No tenia el menor sentido; aquel hombre era cualquier cosa menos un intelectual. Y, aunque habian pasado ya muchos anos desde la ultima vez que yo habia tenido algo que ver con el, no habia razon alguna para creer que hubiera cambiado, para convertirse en un ser humano decente.

En aquellos tiempos, el habia sido uno de esos tipos que dan consejos en las paginas de la prensa, y el nino mimado del circuito de las conferencias, armado como estaba con el exigido consultorio en Beverly Hills y un repertorio de lugares comunes, revestidos de jerga pseudocientifica.

Su columna habia aparecido mensualmente en una de esas revistas para mujeres que se venden en los supermercados…, el tipo de basura impresa que publica articulos acerca de la ultima dieta milagrosa fulminante, seguida, en la pagina posterior, por recetas de tarta de chocolate con licor, y combina exhortaciones a «sea usted mismo» con tests de capacidad sexual pensados para que todo el mundo que los rellene acabe sintiendose impotente.

Catedratico con donacion. Solo habia llevado a cabo una especie de intentona de investigacion…, algo que tenia que ver con la sexualidad humana, y que jamas habia producido el mas minimo dato.

Pero no se habia esperado de el que fuese academicamente productivo, porque no habia sido un miembro, propiamente dicho, de la Facultad, sino un simple asociado clinico. Uno mas de las docenas de profesionales que ejercian la Psicologia, y que buscaban tener un tufillo academico a traves de una asociacion con la Universidad.

Los asociados daban, ocasionalmente, clases como invitados sobre sus especialidades (en el caso de Kruse, se habia tratado de la hipnosis y de una forma manipuladora de la psicoterapia que el denominaba Dinamica de la Comunicacion), y servian como terapeutas y supervisores de los estudiantes graduados de Psicologia Clinica. Una formidable simbiosis, que liberaba a los catedraticos «de verdad» para llevar a cabo sus peticiones de donaciones y sus reuniones de comite, al tiempo que servia para facilitar a esos asociados permisos de aparcamiento en la zona de profesores, billetes preferentes para los partidos de futbol americano del equipo universitario, y entrada en el Club de la Facultad.

De eso a Catedratico con una donacion de Blalock. ?Increible!

Pense en la ultima vez que habia visto a Kruse… hacia unos dos anos. Nos habiamos cruzado casualmente en el campus, y los dos habiamos fingido no ver al otro.

El andaba camino del edificio de Psicologia, ataviado con un traje a medida, de pano ingles, con parches de cuero en los codos, pipa humeante, una estudiante a cada brazo. Soltandoles algo muy profundo a las chicas, mientras les metia mano como el que no quiere la cosa.

Volvi a mirar esa caligrafia en plata. Coctel a las cuatro. ?Ahora, demos todos un viva al jefe!

Probablemente tendria algo que ver con un enchufe conseguido en Holmby Hills, pero aun asi el nombramiento desafiaba toda comprension.

Comprobe la fecha de la fiesta… era dentro de dos dias… y luego volvi a leer la direccion al pie de la invitacion.

Skylark. Alondra… Los muy ricos bautizaban a sus casas, como si fueran hijos.

La Mar Road, sin numero. Traduccion: toda la calle es nuestra, so pobretones.

Me imagine la escena: cochazos, tragos aguados y un exhibicionismo anonadante, pavoneandose por sobre el cesped color verde dolar.

No era la idea que yo tenia sobre como pasar un rato divertido. Lance la invitacion a la papelera y me olvide de Kruse. Y tambien de mi etapa academica.

Pero no iba a ser por mucho tiempo.

2

Dormi mal y me desperte, el viernes, con el sol. Sin ningun paciente en agenda, me hundi en trabajos rutinarios: mandar por mensajero el video de Darren a Mal, acabar otros informes, hacer cheques para pagar facturas y mandarlos por correo, alimentar a los koi y retirar con la redecilla las porquerias que habia en su estanque, limpiar la casa hasta que reluciera. Todo eso me llevo hasta el mediodia y me dejo el resto del dia libre para chapotear en mi desgracia.

No tenia hambre, asi que probe a correr, pero no podia quitarme la constriccion que sentia en el pecho, asi que lo deje antes de hacer un par de kilometros. De vuelta en casa, me trague una cerveza con tanta rapidez, que me provoco dolor en el diafragma, continue con otra y luego me lleve un paquete de seis a la alcoba. Me sente, en ropa interior, y contemple pasar las imagenes por el televisor. Seriales: gente de aspecto perfecto sufriendo. Concursos: gente con aspecto perfecto, portandose como subnormales.

Mi mente comenzo a vagar. Contemple el telefono, tendi la mano hacia el receptor. La retire.

Los hijos del zapatero…

Al principio pense que el problema tenia algo que ver con los negocios…, con el abandonar la dura y mal compensada vida del artesano por el mundo de la alta tecnologia.

Una multinacional musical de Tokio le habia propuesto a Robin el adaptar varios de sus disenos de guitarra como prototipos para la produccion en masa. Ella tenia que establecer las especificaciones y un ejercito de robots ciberneticos haria el resto.

La llevaron en la primera clase de un vuelo a Tokio, le dieron una suite en el Hotel Okura, la atiborraron de sushi y de sake, la mandaron de vuelta a casa cargada de exquisitos regalos, resmas de contratos impresos en papel de arroz, y promesas de un lucrativo trabajo como consultora.

A pesar de esta maravillosa forma de tratar de convencerla, ella les dio calabazas, sin explicar nunca el porque, aunque yo sospechaba que tenia algo que ver con sus raices. Ella habia sido criada como la hija unica de un ebanista implacablemente perfeccionista, que adoraba el trabajo manual bien hecho, y de una ex cabaretera, que se habia amargado la vida al tener que ganarsela imitando a Betty Crocker, y que no adoraba nada. La hijita de su papa, habia empleado las manos para hallarle un sentido al mundo. Habia soportado los estudios hasta que su padre hubo muerto, y luego le habia dado el mejor epitafio abandonandolos y dedicandose a crear muebles de artesania. Finalmente, habia hallado su rinconcito ideal en el mundo, como fabricante de guitarras: tallando, disenando y realizando guitarras y mandolinas hechas por encargo.

Fuimos amantes durante dos anos, antes de que ella aceptase venirse a vivir conmigo. E incluso entonces mantuvo su estudio en Venice. Tras regresar del Japon comenzo a escaparse alli, mas y mas. Cuando le pregunte el motivo, me contesto que tenia trabajo atrasado que recuperar.

Acepte su explicacion: nunca habiamos pasado tanto tiempo juntos. Los dos eramos muy cabezotas, y habiamos luchado muy duro por conseguir nuestra independencia, moviendonos en distintos mundos, entrando ocasionalmente en el del otro…, a veces parecia que al azar…, en apasionada colision.

Pero las colisiones se fueron haciendo menos y menos frecuentes. Ella empezo a pasar noches en su estudio, justificandolo por la fatiga, rechazando mis ofertas de ir a recogerla para llevarla en coche a casa. Y yo estaba entonces lo suficientemente ocupado como para poder evitar pensar en ello.

Me habia retirado de la practica de la Psicologia Infantil a la edad de treinta y tres anos, despues de recibir una sobredosis de miserias humanas, y habia vivido confortablemente de las inversiones que habia hecho en propiedades en el Sur de California. Al cabo, comence a notar en falta mi trabajo clinico, pero continue negandome a aceptar el enredo de la psicoterapia a largo plazo. Me enfrente al dilema a base de limitarme a las consultas forenses que me remitian abogados y jueces: evaluaciones para propuestas de libertad provisional, casos de trauma en los que intervenian ninos, un caso criminal reciente que me habia ensenado mucho acerca de la genesis de la locura…

Trabajo a corto plazo, con ninguna o muy poca continuidad. El lado quirurgico de la psico. Pero ya era suficiente como para hacerme sentir de vuelta en la profesion.

Un bajon de trabajo, tras la Pascua, me dejo con mucho tiempo libre… tiempo que pasar solo. Y comence a darme cuenta de lo muy lejos que habiamos derivado el uno del otro Robin y yo; y me pregunte si habria pasado algo por alto. Esperando que la cura fuese espontanea, aguarde a que ella regresase. Y, cuando no lo hizo, decidi acorralarla.

A ella le resbalaron mis preocupaciones, recordo subitamente algo que se habia olvidado en el estudio y,

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