porque el maestro-en un momento de lucidez- nos habia reconocido cuando cruzabamos la piazza del Duomo esa noche, rodeadas de musicos y envueltas en banderolas. Nos vio antes que nosotras a el, pero, al reparar en las banderolas del Unicornio -el gran rival de nuestra contrada, la de la Lechuza-, habia sabido en seguida que algo horrible estaba pasando.

Volvio aprisa a su estudio y llamo a la policia. Alessandro ya estaba en comisaria, interrogando a dos imbeciles napolitanos que, al intentar matarlo, se habian roto los brazos.

Por eso, de no haber sido por Lippi, la policia no nos habria seguido a la cripta, Alessandro no me habria salvado del rioDiana y yo no estaria en el monasterio de fray Lorenzo en Viterbo, en todo mi esplendor.

– Lo siento, maestro -dije, levantandome-, pero tendremos que dejarlo para luego.

Mientras subiamos a toda prisa, no puede evitar reirme. Janice llevaba uno de los vestidos a medida de Eva Maria y, como es natural, le quedaba perfecto.

– ?De que te ries? -espeto, aun enfadada conmigo por llegar tarde.

– De ti -le respondi risuena-. No se como no me habia dado cuenta antes de lo mucho que te pareces a Eva Maria. Incluso hablas como ella.

– ?Muchas gracias! -me respondio-. Supongo que sera mejor que hablar como Umberto… -Pero, antes de pronunciar siquiera las palabras, su rostro se ensombrecio-. Lo siento.

– No lo sientas. Seguro que esta aqui en espiritu.

Lo cierto era que no teniamos ni idea de que habia sido de Umberto. Nadie lo habia visto desde que habia empezado el tiroteo en la cripta de la catedral. Quiza habia desaparecido bajo tierra, pero eso tampoco lo habia visto nadie. Todos andaban ocupados buscandome a mi.

Tampoco se habian encontrado las cuatro joyas. A mi juicio, se las habia tragado la tierra: habia acogido en su seno los ojos de los amantes, como habia recuperado la daga del aguila.

Janice, en cambio, estaba segura de que Umberto se las habia apropiado y habia huido por losbottini para vivir una vida de lujo en Buenos Aires…, o donde fuera que se retiraran los manosos. Tambien Eva Maria, tras unos cuantos martinis de chocolate en la piscina del castello Salimbeni, habia empezado a coincidir con ella. Umberto -nos dijo, ajustandose las gafas bajo la pamela- tenia la mala costumbre de desaparecer, a veces durante anos, y llamarla de pronto, como si nada. Ademas, estaba segura de que, aunque su hijo hubiera caido al Diana, se habria mantenido a flote y se habria dejado arrastrar por la corriente hasta algun lago. ?No podia ser de otro modo!

Para llegar hasta el santuario, tuvimos que pasar por un olivar y un vivero con colmenas. Fray Lorenzo nos habia paseado por las tierras esa misma manana y, al final, habiamos terminado en una rosaleda escondida, dominada por una rotonda de marmol.

En el centro del templo se hallaba la estatua de bronce de tamano natural de un monje, con los brazos abiertos en senal de amistad. El fraile nos explico que asi era como a los hermanos les gustaba imaginar al fray Lorenzo original, y que sus restos estaban enterrados bajo la estatua. Era un lugar de paz y contemplacion, nos dijo, pero, por ser quienes eramos, haria una excepcion.

Cerca ya del santuario, con Janice a remolque, me detuve un instante para tomar aire. Estaban todos alli, esperandonos -Eva Maria, Malena, el primo Peppo con la pierna escayolada y una docena mas de personas cuyos nombres empezaba a aprenderme- y, junto a fray Lorenzo, Alessandro, tenso e irresistible, mirando cenudo el reloj.

Al ver que nos acercabamos, meneo la cabeza y me dedico una sonrisa medio de reproche, medio de alivio. En cuanto pudo, me agarro, me dio un beso en la mejilla y me susurro al oido:

– Me parece que tendre que encadenarte en la mazmorra.

– Que medieval te pones -replique, zafandome de su abrazo con fingido pudor al ver que teniamos publico.

– Lo que tu me inspiras.

– Scusi? -Fray Lorenzo nos miro con las cejas enarcadas, impaciente por dar comienzo a la ceremonia, y yo, dejando mi replica para despues, me volvi obediente hacia el fraile.

No nos casabamos porque creyeramos que debiamos hacerlo. Esa ceremonia nupcial en el santuario de Lorenzo no era solo por nosotros, sino tambien para demostrar a los demas que, en efecto, estabamos hechos el uno para el otro, algo que los dos sabiamos hacia mucho tiempo. Ademas, Eva Maria exigia una oportunidad de celebrar el regreso de sus nietas desaparecidas, y Janice se habria puesto muy triste si no le hubieramos asignado un papel glamuroso en aquello. Asi que se habian pasado la tarde repasando el guardarropa de Eva Maria en busca del vestido perfecto de dama de honor mientras nosotros retomabamos mis clases de natacion en la piscina.

Sin embargo, aunque nuestra boda no fuese mas que una confirmacion de las promesas que ya nos habiamos hecho, me conmovio la espontaneidad de fray Lorenzo y ver a Alessandro a mi lado, escuchando con atencion el sermon del fraile.

Alli de pie, cogida de su mano, comprendi de pronto por que -toda la vida- me habia atormentado el miedo a morir joven. Siempre que habia intentado imaginar mi futuro mas alla de la edad a la que habia muerto mi madre, no habia visto mas que oscuridad. Por fin tenia sentido. Esa oscuridad no era la muerte, sino la ceguera; ?como iba a saber que algun dia despertaria -como de un sueno- a una vida cuya existencia desconocia?

La ceremonia prosiguio en italiano, con gran solemnidad, hasta que el padrino, Vincenzo -el marido de Malena-, le entrego los anillos a fray Lorenzo. Al reconocer el anillo del aguila, el fraile hizo una mueca de exasperacion y dijo algo que desato la carcajada general.

– ?Que ha dicho? -le susurre a Alessandro.

Aprovechando la ocasion para besarme el cuello, Alessandro me respondio en voz baja:

– Ha dicho: «?Santa Madre de Dios!, ?cuantas veces voy a tener que hacer esto?»

Cenamos en el claustro del monasterio, al abrigo de un enrejado cubierto de enredadera. Cuando empezo a anochecer, los hermanos entraron a buscar lamparas de aceite y velas de cera de abeja recogidas en recipientes de cristal artesanales, y el resplandor dorado de las mesas pronto ahogo la fria luz tremula del firmamento estrellado.

Era gratificante estar sentada junto a Alessandro, rodeada de personas que, de otro modo, jamas se habrian reunido. Tras los reparos iniciales, Eva Maria, Pia y el primo Peppo habian logrado llevarse estupendamente y desprenderse al fin de los viejos malentendidos familiares. ?Que mejor ocasion para hacerlo? A fin de cuentas, eran nuestros padrinos.

No obstante, la mayoria de los invitados no eran ni Salimbeni ni Tolomei, sino amigos sieneses de Alessandro y miembros de la familia Marescotti. Yo ya habia ido a cenar con tus tios varias veces -por no hablar de sus primos, que vivian en la misma calle-, pero era la primera vez que veia a sus padres y a sus hermanos de Roma.

Alessandro me habia advertido que su padre, el coronel Santini, no era un gran entusiasta de la metafisica, y que su madre solo le contaba lo estrictamente necesario de la herencia Marescotti. No pudo alegrarme mas que ninguno de los dos quisiera conocer la historia de nuestro noviazgo y, aliviada, ya le habia apretado la mano a Alessandro bajo la mesa cuando su madre se inclino para susurrarme con un guino de complicidad:

– Cuando vengais a vernos, me cuentas lo que ocurrio de verdad, ?eh?

– ?Has estado alguna vez en Roma, Giulietta? -inquirio el coronel Santini, extinguiendo por un momento el resto de las conversiones con su potente voz.

– Eh…, no -dije, clavandole las unas en el muslo a Alessandro-. Pero me encantaria ir.

– Que raro…, tengo la sensacion de haberte visto antes -anadio el coronel, algo cenudo.

– Eso me paso a mi cuando nos conocimos -dijo su hijo, rodeandome con el brazo. Entonces me beso con descaro en la boca, hasta que todos empezaron a reir y a golpetear la mesa, y la conversacion, por suerte, se desvio al Palio.

Dos dias despues del drama de la cripta, la contrada dell'Aquila habia logrado ganar al fin la carrera, tras casi veinte anos de decepciones. A pesar de que el medico me habia aconsejado que me tomara las cosas con calma durante un tiempo, Alessandro y yo habiamos estado alli, presenciando la disputa y celebrando el renacer de nuestros destinos. Luego, junto con Malena, Vincenzo y todos los demas aguiluchos, nos habiamos dirigido a la catedral para asistir a la misa en honor a la Virgen y agradecerle elcencio con que habia obsequiado a la contrada dell'Aquila aun estando Alessandro en la ciudad.

Mientras estaba en la iglesia, cantando un himno que no sabia, pense en la cripta que se hallaba en algun lugar bajo nuestros pies, y en la estatua dorada que solo nosotros conociamos. Quiza algun dia la cripta podria volver a

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