– Es muy halagador -dije-, de veras.

– No me rehuyas. Si me rehuyes, rehuyes a todo el mundo. Habla conmigo, ?quieres?

– De acuerdo -conteste.

Lo que pasa es que no puedo hablar.

A punto estuve de borrar el mensaje.

Es tanta la basura que llega con el correo electronico, la propaganda, la avalancha de misivas, que el dedo se va automaticamente a la tecla de suprimir. Lo primero que hago es leer la direccion del remitente. Si es alguna persona conocida o alguien del hospital, estupendo. En caso contrario, pulso la tecla borradora con gran entusiasmo.

Me sente ante mi escritorio y revise el plan de la tarde. Una tarde llena a rebosar, lo que no era ninguna sorpresa para mi. Hice girar la silla, preparando el dedo borrador. Solo un mensaje. El que habia hecho soltar un alarido a Homer hacia un momento. Hice una lectura rapida y mis ojos se detuvieron en las dos primeras letras del asunto.

?Que era aquello…?

La ventana de la pantalla estaba formateada de tal manera que lo unico que podia ver eran aquellas dos letras y la direccion electronica del remitente. La direccion me resultaba desconocida: una serie de numeros@comparama.com.

Entrecerre los ojos y pulse la tecla de avance a la derecha. El contenido del mensaje fue apareciendo caracter por caracter. Tras cada uno iba acelerandose el ritmo de las pulsaciones de mi corazon. Mantuve el dedo en la tecla y espere.

Una vez terminado, cuando habian aparecido todas las letras, volvi a leer el asunto y senti un golpe sordo y profundo en el pecho.

– ?Doctor Beck?

Mi boca se nego a hablar.

– ?Doctor Beck?

– Un minuto, Wanda.

Wanda vacilo. Siguio un momento en el interfono. Despues la oi desconectar.

Yo seguia con la mirada fija en la pantalla.

Para: dbeckmd@nyhosp.com

De: 13943928@comparama.com

Asunto: E.P.+D.B./////////////////////

Veintiuna barras. Ya las habia contado cuatro veces.

Era una broma cruel, morbosa. No podia decir otra cosa. Cerre las manos, que se transformaron en punos, y me pregunte que jodido cabron hijo de puta me habia enviado aquel mensaje. No costaba mucho guardar el anonimato en el correo electronico, se habia convertido en el mejor refugio de los tecnocobardes. Sin embargo, el caso era que muy pocos sabian lo del arbol o lo de nuestro aniversario. Los medios de comunicacion no llegaron a enterarse de esos detalles. Shauna, por supuesto, estaba enterada. Y Linda. Tal vez Elizabeth se lo hubiera contado a sus padres o a su tio. Pero dejando aparte a esas personas…

Asi, pues, ?quien lo habia enviado?

Por supuesto que queria leer el mensaje, pero habia algo que me retenia. La verdad es que pienso en Elizabeth mas de lo que debiera -no quiero enganar a nadie, pero no hablo nunca de ella ni sobre lo que ocurrio. La gente se figura que quiero darmelas de macho o de valiente, que lo hago para no atosigar a mis amigos o para evitar su conmiseracion o cualquier otra tonteria de ese genero. Pero no es eso. Hablar de Elizabeth duele. Y mucho. Hablar de ella me devuelve su ultimo grito. Me devuelve todas las preguntas que han quedado sin respuesta. Me devuelve los «podria haber…» (puedo asegurar que pocas cosas son tan devastadoras como esa frase: «podria haber…»). Devuelven el remordimiento y la sensacion, por irracional que sea, de que un hombre mas fuerte que yo, mejor que yo, podria haberla salvado.

Dicen que se tarda mucho en asimilar una tragedia. Uno se queda anonadado, incapaz de aceptar la espantosa realidad. Una vez mas, eso no es cierto. En todo caso, no lo es para mi. Yo comprendi plenamente todas las consecuencias que presupuso el hallazgo del cadaver de Elizabeth. Comprendi que no volveria a verla nunca mas, que no volveria a tenerla en mis brazos, que ya no podriamos tener hijos ni envejecer juntos. Comprendi que aquel hecho marcaba el final, que no era un aplazamiento, que no habia nada que cambiar o negociar.

Recuerdo que rompi a llorar de inmediato, solloce de forma irreprimible. Estuve sollozando casi una semana entera sin que nada pudiera calmarme. Solloce en el funeral. No dejaba que nadie me tocara, ni Shauna ni Linda. Dormi solo en nuestra cama, enterraba la cabeza en la almohada de Elizabeth tratando de recuperar su olor. Abria sus armarios y apretaba su ropa contra mi rostro. Nada de eso me consolaba. Era algo extrano, y dolia. Pero recuperaba su olor, una parte de su persona, y seguia haciendolo de todos modos.

Amigos bien intencionados -suelen ser los peores- me decian las frases manidas y habituales, asi que me encuentro en buena posicion de aconsejar a la gente que se limite a dar el pesame y basta. Que no me dijesen que era joven. Que no me dijesen que el tiempo lo cura todo. Que no me dijesen que ahora ella estaba en paz. Que no me dijesen que lo que habia ocurrido era la voluntad de Dios. Que no me dijesen que yo habia tenido la suerte de conocer un amor como aquel. Cada uno de esos topicos me mortificaban y por cruel que suene, me hacia mirar al idiota o a la idiota que lo decia y preguntarme por que el o ella seguia respirando mientras mi Elizabeth estaba pudriendose.

Todavia oigo aquella sandez del «mejor haber amado y haber perdido». Otra mentira mas. Creanme si les digo que no es mejor. Que no me ensenen el paraiso para cerrarlo despues. Aquello formaba parte del cuadro. Era la faceta egoista. Lo que mas me heria, lo que me hacia mas dano, era sentir que Elizabeth habia quedado excluida de muchas cosas. No sabria decir cuantas veces he visto o he hecho algo y al momento he pensado que a Elizabeth le habria gustado compartirlo conmigo, y los remordimientos me golpean de nuevo.

La gente me pregunta si estoy arrepentido de algo. Y la respuesta es que si, solo de una cosa. Me arrepiento de las muchas oportunidades que desperdicie de hacer feliz a Elizabeth.

– ?Doctor Beck?

– Un momento, por favor -dije.

Puse la mano en el raton y movi el cursor hasta el icono de lectura. Lo pulse y aparecio el contenido del mensaje:

Para: dbeckmd@nyhosp.com

De: 13943928@comparama.com

Asunto: E.P.+D.B./////////////////////

Mensaje: Haga clic en este hipervinculo, hora del beso, aniversario.

Senti un peso insoportable dentro de mi.

?Hora del beso?

Aquello era una broma, tenia que serlo. No se me dan bien los enigmas. Tampoco sirvo para esperar.

Volvi al raton y desplace la flecha sobre el hipervinculo. Pulse y oi el chirrido primitivo del modem, la invitacion a la llamada de la maquinaria al apareamiento. En la clinica tenemos un sistema anticuado. Tardo bastante en aparecer el navegador de la red. «Hora del beso, ?como saben lo de la hora del beso?», pense mientras esperaba.

Aparecio el navegador. Detectaba error.

Frunci el entrecejo. ?Quien demonios me enviaba aquello? Probe por segunda vez y aparecio de nuevo el mensaje senalando error. Se trataba de un enlace roto.

«?Quien demonios sabia lo de la hora del beso?»

No se lo habia dicho nunca a nadie. Elizabeth y yo no soliamos hablar mucho del asunto, probablemente porque no tenia demasiada importancia. Eramos algo cursis, al estilo Pollyanna, la eterna optimista, y procurabamos guardarnos para nosotros este tipo de cosas. Sera una estupidez, pero la primera vez que nos besamos, hace veintiun anos, tome nota de la hora. Por pura diversion. Al terminar mire la hora en mi reloj Casio y dije:

– Las seis y cuarto.

Y Elizabeth anadio:

– La hora del beso.

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