Volvi a leer el mensaje. Estaba empezando a ponerme nervioso. Aquello era mas que una broma. Una cosa es enviar un mensaje electronico cruel y otra…

«La hora del beso.»

Bien, la hora del beso eran las seis y cuarto del dia siguiente. No habia otra opcion. Tendria que esperar hasta entonces.

Asi seria, pues.

Guarde el mensaje en un disquete, por si acaso. Baje las opciones de impresion y pulse «imprimir todo». No entiendo mucho de ordenadores, pero se que a veces se puede averiguar el origen de un mensaje a traves de todo el galimatias de la parte inferior. Oi el ronroneo de la impresora. Eche otra ojeada al asunto. Volvi a contar las barras. Si, veintiuna.

Y me quede pensando en aquel arbol y en aquel primer beso y entonces, alli, en mi despacho cerrado y sofocante, oli de nuevo el perfume de Pixie Stix de fresa.

2

En casa me esperaba otro susto del pasado.

Vivo a un lado del puente George Washington, enfrente de Manhattan, precisamente en la zona de Green River, Nueva Jersey, un lugar representativo del tipico sueno americano y que, pese a su nombre, no tiene rio y el verde va desapareciendo de dia en dia. La casa pertenece a mi abuelo. Me traslade a vivir con el y con toda una caterva de enfermeras extranjeras cuando murio mi abuela hara de eso tres anos.

Mi abuelo padece la enfermedad de Alzheimer. Su cabeza es como un televisor viejo en blanco y negro con una antena de interior averiada. Mi abuelo entra y sale, tiene algunos dias mejores que otros, pero hay que colocar las antenas de determinada manera y no moverlas en absoluto y aun asi, la imagen que aparece en la pantalla presenta rayas verticales intermitentes. Asi era antes al menos, porque ultimamente, y para seguir con la metafora, el televisor casi no parpadea.

En realidad, a mi nunca me gusto mi abuelo. Era un hombre dominante a la antigua usanza, un tipo de esos que te aprietan las tuercas y cuyo afecto esta en proporcion directa al exito que consigues. Era brusco, nada afectuoso y con un machismo de vieja escuela. Era logico que su nieto le pareciera poco sensible y nada atletico, por muy buenas notas que sacara.

Si me fui a vivir con el fue porque, de no haberme mudado yo, mi hermana se lo habria llevado a su casa. Porque Linda era asi. Cuando en el campamento de verano cantabamos: «El tiene todo el mundo en sus manos», Linda se tomaba las palabras al pie de la letra. Se sentia en la obligacion. Pero Linda tenia un hijo, ademas de pareja y responsabilidades. Yo no. Por eso considere un deber irme a vivir con el. Ademas, vivir en su casa resultaba agradable, era un lugar tranquilo.

Chloe, mi perra, corrio hacia mi agitando el rabo. Le rasque la zona detras de las orejas caidas. Aguanto un momento, pero enseguida empezo a echar ojeadas a la trailla.

– Espera un minuto -le dije.

Es una frase que no le gusta a Chloe. Por eso me miro, lo que no deja de ser meritorio porque el pelo le cubre totalmente los ojos. Chloe es una collie barbuda, una raza mas parecida al perro pastor que a los otros collies que conozco. Elizabeth y yo compramos a Chloe poco despues de casarnos. A Elizabeth le gustaban mucho los perros. A mi no. Me gustan ahora.

Chloe apretaba el cuerpo contra la puerta frontal. No dejaba de mirar la puerta, luego a mi y de nuevo a la puerta. Era una indicacion.

Mi abuelo estaba repantigado delante del televisor, que ahora emitia un programa de entretenimiento. No se volvio hacia mi, pero no parecia tampoco que mirase el programa. Su rostro habia adquirido la fijeza y palidez congelada de la muerte. Solo cuando le cambiaban las gasas parecia que se le fundia todo aquel hieratismo. Entonces se le afinaban los labios y su expresion se distendia, se le anegaban los ojos y hasta a veces se le escapaba una lagrima. Creo que su grado maximo de lucidez se producia en el momento exacto en que ansiaba la senilidad.

Dios tiene bastante sentido del humor.

La enfermera me habia dejado una nota sobre la mesa de la cocina: llame al sheriff lowell.

Y debajo, garrapateado, un numero de telefono.

Senti unos violentos latidos en la cabeza. Sufro migranas desde la agresion. Los golpes me provocaron una fractura de craneo y estuve cinco dias hospitalizado, aunque el especialista, companero de la facultad, cree que las migranas son mas psicologicas que fisiologicas. Tal vez tenga razon. En cualquier caso, subsiste el dolor y el remordimiento. Habria debido esquivar los golpes. Habria debido verlos venir. No habria debido dejarme caer en el agua. Y finalmente, si consegui reunir suficiente fuerza para salvarme, ?por que no habia hecho lo mismo para salvar a Elizabeth?

Se que ahora todo es inutil, lo se.

Vuelvo a leer la nota. Chloe empieza a gimotear. Levanto un dedo. Deja de gemir pero vuelve a dirigir sus miradas hacia mi y a la puerta.

Hacia ocho anos que no habia vuelto a saber del sheriff Lowell, pero todavia lo recordaba inclinado sobre mi cama del hospital, recordaba su rostro desconfiado y cinico.

?Que querria ahora despues de tanto tiempo?

Cogi el telefono y marque el numero. Una voz respondio tras la primera senal.

– Gracias, doctor Beck, por haber respondido a mi llamada.

No soy un gran admirador del servicio secreto, para mi gusto se parece demasiado al Gran Hermano. Me aclare la garganta y me salte las cortesias.

– ?Puedo servirle en algo, sheriff?

– Me encuentro en los alrededores -dijo-. Si no tiene inconveniente, me gustaria hacerle una visita.

– ?Una visita social? -pregunte.

– No, no es eso exactamente.

Se quedo esperando a que yo dijera algo, pero no dije nada.

– ?Seria oportuno que le visitase ahora? -pregunto Lowell.

– ?Le importaria decirme de que se trata?

– Prefiero esperar hasta…

– Pues yo preferiria que no esperase.

Senti la tension de mi mano en el telefono.

– De acuerdo, doctor Beck, comprendo perfectamente -se aclaro la garganta, como si tratase de ganar tiempo-. No se si se habra enterado por las noticias de que se han encontrado dos cadaveres en Riley County.

No me habia enterado.

– ?Y que?

– Pues que se encontraron cerca de su propiedad.

– La propiedad no es mia. Es de mi abuelo.

– Pero el esta bajo su custodia legal, ?no?

– No -dije-. Esta bajo la custodia de mi hermana.

– Entonces quiza podria avisarle. Me gustaria hablar tambien con ella.

– Pero los cadaveres de que me habla no se encontraron en el lago Charmaine, ?verdad?

– En efecto, los encontramos en la propiedad vecina, la de la parte oeste. Es decir, el terreno propiedad del condado.

– ?Que quiere saber de nosotros, pues?

Hubo una pausa.

– Mire, estare en su casa dentro de una hora. Por favor, procure que este tambien Linda, ?de acuerdo?

Y colgo.

Los ocho anos transcurridos no habian sido misericordiosos con el sheriff Lowell,

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