Adamsberg volvia a pie por las calles oscuras. No diria ni una palabra a Tom acerca de las atrocidades de Ariane, ni hablar de que el horror penetrara tan pronto en la cabeza del nino. Ademas, los bucardos disociados no existen. Solo los hombres tienen el arte de lograr este tipo de calamidades. En cambio, los bucardos, con sus largos cuernos, saben hacer que les crezca el craneo por fuera de la cabeza igual de bien que los ciervos. Eso los hombres no saben hacerlo. Se limitaria pues a los bucardos.

«Fue entonces cuando el sabio rebeco, que habia leido mucho, comprendio su error. Pero el bucardo colorado nunca supo que el rebeco lo habia tomado por un cabron. Fue entonces cuando el bucardo colorado comprendio su error y reconocio que el bucardo pardo no era un cabron. Vale, le dijo el bucardo pardo, dame diez centimos.»

En el jardincillo, Adamsberg deposito las cuernas en el suelo para buscar las llaves. Lucio salio al instante en la oscuridad y se reunio con el bajo el avellano.

– ?Que tal, hombre?

Lucio se deslizo hasta el seto sin esperar la respuesta, volvio con dos cervezas y las destapo. El transistor crepitaba en su bolsillo.

– ?Y la mujer? -pregunto ofreciendo una botella al comisario-. La que no habia acabado su trabajo. ?Le diste la pocima?

– Si.

– ?Y se la bebio?

– Si.

– Esta bien.

Lucio se tomo unos tragos antes de senalar el suelo con la punta de su baston.

– ?Que transportas?

– Un diez puntas de Normandia.

– ?Vivo o de desmogue?

– Vivo.

– Esta bien -aprobo de nuevo Lucio-. Pero no las separes.

– Ya lo se.

– Tambien sabes otra cosa.

– Si, Lucio. La Sombra ya se ha ido. Ha muerto, se ha acabado, ha desaparecido.

El viejo permanecio unos instantes sin decir nada, golpeandose los dientes con el cuello de la botella. Lanzo una mirada hacia la casa de Adamsberg y volvio al comisario.

– ?Como?

– Piensa.

– Dicen que solo un viejo podra con ella.

– Eso es lo que ha pasado.

– Cuenta.

– Sucedio en Varsovia.

– ?Anteayer al caer la noche?

– Si, ?por que?

– Cuenta.

– Fue un viejo polaco de noventa y dos anos. La aplasto con las ruedas delanteras.

Lucio reflexiono, haciendo girar el borde de la botella sobre sus labios.

– Asi -dijo asestando un punetazo al aire con su unica mano.

– Asi -confirmo Adamsberg.

– Como el curtidor con sus punos.

Adamsberg sonrio y recogio las cuernas.

– Exactamente -marco.

Fred Vargas

***
,

[1] En espanol en el original.

[2] Cf., de la misma autora, Bajo los vientos de Neptuno, Siruela, Madrid 2004.

[3] Cf., de la misma autora, Bajo los vientos de Neptuno, ob. cit.

[4] Cf., de la misma autora, Bajo los vientos de Neptuno, ob. cit.

[5] Cf., de la misma autora, Que se levanten los muertos, Siruela, Madrid 2005.

[6] Cf., de la misma autora, Bajo los vientos de Neptuno, ob cit.

[7] Cf., de la misma autora, Huye rapido, vete lejos, Siruela, Madrid 2003.

[8] Cf., de la misma autora, El hombre del reves, Espasa-Calpe, Madrid 2001.

[9] Cf., de la misma autora, Bajo

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