se preocupaban de recoger los restos del pescado con que alimentaban al insolito cautivo.

Al pie del muro situado frente a la ventana habia un tanque de hierro…

Baltasar se acerco y miro la oscura superficie del agua que cubria a Ictiandro.

— ?Ictiandro! — le llamo muy quedo —. Ictiandro… — insistio.

En la superficie del agua se produjo un ligero escarceo, pero el joven no se asomo.

Tras esperar un instante, Baltasar alargo la temblorosa mano y la hundio en la tibia agua. La mano tropezo con un hombro.

Ictiandro saco la cabeza, se incorporo hasta aparecer los hombros sobre la superficie y pregunto:

— ?Quien es? ?Que quiere?

Baltasar se hinco de rodillas y, con las manos tendidas, hablo presuroso:

— Ictiandro, tu padre, tu legitimo padre ha venido a verte. Salvador no es tu padre. Salvador es un mal hombre. El fue quien te mutilo… ?Ictiandro! ?Ictiandro! Pero mirame como es debido. ?Sera posible que no reconozcas a tu padre?

El agua se escurria lentamente por los espesos cabellos del joven a su palido rostro y goteaba del menton. Triste y algo asombrado, miraba a aquel viejo indigena.

— Yo no le conozco — repuso el joven.

— Ictiandro — grito Baltasar —, pero mirame bien. — Y el viejo indio agarro, subitamente, la cabeza del joven, la atrajo hacia si y comenzo a cubrirla de besos, llorando a lagrima viva.

Ictiandro, tratando de eludir tan inesperada caricia, agito de tal forma el agua que se derramaba en el piso de baldosa.

Una robusta mano agarro a Baltasar por el cuello, lo levanto en vilo y lo tiro a un rincon. Baltasar cayo al suelo, golpeandose la cabeza contra la pared.

Al abrir los ojos Baltasar vio a Zurita con el puno derecho crispado y blandiendo triunfante un papel en la mano izquierda.

— ?Ves esto? Es la disposicion que me designa tutor de Ictiandro. Vas a tener que buscarte un hijo rico en otro lugar, porque a este me lo llevo yo manana por la manana. ?Entendido?

Todavia en el suelo, Baltasar emitio una especie de rugido sordo y amenazador. Y acto seguido, se puso en pie de un salto, se arrojo sobre su enemigo y lo derribo.

El indio logro arrebatarle a Zurita el documento, lo metio en la boca y siguio golpeando al espanol.

Era una pelea a ultranza.

El carcelero, que se encontraba a la puerta con las llaves en la mano, estimo necesario mantenerse neutral, pues habia sido sobornado por ambos. El guardian solo se inquieto cuando vio que Zurita estaba a punto de torcerle el pescuezo al viejo:

— ?Me lo va a estrangular!

Pero Zurita tan enfurecido estaba que no presto la minima atencion a las advertencias del carcelero, y Baltasar lo habria pasado muy mal de no aparecer en la celda un nuevo personaje.

— ?Magnifico! ?El senor tutor en pleno entrenamiento para ejercer sus derechos! — se oyo la voz de Salvador —. ?Y usted que hace? ?Se le han olvidado sus obligaciones? — le alzo la voz al carcelero, cual si fuera el director de la penitenciaria.

El exabrupto de Salvador surtio efecto. El carcelero fue presto a separar a los peleantes.

Al ruido acudieron otros guardianes y, entre todos, separaron a Baltasar y a Zurita.

Zurita podia considerarse vencedor en la pelea. Pero Salvador hasta vencido era mas fuerte que sus adversarios. Incluso aqui, en esta celda, en calidad de recluso, Salvador seguia dirigiendo los sucesos y a los hombres.

— Llevense de la celda a estos camorristas — ordeno Salvador a los carceleros —. Necesito quedarme a solas con Ictiandro.

Y los guardianes obedecieron. Pese a las protestas y a las injurias de Zurita y Baltasar, se los llevaron. La puerta de la celda se cerro.

Cuando se dejaron de oir en el pasillo las voces que se alejaban, Salvador se acerco al tanque y le dijo a Ictiandro que habia emergido:

— Levantate, Ictiandro. Ven aqui, al medio de la celda. Necesito auscultarte.

El joven obedecio.

— Asi — prosiguio Salvador —, que te de la luz. Respira. Mas profundo. Mas. Corta la respiracion. Bien…

Salvador examino detenidamente el torax de Ictiandro y escucho la intermitente respiracion del joven.

— ?Te sofocas?

— Si, padre — respondio Ictiandro.

— Es producto de tu desobediencia — le repuso Salvador —, no debias haber estado tanto tiempo al aire.

Ictiandro agacho la cabeza pensativo. Luego, como impulsado por un resorte interno, alzo la vista, miro fijamente a los ojos de Salvador, e inquirio:

— Padre, ?pero por que no he de hacerlo, padre? ?Por que todos pueden y yo no?

Para Salvador resistir aquella mirada, llena de tacito reproche, era mas dificil que comparecer ante el tribunal. Pero Salvador la resistio.

— Porque tu puedes lo que nadie en el mundo, lo que ninguna persona puede hacer: vivir bajo el agua… Ictiandro, dime, si se te concediera la posibilidad de optar entre ser como todos y vivir solamente en la tierra, o vivir solo bajo el agua, ?que preferirias?

— No se… — respondio el joven reflexionando.

A el le eran igual de entranables el mundo submarino y la tierra, Lucia. Pero a Lucia la habia perdido para siempre…

— Ahora preferiria el oceano — dijo el joven.

— Esa opcion la has hecho mucho antes, Ictiandro, cuando con tu desobediencia alteraste el equilibrio de tu propio organismo. Ahora solo podras vivir bajo el agua.

— Pero no en esta, padre, tan horrible y sucia. Ahora me atraen enormemente los espacios oceanicos.

Salvador reprimio un suspiro.

— Ictiandro, te aseguro que hare cuanto sea posible para liberarte de esta carcel. ?Animo! — Y, con una alentadora palmada en el hombro, Salvador dejo a Ictiandro y se fue a su celda.

Sentado en un taburete junto a una angosta mesa, Salvador se sumio en sus meditaciones.

Como todo cirujano habia conocido los fracasos. No fueron pocas las vidas que se extinguieron bajo su bisturi, a causa de sus propios errores, antes de que alcanzara la habilidad y la perfeccion actuales. Sin embargo, no sentia remordimiento por aquellas victimas. Perecieron decenas, salvados fueron millares. Estos calculos aritmeticos le dejaban satisfecho.

Pero Ictiandro era algo muy distinto. El se consideraba responsable por la suerte del joven. Ictiandro era su orgullo. Queria al joven como su obra maestra. Se habia encarinado con el y lo queria como a un hijo. Y ahora la enfermedad de Ictiandro y la suerte que pudiera correr en lo sucesivo inquietaban y preocupaban a Salvador.

Alguien llamo a la puerta de la celda.

— ?Adelante! — exclamo Salvador.

— ?No le molestare, senor profesor? — pregunto muy bajito el celador de la carcel.

— En absoluto — respondio Salvador levantandose —. ?Como estan su esposa y el nino?

— Bien, muchas gracias. Los he enviado a casa de la suegra, muy lejos de aqui, a los Andes…

— Si, el aire de montana les favorecera — asintio Salvador.

Pero el celador no se iba. Mirando con recelo hacia la puerta, se acerco al profesor y le dijo confidencialmente:

— Profesor, yo le debo la vida por haber salvado a mi esposa, a la que quiero como…

— No tiene por que agradecerme nada, es mi deber.

— No puedo quedar en deuda con usted — dijo el celador —. Y no solo eso. Soy un hombre con escasa instruccion, pero leo la prensa y se lo que significa el profesor Salvador. No se puede consentir que a un hombre como usted lo tengan en la carcel junto con maleantes y bandoleros.

— Mis amigos cientificos — dijo sonriendo Salvador — creo que han conseguido internarme en un sanatorio como loco.

— El sanatorio de la carcel es lo mismo — le objeto el celador —, incluso peor: en vez de bandoleros le rodearan locos. ?Don Salvador entre locos! ?No, no, eso no puede ser!

Y bajando la voz hasta el susurro, el celador prosiguio:

— Lo he pensado todo. No en vano envie a la familia a la cordillera. Le organizare la fuga a usted y desaparecere. La necesidad me obligo a realizar este trabajo, pero lo odio. A mi no me encontraran, y usted… usted se ira de este maldito pais, en el que mandan curas y mercaderes. Queria decirle otra cosa — continuo tras cierta vacilacion —. Le voy a revelar un secreto de mi servicio, un secreto de Estado…

— Puede no revelarmelo — le interrumpio Salvador.

— Si, pero… es que yo mismo no podre… no podre cumplir la horrible orden que he recibido. Seria un remordimiento de conciencia para toda mi vida. Y si se lo revelo tendre la conciencia tranquila. Usted ha hecho tanto por mi, y ellos… Lo primero que a mis jefes no les debo nada, y, segundo, que me inducen al crimen.

— ?No me diga! — inquirio Salvador asombrado.

— Si, me he enterado de que a Ictiandro no se lo entregaran ni a Baltasar, ni al tutor Zurita, aunque este ultimo ya tiene el documento en el bolsillo. Pero incluso Zurita, pese a sus generosas dadivas, no lo recibira porque… decidieron que Ictiandro debia ser muerto.

Salvador hizo un ligero movimiento.

— ?Ah, si? ?Continue…!

— Si, decidieron matar a Ictiandro; el que mas insistia en ello era el obispo, aunque no pronuncio una sola vez la palabra «matar». Me dieron un veneno, creo que es cianuro potasico. Esta noche debo echarle el veneno al agua del tanque. El medico de la carcel esta sobornado. El establecera que Ictiandro murio a causa de la operacion que usted le practico y lo convirtio en anfibio. Si no cumplo la orden conmigo se portaran de la forma mas cruel. Y yo tengo familia… Despues me mataran a mi y nadie se enterara de lo sucedido. Yo estoy en sus manos por completo. Tengo en mi pasado un

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