vomito. Las fachadas de las casas -las que no estaban cubiertas de medra- tenian la pintura desconchada. Las prostitutas, mucho mas esqueleticas que nuestras vecinas, miraban desde el umbral de las puertas, haciendoles senas a los grupos de marineros que merodeaban por la calle. Cogi a Bonbon en brazos y mire a mis espaldas, sin querer continuar hacia las calles laterales, pero atemorizada de volver atras.

Camille desaparecio en una esquina y eche a correr para seguirle el paso. Me encontre en una plaza con una fuente en el centro. Al otro extremo habia un enorme edificio de piedra con cuatro columnas y paneles esculpidos con ninfas danzarinas a cada lado de las puertas dobles. El cartel superior rezaba: «Le Chat Espiegle». El edificio era impresionante por su tamano, pero destartalado en los detalles. Las columnas estaban agrietadas y cubiertas de manchas, y los relieves, que probablemente en su dia fueron blancos, habian ennegrecido y estaban tiznados de mugre. Alcance la fuente a tiempo para ver a Camille entrando en un callejon en el lateral del edificio. Sali corriendo tras ella y estaba a punto de llamarla cuando subio deprisa un tramo de escaleras y desaparecio tras una puerta. Dude un momento, preguntandome si debia seguirla. Subi los escalones y gire el pomo, pero la puerta estaba cerrada. A traves de una ventana abierta del segundo piso se escapaba el debil sonido de unas notas al piano y el eco de un taconeo. Bonbon puso las orejas en tension y yo me pare a escuchar.

De repente, resonaron unos pasos sobre los adoquines de la calle, asi que baje de un salto los escalones y me escondi detras de unas cajas de basura. Lo hice justo a tiempo, antes de que me sorprendiera una procesion de mujeres que se aproximaban a nosotras. Eran jovenes y esbeltas, con el pelo corto y caras bonitas. Me acomode contra una pila de periodicos arrugados y de botellas vacias. El aire apestaba a ginebra y a pescado. Bonbon bajo las orejas y apreto su cabecilla contra mi pecho.

Una chica pelirroja subio las escaleras dando zancadas y golpeo la puerta con los nudillos. Las otras se apoyaron sobre la barandilla o se sentaron. Llevaban modernos vestidos, con el corte justo por debajo de la rodilla, pero incluso desde donde yo me encontraba agazapada podia ver que estaban hechos de encaje acartonado y baratas cuentas descoloridas.

Una chica con el pelo rubio oxigenado saco un peine del bolso y se lo paso por el flequillo.

– Tengo hambre -se quejo, doblandose hacia delante y cubriendose el estomago con una mano.

– Eso es lo que pasa cuando no comes -replico la muchacha que estaba a su lado.

Su acento era poco natural y, aunque sus facciones eran elegantes, hablaba un frances barriobajero.

– No puedo comer -respondio la primera chica, mirando por encima del hombro a la pelirroja, que estaba llamando a la puerta otra vez-. Tengo que pagar manana el alquiler.

– Mon Dieu! ?Que calor hace! -se quejo una muchacha morena, secandose el sudor de la frente con un panuelo-. Me estoy marchitando como una flor.

– Ahora hace un poco menos -le respondio la chica hambrienta-. Era peor esta tarde. El maquillaje se me caia a chorros por el sudor. No encienden los ventiladores durante los ensayos.

La pelirroja se volvio.

– Marcel me dejo caer durante el baile arabesco.

– ?Ya lo vi! -exclamo otra chica-. ?Y caiste en medio del charco de sudor que habia a sus pies!

– ?Menos mal que no me ahogue! -bramo la pelirroja, estallando en carcajadas.

Las otras muchachas se echaron a reir.

El cerrojo chasqueo y todas se pusieron de un salto en fila, como a fuerza de costumbre. La puerta se abrio de golpe.

– ?Bonsoir, Albert! -corearon una por una antes de desaparecer en la oscuridad.

Bonbon se revolvio y me lamio los dedos. Estaba a punto de ponerme en pie cuando escuche mas pasos sobre los adoquines de la calle y me volvi a esconder. Espie entre las pilas de basura para ver a una mujer con aspecto de matrona dirigiendose hacia nosotras con un monton de cajas de sombreros en las manos. Las cajas eran tan altas que tenia que mirar por un lado para saber por donde iba. La seguian de cerca dos hombres muy morenos que llevaban estuches de instrumentos musicales bajo el brazo. El trio se paro delante de la puerta y uno de los hombres llamo. Como habia sucedido con las chicas, tuvieron que esperar unos minutos antes de que se abriera y desaparecieran en el interior. Aunque me dolian las pantorrillas y los pies y Bonbon se estaba revolviendo entre mis brazos, me sentia hipnotizada por la procesion de gente que pasaba ante mis ojos. En comparacion con mi vida de extenuante trabajo, todos ellos resultaban muy misteriosos.

La puerta se abrio y pegue un salto. Salio un hombre, que echo un vistazo al callejon. Estaba segura de que me veria, pero se paro poco antes de descubrir mi escondrijo. A pesar del calor, llevaba puesto un abrigo sobretodo que le llegaba hasta los tobillos y tenia el cuello de la camisa subido. El hombre dejo la puerta abierta, fijandola con un ladrillo, y se reclino sobre la barandilla durante un momento antes de rebuscarse en el abrigo y liarse un cigarro. Note que el tobillo derecho me ardia de estar en cuclillas y movi un poco el pie para aliviar el calambre. Golpee con el zapato una botella de vino, que se fue rodando hasta chocar contra un cubo de basura con un tintineo. El hombre giro sobre sus talones y me miro a los ojos. A mi se me corto la respiracion.

– ?Vaya! ?Hola! -saludo, rascandose la barba de varios dias que le cubria la barbilla.

– ?Hola! -conteste, poniendome en pie y estirandome el vestido. Despues, incapaz de pensar en una buena razon para justificar que me estuviera escondiendo en la basura, exclame-: ?Buenas noches!

Y sali corriendo del callejon.

Intrigada por lo que habia presenciado y a falta de otra diversion, regrese al teatro la noche siguiente. Pero cuando llegue al callejon estaba desierto. Pense que quiza Le Chat Espiegle no ofrecia espectaculo los sabados por la noche y corri a la taquilla, donde me aseguraron que si que habia y me senalaron los precios de las entradas. Volvi al callejon. Escuche que alguien afinaba un violin, lo que me convencio de que disfrutaria de nuevo de la llegada de los artistas. Encontre una caja vacia entre la basura y la coloque bajo el toldo de la tienda de objetos usados que se encontraba frente a la puerta de artistas. Me sente en la caja con Bonbon sobre el regazo, me cogi las rodillas con las manos y observe con expectacion la esquina. No tuve que esperar mucho hasta que aparecieron las coristas, riendose y desfilando como patitos de camino al estanque. La chica pelirroja fue la que primero me vio:

– Bonsoir! -exclamo, sin sorprenderse ni lo mas minimo de ver a una nina sentada en una caja con un perro sobre las rodillas.

Las otras me saludaron con la cabeza o me sonrieron al pasar. Llamaron a la puerta, se abrio y desaparecieron en la oscuridad.

Un poco mas tarde, tres hombres y dos mujeres aparecieron detras de la esquina. Me sorprendio su forma de marchar al andar, sus fornidas espaldas y sus barbillas levantadas. Los brazos de los hombres eran tan anchos como troncos de arboles, mientras que las extremidades de las mujeres eran nervudas y sus rostros estaban en tension. Dos de los hombres cargaban con un baul. Cuando se aproximaron, vi las palabras «La Familia Zo-Zo» pintadas en un lateral, junto a una imagen de seis trapecistas balanceandose en la cuerda floja. La cuerda se encontraba sobre un rio atestado de cocodrilos y en el fondo se veian montanas y arboles de aspecto prehistorico. Habia seis acrobatas en la imagen, pero solo cinco personas formaban el grupo. Me pregunte que le habria sucedido al sexto componente.

Una de las mujeres llamo a la puerta. Se abrio y esta vez vislumbre la silueta del portero acechando en las sombras. Despues de que entraran los acrobatas, salio al rellano.

– Pense que era usted -me dijo-. Llega pronto. Normalmente no

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