– Si.

– ?Quien es?

– Usted.

– Yo. Tengo trece anos. ?Quien soy?

– El jefe de la pandilla de la aldea de Caldhez.

– Es verdad. ?Como estoy?

– De pie. Esta mirando la escena sin intervenir. Tiene las manos cruzadas en la espalda.

– ?Por que?

– Esconde un arma, o un palo, o no se que.

– Anteayer vio a Ariane cuando llego a mi despacho. Tenia las manos en la espalda. ?Llevaba un arma?

– Eso no tiene que ver. Estaba esposada.

– Y esa es una excelente razon para tener las manos en la espalda. Yo estaba atado, Veyrenc, como una cabra al extremo de su cuerda. Tenia las manos atadas al arbol. Espero que entienda por que no intervine.

Veyrenc paso la mano por la hierba varias veces.

– Digame.

Adamsberg se apoyo en el tronco del nogal, estiro las piernas, ofrecio sus brazos al sol.

– Habia dos pandillas rivales en Caldhez. La de la fuente, abajo, encabezada por Fernand el Bicho, y la del lavadero, arriba, que dirigiamos mi hermano y yo. Peleas, rivalidades, conspiraciones, todo eso nos entretenia mucho. O sea, juegos de ninos, con la diferencia de que, al llegar Roland y unos cuantos mas, la pandilla de la fuente se transformo en un ejercito de cabrones. Roland tenia intencion de aplastar la pandilla del lavadero y saquear la aldea. Una guerra de bandas a escala reducida. Resistiamos como podiamos, yo lo exasperaba mas que nada. El dia de la expedicion contra usted, Roland vino a verme con Fernand y el Gordo Georges. «Te llevamos al espectaculo, mamon», me dijo. «Abre bien los ojos y cierra bien la boca, porque, si no te achantas, te haremos lo mismo.» Me llevaron hasta el Prado Alto y me ataron al arbol. Luego se metieron en la capilla y te esperaron. Siempre pasabas por alli cuando volvias del colegio. Se lanzaron sobre ti, y ya conoces el resto de la historia.

Adamsberg se dio cuenta de que habia pasado al tuteo sin querer. Los ninos no se tratan de usted. En el Prado Alto, los dos eran ninos.

– Ya -dijo Veyrenc torciendo el gesto, no del todo convencido-. Este mensaje es nuevo, comprended que lo estudie, ?como se que no es reflejo de un embuste?

– Yo habia logrado sacarme la navaja del bolsillo trasero. Y trataba, como en las peliculas, de cortar la cuerda. Pero nunca estamos en una pelicula, Veyrenc. En una pelicula, Ariane habria confesado. En la realidad, el muro resiste. La cuerda resistia, y yo sudaba al intentar cortarla. La navaja se me escurrio y cayo al suelo. Cuando te desmayaste, me desataron a toda prisa y me llevaron corriendo al camino de las rocas. Paso mucho tiempo antes de que me atreviera a volver al Prado Alto a buscar mi navaja. La hierba habia crecido, habia pasado el invierno. Busque por todas partes, nunca la encontre.

– ?Y es grave?

– No, Veyrenc. Pero, si la historia es verdad, hay alguna posibilidad de que la navaja no se haya movido del sitio y se haya hundido en la tierra. El canto de la tierra, Veyrenc, ?lo recuerda? Por eso he traido un pico. Va usted a buscar la navaja. Deberia seguir abierta, tal como cayo. Llevaba mis iniciales grabadas en el mango de madera barnizada: JBA.

– ?Por que no la buscamos juntos?

– Porque usted duda demasiado, Veyrenc. Podria acusarme de haberla dejado caer al suelo al cavar. No, voy a alejarme, con las manos en los bolsillos, y me quedare mirandolo. Nosotros tambien vamos a abrir una tumba para buscar un vivo recuerdo. Pero no creo que haya podido hundirse a mas de quince centimetros de profundidad.

– No puede estar aqui -dijo Veyrenc-. Alguien puede haberla encontrado unos dias despues y habersela llevado.

– Se habria sabido. Recuerde que la policia busco el nombre del quinto chaval. Si hubieran encontrado mi navaja, con mis iniciales, se me habria caido el pelo. Pero nunca identificaron al quinto, y yo calle. No podia demostrar nada. Si mi historia es verdad, la navaja debe de estar aqui, desde hace treinta y cuatro anos. Yo nunca habria abandonado por iniciativa propia mi navaja. Si no la recogi fue porque no pude. Porque estaba atado.

Veyrenc vacilo, se levanto y cogio el pico, mientras Adamsberg retrocedia a unos cuantos metros de el. La superficie de la tierra estaba dura, y el teniente cavo durante mas de una hora al pie del nogal, pasando regularmente los dedos por los terrones para desmoronarlos. Adamsberg lo vio soltar el pico, recoger un objeto, frotar la tierra incrustada.

– ?La tienes? -pregunto acercandose-. ?Se lee algo?

– JBA -dijo Veyrenc acabando de limpiar el mango con el pulgar.

Dio la navaja a Adamsberg sin decir palabra. Cuchilla oxidada, mango desconchado, huecos de las iniciales llenos de tierra, perfectamente legibles. Adamsberg la giro entre sus dedos, esa navaja, esa punetera navaja que no habia cortado la cuerda, esa punetera navaja que no lo habia ayudado a apartar a ese nino ensangrentado de las manos de Roland.

– Si la quieres, es tuya -dijo Adamsberg ofreciendosela al teniente-. Trata de cogerla siempre por la cuchilla. Por su viril principio de nuestra impotencia de ese dia.

Veyrenc asintio y la acepto.

– Me debes diez centimos -anadio Adamsberg.

– ?Por que?

– Es una tradicion. Cuando uno regala un objeto cortante a alguien hay que darle diez centimos a cambio para anular el riesgo de herida. Lamentaria que te pasara algo por mi culpa. Te quedas con la navaja, y yo con la moneda.

LXVI

En el tren de vuelta, una ultima preocupacion agitaba el semblante de Veyrenc.

– Cuando uno es disociado -dijo sombrio-, no sabe lo que hace, ?verdad? Borra todo recuerdo.

– Si, en principio y segun Ariane. Nunca sabremos si nos tomo el pelo para no confesar o si es una autentica disociada. Ni si eso existe realmente.

– Si existiera -dijo Veyrenc levantando el labio en una falsa sonrisa-, ?yo habria podido matar a Fernand y al Gordo Georges sin darme cuenta?

– No, Veyrenc.

– ?Como puede estar seguro?

– Porque lo he comprobado. Tengo todos sus movimientos archivados en sus hojas de ruta, en la Brigada de Tarbes y en la de Nevers, donde estaba usted en la epoca de los asesinatos. El dia del asesinato de Fernand, usted acompanaba un destacamento a Londres. El del asesinato del Gordo Georges, usted estaba arrestado.

– ?Ah si?

– Si, por insultos a un superior. ?Que le habia hecho?

– ?Como se llamaba?

– Pleyel. Pleyel como el piano, sencilla y llanamente.

– Si -recordo Veyrenc-. Era un tipo a la Devalon. Estabamos con un caso de corrupcion politica. En lugar de hacer su trabajo, siguio las ordenes del gobierno, tergiverso el proceso con falsos documentos, y el inculpado fue declarado inocente. Cometi unos versos inofensivos contra el, que no le gustaron.

– ?Los recuerda?

– No.

Adamsberg saco su libreta y la hojeo.

– Aqui estan -dijo-.

»La altivez del

Вы читаете La tercera virgen
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×