cierta longevidad. ?Cuanta? ?Un siglo? ?Dos? ?Diez? Lo suficiente para aguantar el tipo en la carcel sin preocuparse y volver a empezar. Pero faltaba la mixtura.

Y era el miedo de no tomarla nunca lo que la hacia apretar el cigarrillo entre sus dientes. Entre ella y su tesoro conquistado con tanto afan se interponian cohortes de maderos.

Y ese tesoro constituia tambien la unica prueba de los asesinatos. Ariane no confesaria nada. La mixtura, y solo ella, con el pelo de Pascaline y de Elisabeth, el polvo de hueso de gato, de hombre, de ciervo, demostrarian que Ariane habia seguido el tenebroso camino del De reliquis. Recuperarla era tan decisivo para ella como para el comisario. Sin la medicacion, no tenia demasiados medios de sostener la acusacion. Nubes acumuladas por un paleador a la deriva en sus suenos, diria el juez, animado por Brezillon. La doctora Lagarde era tan celebre que los hilos reunidos por Adamsberg no pesarian mucho en la balanza.

– O sea que la mixtura esta en tu casa -dijo Adamsberg sin dejar de mirar el rostro tenso de la forense-. En algun escondite sin duda inaccesible a los gestos cotidianos de Alfa. La quieres, y la quiero. Pero yo la conseguire. Me costara el tiempo que sea, desmontare el edificio entero, pero la encontrare.

– Como quieras -dijo Ariane soplando el humo, de nuevo indiferente y distendida-. Querria ir al bano.

– Veyrenc, Mordent, acompanenla. Sujetenla bien.

Ariane salio del despacho, avanzando lentamente con sus zapatos altos, flanqueada por sus dos guardaespaldas. Adamsberg la siguio con la mirada, turbado por su cambio fulgurante, por el placer que parecia proporcionarle cada calada de su cigarrillo. Sonries, Ariane. Te quito tu tesoro, y tu sonries.

Conozco esa sonrisa. Era la misma en el cafe de Le Havre despues de haber tirado mi cerveza. La misma cuando me convenciste de seguir a la enfermera. La sonrisa del vencedor frente al futuro perdedor. La sonrisa de tus triunfos. Voy a quitarte tu maldita mixtura, y tu sonries.

Adamsberg se levanto de un salto y tiro a Danglard del brazo.

LXIV

Detras del comisario, Danglard corria sin entender, con las piernas entumecidas de sueno, siguiendolo hasta la puerta de los lavabos, custodiada por Veyrenc y Mordent.

– ?Vamos, comandante! -ordeno Adamsberg-. ?La puerta!

– Pero no podemos… -empezo a decir Mordent.

– ?Tiren la puerta, me cago en la puta! ?Veyrenc!

La puerta de los servicios cedio al tercer golpe de hombros de Veyrenc y del comisario. Carga de los bucardos, tuvo tiempo de pensar Adamsberg antes de agarrar el brazo de Ariane y de arrancarle un gran frasco de vidrio marron que aferraba en su mano. La forense aullo. Y con ese largo grito, feroz y desgarrador, Adamsberg comprendio cual podia ser la verdadera naturaleza de un Omega. Nunca mas la atisbaria despues. Ariane perdio el conocimiento y, cuando volvio en si a los cinco minutos, en la celda, Alfa dominaba de nuevo, tranquila y sofisticada.

– La mixtura estaba en su bolso -dijo Adamsberg mirando fijamente la botellita-. Uso agua del lavabo para hacer la mezcla, iba a tomarsela.

Alzo la mano e hizo girar con cuidado el frasco a la luz de la lampara, examinando su espeso contenido, y los hombres contemplaban la botella como quien mira la santa Ampolla.

– Es inteligente -dijo Adamsberg-. Pero hay en ella una sonrisa sutil de Omega, una sonrisa de victoria y de astucia que no domina del todo. Sonrio una vez que estuvo segura de que yo creia que la mixtura estaba en su casa. Asi que el frasco tenia que estar en otro sitio. Lo llevaba encima, naturalmente.

– ?Por que no se lo quito usted del bolso? -dijo Mordent-. Fue muy arriesgado, la puerta de los lavabos es solida.

– Porque no se me ocurrio antes, Mordent, sencillamente. Encierro el frasco en el maletero. Me reuno con vosotros y nos vamos.

Media hora despues, Adamsberg cerraba la puerta de su casa con dos vueltas. Saco delicadamente el frasco marron del bolsillo de su chaqueta y lo puso en medio de la mesa. Luego vacio una petaca de ron en el fregadero, la aclaro, introdujo un embudo y vertio lentamente la mitad de la mixtura. Manana, el frasco marron iria al laboratorio, quedaba suficiente medicacion para llevar a cabo los analisis. Nadie habia podido ver a traves del vidrio oscuro el nivel exacto del liquido, nadie sabria que habia extraido buena parte.

Al dia siguiente iria a ver a Ariane en su celda. Y le daria discretamente la petaca. Asi la forense pasaria sus dias tranquila en prision, segura de sobrevivir lo suficiente para proseguir su obra. Engulliria esa porqueria en cuanto el le diera la espalda y se dormiria como un demonio saciado.

?Y por que se empenaba en que Ariane pasara sus dias tranquila cuando su grito desgarrado seguia sonando en sus oidos, henchido de demencia y de crueldad?, se pregunto Adamsberg levantandose, metiendo las dos botellas en su chaqueta. ?Porque la habia amado un poco, deseado un poco? Ni siquiera.

Se aproximo a la ventana y miro el jardin en la noche. El viejo Lucio estaba meando bajo el avellano. Adamsberg espero unos instantes y fue hasta el. Lucio contemplaba el cielo velado, rascandose la picadura.

– ?No duermes, hombre? -pregunto-. ?Has acabado tu trabajo?

– Casi.

– Dificil, ?eh?

– Si.

– Los hombres -suspiro Lucio-. Y las mujeres.

El viejo se alejo hacia el seto y volvio con dos botellines de cerveza fresca que destapo con los dientes.

– No digas nada a Maria, ?eh? -dijo ofreciendo una a Adamsberg-. Las mujeres siempre andan complicandose la vida por todo. Es porque les gusta hacer las cosas a fondo, ?entiendes? En cambio los hombres pueden ir aqui, alli, hacer las cosas deprisa y corriendo, acabarlas o dejarlo todo parado. Y una mujer, ?entiendes?, puede seguir una misma idea durante dias, meses, sin pimplar una sola cerveza.

– Hoy he detenido a una mujer justo antes de que acabara su trabajo.

– ?Un trabajo importante?

– Gigantesco. Estaba preparando una pocima del demonio que queria tomarse a toda costa. Y he pensado que al fin y al cabo es mejor que se la tome. Para que haya acabado mas o menos su trabajo. ?No?

Lucio vacio su botellin de golpe y lo lanzo por encima del muro.

– Claro, hombre.

El viejo volvio a su casa, y Adamsberg meo bajo el avellano. Claro, hombre. Si no, la picadura le escoceria hasta el fin de sus dias.

LXV

– Aqui es, Veyrenc, donde vamos a acabar la historia -dijo Adamsberg deteniendose bajo un gran nogal.

A los dos dias del arresto de Ariane Lagarde, y ante el escandalo que el suceso provocaba, Adamsberg habia sentido la necesidad imperiosa de ir a mojarse los pies en el agua del Gave. Habia comprado dos billetes a Pau y habia arrastrado a Veyrenc sin pedirle su opinion. Habian llegado al valle de Ossau, y Adamsberg habia conducido a su colega por el camino de las rocas hasta la capilla de Camales. Desembocaron en el Prado Alto. Aturdido, Veyrenc miraba el campo que lo rodeaba, las cimas de la montana. Nunca habia vuelto a ese prado.

– Ahora que nos hemos librado de la Sombra, podemos sentarnos bajo la del nogal. No demasiado tiempo, ya sabemos que es fatal. Solo lo suficiente para acabar con la picadura. Sientese, Veyrenc.

– ?Alli donde estaba?

– Por ejemplo.

Veyrenc recorrio cinco metros y se sento con las piernas cruzadas en la hierba.

– ?Ve al quinto chaval debajo del arbol?

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