– ?Que clase de carta es? -pregunto en cambio.

Scott se aclaro la garganta, una maniobra habitual para ganar un poco de tiempo, y dijo simplemente:

– Escucha.

Y le leyo la carta.

Cuando termino, el silencio se prolongo.

– No parece tan malo -dijo Sally finalmente-. Tiene un admirador secreto.

– Admirador secreto. Suena a expresion victoriana.

Ella ignoro el sarcasmo y guardo silencio.

Scott espero un instante.

– Segun tu experiencia profesional -pregunto luego-, ?no crees que tiene cierto tono de obsesion? ?De compulsion tal vez? ?Que clase de persona escribe una carta asi?

Sally tomo aire y se pregunto lo mismo.

– ?Te ha mencionado ella algo? ?Algo sobre esto? -insistio Scott.

– No.

– Eres su madre. ?No acudiria a ti si tuviera algun problema con los hombres?

La expresion «problema con los hombres» quedo suspendida entre ambos, reverberando con furia.

– Si, supongo que si. Pero no lo ha hecho.

– Bueno, cuando fue a visitarte, ?no te dijo nada? ?No advertiste nada en su conducta?

– No. ?Y tu? Paso un par de dias en tu casa.

– Tampoco. Apenas la vi. Estuvo saliendo con algunas amigas del instituto. Ya sabes, se marchaba a cenar y regresaba a las dos de la madrugada, dormia hasta mediodia y luego se entretenia por la casa hasta la hora de marcharse otra vez.

Sally Freeman-Richards inspiro hondo.

– Bueno, Scott -dijo muy despacio-, no estoy segura de que se trate de algo para preocuparse. Si Ashley tiene algun problema, tarde o temprano lo hablara con alguno de nosotros. Tal vez deberiamos darle tiempo. Y no creo que tenga sentido dar por sentado que hay un problema antes de oirlo directamente de su boca. Creo que estas exagerando.

«Una respuesta muy razonable», penso Scott. Muy reveladora. Muy liberal. Muy en sintonia con quienes eran y donde vivian. Y completamente equivocada.

Ella se levanto y se acerco a un mueble antiguo en un rincon del salon, se tomo un momento para ajustar un plato chino expuesto en una balda y dio un paso atras para examinarlo con ceno. En la distancia, oi a algunos ninos jugando bulliciosamente, pero en la sala donde estabamos no habia mas que un tictac de tension.

– ?Como supo Scott que algo iba mal? -pregunto ella por segunda vez.

– Exacto. La carta, tal como tu la citas, podria haber significado cualquier cosa. Su ex esposa fue lista al no precipitarse a ninguna conclusion.

– Muy propio de los abogados, ?no?

– Si lo entendemos como cautela, si.

– ?Y te parece que fue inteligente? -pregunto. Agito una mano al aire, como descartando mis preocupaciones-. El lo sabia por una corazonada, porque si. Supongo que podriamos llamarlo instinto, aunque suene simplista. Es un poco el residuo animal que acecha en alguna parte de todos nosotros: cuando tienes la sensacion, sabes que algo no va bien.

– Eso suena un poco traido por los pelos.

– ?Si? ?Has visto alguno de esos documentales sobre la llanura del Serengeti en Africa? ?Cuantas veces la camara capta una gacela alzando la cabeza, aprensiva de repente? No puede ver al depredador que acecha, pero…

– De acuerdo, pero sigo sin ver como…

– Bueno -interrumpio ella-. Tal vez si conocieras al hombre en cuestion…

– Si, supongo que eso podria ayudar. Despues de todo, ?no era ese el mismo problema al que se enfrentaba Scott?

– Lo fue. Naturalmente, al principio no sabia nada. No tenia ningun nombre, ni direccion, edad, descripcion, carnet de conducir, numero de la seguridad social, informacion laboral. Nada. Solo tenia un sentimiento extremo expresado en una pagina y una sensacion de preocupacion arraigada en lo mas hondo.

– Miedo.

– Si, miedo. Y no completamente racional, como bien senalas. Estaba solo con su miedo. La clase mas dura de ansiedad: peligro indefinido y desconocido. Una encrucijada dificil, ?no?

– Si -dije-. La mayoria de la gente no habria hecho nada.

– Al parecer Scott no era como la mayoria.

No respondi, y ella inspiro profundamente antes de anadir:

– Pero si entonces, al principio, hubiera sabido contra quien se enfrentaba, se habria sentido… -Se interrumpio.

– ?Como?

– Perdido.

2 Un hombre de ira inusitada

La aguja del tatuador zumbaba con una urgencia similar a un moscardon que revoloteara sobre su cabeza. El hombre de la aguja era un tipo grueso y musculoso, decorado con dibujos multicolores que se extendian como enredaderas por sus brazos, subian hasta sus hombros y se enroscaban en su cuello, para terminar en los colmillos de una serpiente bajo la oreja izquierda. Se agacho como si fuera a rezar, aguja en mano, para iniciar la tarea, pero vacilo y pregunto:

– ?Esta seguro de que quiere esto?

– Estoy seguro -respondio Michael O'Connell.

– Nunca he hecho un tatuaje asi.

– Alguna vez tiene que ser la primera.

– Espero que sepa lo que esta haciendo. Le va a doler un par de dias.

– Siempre se lo que estoy haciendo -respondio O'Connell. Apreto los dientes para soportar el dolor y se acomodo en el sillon.

El grueso hombreton empezo a trabajar en el dibujo. Michael O'Connell habia escogido un corazon escarlata atravesado por una flecha que goteaba lagrimas de sangre. En el centro, el tatuaje tendria las iniciales AF; lo novedoso del tatuaje era su emplazamiento. Vio al artista esforzarse un poco. Le resultaba mas dificil perfilar el corazon y las iniciales en la planta del pie de O'Connell que a este mantener el pie en alto y firme. La aguja iba marcando la piel de aquel sitio sensible. Alli podias hacerle cosquillas a un nino, o acariciar a una amante. O utilizarlo para aplastar un bicho. Era el sitio mas adecuado para la multiplicidad de sus sentimientos, penso.

Michael O'Connell era un hombre con pocas relaciones exteriores, pero gruesas cuerdas, alambres de espino y solidos candados lo constrenian por dentro. Media casi un metro ochenta y tenia una densa mata de pelo oscuro y rizado. Ancho de hombros, resultado de muchas horas levantando pesas en el instituto, y estrecho de cintura, sabia que era guapo. Tenia magnetismo en su forma de alzar las cejas y en la manera en que abordaba cualquier situacion. Afectaba cierto descuido en su vestimenta que lo hacia parecer familiar y amistoso; preferia la pana al cuero para encajar mejor con la poblacion estudiantil, y evitaba llevar nada que sugiriese donde habia crecido, como vaqueros demasiado ajustados o camisetas estrechas. Ahora caminaba por Boylston Street hacia Fenway. La brisa matinal producia pequenos remolinos con las hojas caidas y la basura de la calle. Percibia algo de New Hampshire en el aire, una nitidez que le recordaba su juventud.

Le dolia el pie, pero era un dolor agradable.

El tatuador le habia dado un par de Tylenol y habia protegido con gasa y esparadrapo el dibujo, pero le habia advertido que caminar podria ser duro. No importaba, a pesar de lo mal que pudiera sentirse durante unos dias.

Вы читаете El Hombre Equivocado
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×