– ?Te gusto? – No.

– ?Por que?

– Porque era agresivamente joven. Aposto conmigo a quien llegaba antes a la cuspide. El hecho es que me vencio p… me hizo recordar el base bat. ?No has visto nunca un partido: de base bat?

– No.

– Yo vi uno en Washington. Uno tiene que insultar a su contrincante hasta ponerlo nervioso. Cuando esta a punto de batir la pelota se le llama cabezota, soldado de infanteria, presidente Wilson, vejestorio y otras cosas por el estilo. Es de ritual. Lo importante es ganar a toda costa.

– ?Y tu no crees que sea necesario ganar a toda costa?

– Nadie dice que la gente deba ganar, Dinny.

– Pero todos lo intentamos, cuando llega el momento. – Se que eso ocurre, incluso con los hombres politicos. – ?Intentarias tu ganar a toda costa, tio?

– Probablemente.

– No lo creo. Yo, en cambio, si.

– Eres muy amable, querida; pero, ?por que este particular desdoro?

- Porque cuando pienso en el caso de Hubert, me siento tan sedienta de sangre como un mosquito. Estuve leyendo su Diario durante casi toda la noche pasada.

– La mujer – dijo Adrian, lentamente-, todavia no ha perdido su divina irresponsabilidad.

– ?Crees que corremos el peligro de perderla?

– No, porque sean cuales fueren las cosas que las mujeres podais decir, jamas lograreis aniquilar en el hombre el sentido innato de que el es vuestro guia.

– ?Que crees tu que es lo mejor para aniquilar a un hombre como Hallorsen, tio?

– A falta de cachiporra, el ridiculo.

– Me figuro que su idea sobre la civilizacion boliviana era absurda, ?verdad?

– Completamente. Todos sabemos que existen algunos monstruos de piedra curiosos e inexplicables, pero, si la he comprendido bien, su teoria no tiene fundamento. Solo que, querida, parecera que Hubert este complicado en este asunto. – Por el lado cientifico, no. Tomo parte en la expedicion solamente como encargado de loa transportes. – Y Dinny sonrio mirando a su tio a los ojos -. No estaria mal poner en ridiculo una necedad como esta, ?verdad? Y tu, tio, ?sabrias hacerlo tan admirablemente?

– ?Serpiente ?

– Pero, ?no es un deber de los hombres de ciencia el poner en ridiculo las ideas empiricas?

– Quiza si, si Hallorsen fuese un ingles. Pero puesto que es un americano, es preciso entregarse a otras consideraciones.

– ?Por que? Yo creia que la ciencia no tenia fronteras.

– . En teoria; pero en la practica, hay que cerrar los ojos. Los americanos son muy susceptibles. Sin duda recordaras reciente actitud hacia las teorias sobre la evolucion. Si en esa ocasion hubiesemos soltado, la carcajada, hubieramos podido incluso llegar a una guerra.

– ?Pero muchos americanos tambien se rieron de ellas! – Si, pero no hubiesen tolerado que unos extranos se burlasen de sus compatriotas. ?Quieres un poco de este souffle Solia?

Continuaron comiendo en silencio, estudiandose mutuamente el rostro con simpatia. Dinny estaba pensando: «Me agradan tus arrugas, y tu barba es pequena y graciosa». Adrian meditaba: «Me alegro de que tu nariz sea algo respingona. Tengo unas sobrinas y unos sobrinos muy atractivos». Finalmente Dinny dijo

– Bueno, tio Adrian, ?quieres buscar el modo de castigar a ese hombre por haber tratado a Hubert de un modo indecente?

– ?Donde esta ahora?

– Hubert me dijo que en los Estados Unidos.

– ?Has pensado, querida, que el nepotismo no es una cosa deseable?

– Pero tampoco la injusticia lo es, tio; y la sangre es mas espesa que el agua.

– Y este vino – anadio Adrian con una mueca – es aun mas denso. ?Para que quieres ver a Hilary?

– .Quiero lograr una presentacion para lord Saxenden.

– ?Por que?

– Papa dice que es un hombre importante.

– ?Es que estas tirando secretamente de los hilos, como suele decirse?

Dinny asintio.

– Ninguna persona sensible y honrada sabe tirar de los hilos con exito, Dinny.

1Rsta fruncio el entrecejo, y una amplia sonrisa descubrio sus dientes, muy blancos y regulares.

– - Pero yo no soy ni lo uno ni lo otro, querido tio.

– Veremos. Entre tanto, ?quieres uno de estos cigarrillos? Segun la propaganda, son los que mas de moda estan.

Dinny cogio un cigarrillo y, expulsando una larga bocanada de humo, dijo

– Viste al tio-abuelo Cuffs, ?verdad, tio Adrian?

– Si. Su despedida de este mundo estuvo llena de dignidad. Una vez muerto, adquirio el color del ambar. El tio Cuffs echo a perder su talento ingresando en la Iglesia; hubiese resultado un diplomatico perfecto.

– Yo le vi tan solo un par de veces. Pero, ?quieres decir que no hubiese podido lograr lo que queria, sin perder dignidad, tirando secretamente de los hilos?

– En su caso, querida, no se trataba de tirar de los hilos. En el se daban cita la dulzura y una fuerte personalidad.

– ?Y los buenos modales?

– Modales augustos. Los cuales con su muerte puede que hayan desaparecido.

– Bueno, tio, he de irme. Deseame que sea deshonesta y descarada.

– Y yo – dijo Adrian -, volvere al maxilar de Nueva Guinea con el que espero poder aniquilar a mis sabios colegas… Si puedo ayudar a Hubert de un modo decente lo hare. En todo caso, pensare lo que se pueda hacer. Dale recuerdos carinosos de parte mia; y ahora, adios, sobrina.

Se separaron y Adrian regreso a su museo. Volviendo a tomar su posicion frente al maxilar, empezo a pensar en una quijada muy distinta. Puesto que habia llegado a la edad en que la sangre de los hombres flacos, de costumbres moderadas, corre con lenta regularidad, su amor por Diana Ferse, que databa de varios anos antes de su fatal matrimonio con el capitan Ferse, tenia cierto caracter altruista. Antes que su propia felicidad deseaba la suya. La consideracion «?Que es lo que mas le conviene?» era siempre la primera en sus continuos pensamientos dedicados a Diana. Hacia tanto tiempo que estaba acostumbrado a vivir sin ella, la inoportunidad (jamas propia de el) estaba fuera de cuestion. Pero su rostro ovalado, de ojos negros, de labios y nariz deliciosos, un poco triste en los momentos de reposo, borraban continuamente los contornos de los maxilares, los femures y otros fenomenos interesantes de su trabajo.

Ella y sus dos hijos vivian en una pequena casa en Chelsea, con las rentas de un marido que, desde hada cuatro anos, estaba en -una casa de salud y que quiza ya nunca mas recobraria su equilibrio mental. Ella tenia casi cuarenta anos y, antes de que Ferse hubiese caido definitivamente en el abismo de, la locura, sufrio terriblemente. Hombre de la vieja escuela en cuanto al pensamiento y a los modales, educado a base de una vision coherente de la historia humana, Adrian aceptaba la vida con un fatalismo a medias humoristico. No era del tipo de los reformadores y la posicion de la mujer amada no le inspiraba el deseo de lograr el trofeo del matrimonio. Deseaba que ella fuese feliz pero, tal como estaban las cosas, no veia el modo de poder contribuir a dicha felicidad. Despues de todo, vivia en paz, con las rentas suficientes de quien habia sido maltratado por el Destino. Ademas, Adrian tenia algo del supersticioso sentimiento propio de los hombres primitivos para son los afectados por esta especial forma de desgracia. Ferse habia sido.un individuo decente hasta que el germen de la locura comenzo a penetrar en la coraza formada por la salud y la educacion. Su proceder durante los dos anos que precedieron a su total obscurecimiento, era liberalmente explicado por la enajenacion mental. Era uno de los afligidos por Dios y su desdicha exigia, por parte de los demas, la maxima compasion.

Adrian dejo el maxilar y cogio una reproduccion Pitecanthropus, ese ser curioso hallado en Trinil, en la isla de Java, y que durante mucho tiempo mantuvo en discrepancia las opiniones de si

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