– Id al castillo, encontrad al duque de Somerset. Pedidle que ordene que lleven a mis hijos al campamento del rey. -Miro a los ninos, bajo la voz, dijo ferozmente-: Antes de que sea demasiado tarde. ?Entendeis? ?Id, deprisa! Los soldados no danaran a un sacerdote; os dejaran pasar. Si Somerset no esta en el castillo, buscadlo en el ayuntamiento. Lo estan usando como prision, y quiza este alli. Pero encontradlo. -Su voz era apenas un susurro-. Por el amor de Jesus, Su Unigenito Hijo, encontradlo.

El fraile asintio, conmovido por su fervor.

– Lo hare, madame -prometio-. No os fallare.

Jorge habia entendido lo suficiente como para sentir un espasmo de miedo, y se acerco a su madre mientras el fraile regresaba por la calle mayor, y el habito que habia sido blanco se perdia en medio de la soldadesca.

– ?No te fias de nuestros guardias, ma mere? -susurro.

Ella se volvio hacia el nino. Era el mas rubio de todos sus hijos, tan rubio como Ricardo era moreno, y apoyo la mano en el flequillo suave y luminoso que le cruzaba la frente. Tras un titubeo, le dijo una verdad a medias.

– Si, Jorge, me fio de ellos. Pero aqui suceden horrores que ni tu ni Ricardo debeis ver. Por eso quiero que os lleven a Leominster, donde el rey. Debeis… ?Ricardo!

Con un grito, tendio la mano hacia su hijo menor, lo cogio justo a tiempo para impedir que bajara la escalinata. Arrodillandose, lo atrajo hacia si, lo regano con una voz enronquecida por el miedo. El soporto el reproche en silencio y, cuando ella lo libero, se desplomo en la escalera y se abrazo las rodillas en un vano intento de sofocar los temblores que sacudian su cuerpo enclenque. Cecilia no sabia que habia visto para reaccionar asi, ni espero para averiguarlo. Se giro hacia los guardias con tal furia que los hombres se amilanaron.

– ?No permitire que mis hijos presencien los estertores de muerte de Ludlow! ?Enviad un hombre a Somerset! ?Ya mismo, maldicion!

Los hombres se marchitaron bajo su ira, vacilaron en instintiva inquietud; aun pertenecia a la clase que les habian ensenado a obedecer desde el nacimiento. Pero Jorge noto que ella imprecaba en vano; no le obedecerian. Observo un rato y se sento en la escalera junto a Ricardo.

– Dickon, ?que viste?

Ricardo alzo la cabeza. Tenia los ojos ciegos, oscuros, el azul eclipsado por las pupilas dilatadas.

– ?Y bien? -insistio Jorge-. Dime que viste. ?Que te horrorizo tanto?

– Vi a la muchacha -dijo Ricardo-. La muchacha que los soldados arrastraron a la iglesia.

Ni siquiera ahora Jorge pudo resistirse a la oportunidad de exhibir sus conocimientos mundanos.

– ?La muchacha que los soldados vejaron? -dijo con aire de experto.

Sus palabras no significaban nada para Ricardo. Apenas las oyo.

– ?Era Joan! Estaba por alla… -Senalo a la derecha-. En la calle de los Carniceros. Se tambaleaba, se cayo en la calle y se quedo tendida. Tenia el vestido rasgado y ensangrentado. -Temblo convulsivamente, pero Jorge insistio en que continuara-. Un soldado salio de la iglesia. Le aferro el cabello, la obligo a levantarse y la llevo adentro. -Solto un jadeo estrangulado que amenazaba con transformarse en sollozo, pero se contuvo y miro a Jorge-. ?Jorge… era Joan! -repitio, deseando que Jorge lo negara, que le asegurase que estaba equivocado, que esa muchacha no podia ser Joan.

Contuvo el aliento, esperando una respuesta. Pronto vio que Jorge no lo tranquilizaria, que no haria negaciones reconfortantes. Jorge nunca se quedaba sin habla, y nunca lo habia mirado como ahora. Habia una piedad inequivoca en los ojos del nino mayor, y Ricardo supo que lo que le habia sucedido a Joan era mucho peor que los horrores que acababa de presenciar en la calle de los Carniceros.

Un soldado paso corriendo, gritando y blandiendo una botella de vino. Estaba abierta y el vino se derramaba a su paso, salpicando a todos los que estaban alrededor. Ricardo se apoyo la cabeza en los brazos. Alzo los ojos cuando paso el hombre, alarmado por lo que oia.

– Jorge, ?estan colgando gente?

Jorge asintio.

– Agradece que nuestro padre este a salvo, lejos de Ludlow -dijo con calma-. Si el o nuestros hermanos hubieran caido en manos de la reina, habria empalado sus cabezas a las puertas de la aldea, y nos habria obligado a mirar mientras lo hacian.

Ricardo puso cara de horror y se levanto de un brinco cuando el grito de una mujer resono en la plaza del mercado. Jorge tambien se puso de pie, aferrando los hombros de Ricardo.

– No era Joan, Dickon -se apresuro a decir-. Ese grito no vino de la iglesia. No era Joan.

Ricardo dejo de forcejear, le clavo los ojos.

– ?Estas seguro? -susurro. Jorge asintio, y la mujer volvio a gritar. Fue demasiado para Ricardo. Se zafo del apreton de Jorge con tal violencia que perdio el equilibrio y cayo por la escalinata, cruzandose en el camino de un jinete que acababa de doblar la esquina de Broad Street.

Ricardo no se lastimo; el suelo era demasiado blando. Pero el impacto de la caida lo dejo sin aliento. De pronto el cielo se lleno de patas delanteras y cascos amenazadores. Cuando se atrevio a abrir los ojos, su madre estaba arrodillada en el lodo junto a el y el caballo habia frenado a poca distancia.

Cecilia tuvo que entrelazar los dedos para calmar el temblor de sus manos. Inclinandose, limpio el fango del rostro de su hijo con la manga del vestido.

– ?Por amor de Dios! Madame, ?todavia estais aqui?

Ella irguio la cabeza y vio a un joven que fruncia el ceno y le resultaba conocido. Al fin lo recordo. El caballero que habia estado a punto de pisotear a su hijo con el caballo era Edmundo Beaufort, hermano menor del duque de Somerset.

– ?En nombre de Dios! -imploro ella-. ?Sacad a mis hijos de aqui!

El la miro un instante y se apeo de la silla.

– ?Por que no os llevaron de inmediato al campamento del rey en Leominster? -exclamo con incredula furia-. Mi hermano hara despellejar vivo a alguien por esto. Lancaster no guerrea contra mujeres y ninos.

Cecilia no dijo nada, solo lo miro y vio que se le enrojecian los pomulos. El se giro abruptamente e impartio ordenes a los hombres que habian entrado en Ludlow a su mando. Con profundo alivio, ella noto que estaban sobrios.

– Mis hombres os escoltaran al campamento del rey, madame.

Ella asintio y observo tensamente mientras el despedia a los guardias, buscaba caballos y, maldiciendo, golpeaba con el plano de la espada a los soldados borrachos que renian por los despojos de la victoria. Aunque la liberacion era inminente, ella no respiraba con mas tranquilidad. Solo sentiria alivio cuando sus hijos salieran de Ludlow. Condujo a los ninos a sus monturas, pero Ricardo se resistio. Cecilia sucumbio a las tensiones de las ultimas veinticuatro horas y le abofeteo la cara. El jadeo pero acepto el castigo sin quejas ni protestas. La objecion vino de Jorge, que se puso rapidamente al lado del hermano.

– No culpes a Dickon, ma mere -suplico-. El la vio, ?entiendes? Vio a Joan. -Viendo que ella no comprendia, senalo la iglesia parroquial-. La muchacha de la iglesia. Era Joan.

Cecilia miro a su hijo menor, se arrodillo y lo abrazo suavemente. Vio las lagrimas en sus pestanas y la marca del bofeton en la mejilla.

– Oh, Ricardo -susurro-. ?Por que no me lo dijiste?

Esa manana, mientras aguardaban la llegada del ejercito de Lancaster, ella habia procurado inculcar a sus hijos la necesidad de portarse con dignidad. Ahora ya no le importaban el orgullo ni el honor ni nada salvo el dolor que veia en los ojos de su hijo, un dolor que tendria que haber sido totalmente ajeno a la infancia.

Entonces Edmundo Beaufort realizo un acto de gentileza que ella nunca olvidaria, que nunca se habria atrevido a esperar. La duquesa se disponia a hacer un requerimiento que consideraba vano, pero el se le adelanto.

– Enviare a algunos de mis hombres a la iglesia para que se encarguen de la muchacha -dijo-. Pedire que la lleven a Leominster. A menos que ella… -Titubeo, mirando al nino que ella abrazaba, y concluyo con voz neutra-: Se hara lo que deba hacerse, madame. Ahora, sugiero que no nos demoremos mas tiempo aqui.

Ella asintio impasiblemente. El tendio la mano y Cecilia dejo que la ayudara a ponerse de pie. Era un hombre muy joven, solo cuatro o cinco anos mayor que su propio Edmundo. Si, era muy joven y estaba muy disgustado con lo que habia visto en Ludlow, y tenia la sensibilidad de comprender que ella no queria que Ricardo estuviera presente cuando encontraran a Joan.

– No olvidare vuestra amabilidad, milord -murmuro, con mas calidez de la que habria esperado sentir por un

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