Al cabo de medio ano, cuando regresaba a la Tierra, Pavlysh hubo de detenerse en el planetoide Askor. Alli debia arribar la nave «Praga» con equipos para las expediciones que trabajaban en aquel sistema. De Askor, la «Praga» daria el Gran Salto a la Tierra.

Pavlysh llevaba en el planetoide dos dias. Conocia ya a todos y todos lo conocian a el. Iba de visita, tomaba te, dio una charla acerca de los progresos de la reanimacion y jugar una simultanea de ajedrez en la que, para verguenza de la Flota de Altura, perdio la mitad de las partidas. Pero la «Praga» no llegaba.

Pavlysh se dio cuenta de una extrana peculiaridad de su persona. Si llegaba a algun sitio en donde habia de pasar un mes, los primeros veintiocho dias transcurrian sin que se diera cuenta, pero los dos ultimos se prolongaban una tediosa eternidad. Si lo destinaban a algun sitio por un ano, vivia normalmente once meses y medio. Esta vez le ocurria lo mismo. Casi medio ano no habia pensado en su casa, no tenia tiempo para ello. Pero la ultima semana era un verdadero suplicio. Los ojos estaban cansados de ver nuevos prodigios, y los oidos de escuchar canciones de mundos lejanos… ?A casa, a casa, a casa!

Pavlysh mataba el tiempo en la cantina, leyendo la inmortal obra de Maquiavelo La historia de Placencia, que era el tomo mas voluminoso de la biblioteca. La geologo Ninochka, tras el mostrador, fregaba perezosamente unas copas. En la cantina hacian guardia todos, por turno.

El planetoide se estremecio. Parpadearon las bombillas del techo.

— ?Quien ha llegado? — pregunto Pavlysh, con timida esperanza.

— Un carguero local — respondio Ninochka —. De cuarta clase.

— No saben atracar — dijo el mecanico Ahmet, que, sentado a un velador, engullia unas salchichas.

Pavlysh exhalo un suspiro. Los ojos de Ninochka expresaban viva compasion.

— Slava — dijo la joven —, es usted un enigmatico peregrino a quien el viento estelar lleva de un planeta a otro. No recuerdo en donde lei de un hombre asi. Es usted cautivo de la mala suerte.

— Muy bien dicho. Soy cautivo, peregrino y martir.

— Si es asi, no sufra. La suerte decidira todo por usted.

La suerte aparecio en la puerta de la cantina encarnada en un hombre bajo y grueso de penetrantes ojuelos negros. Se llamaba Spiro, y Pavlysh lo recordaba.

— Bien — dijo Spiro con la voz de un hombre recien llegado de la galaxia vecina —, ?que se puede tomar aqui? ?Que ofrece este salon a un solitario cazador?

Ninochka dejo en el mostrador una copa de limonada, y Spiro se acerco, anadeando.

— ?No tienen nada mas sustancial? — pregunto —. Prefiero el acido nitrico.

— Ya no queda — le explico Ninochka.

— Hace poco llegaron unos piratas cosmicos de la Estrella Negra — tercio Pavlysh en la conversacion —. Se soplaron tres barricas de ron y luego hicieron saltar por los aires el alambique. Pasamos a la ley seca.

— ?Que? — pregunto, alarmado, Spiro —. ?Piratas?

Quedo inmovil, la copa de limonada en la mano, pero, al punto, reconocio a Pavlysh.

— Oye — dijo —, yo te conozco.

En aquel mismo instante farfullo el altavoz, y el jefe de movimiento pronuncio:

— Pavlysh, sube aqui. Doctor Pavlysh, ?me oyes?

Las palabras de Spiro alcanzaban a Pavlysh y lo empujaban por la espalda.

— ?Te espero aqui! No se te ocurra ir a ninguna parte. No sabes la falta que me haces. No puedes imaginartelo.

El pequeno y siempre nostalgico tamil que llevaba ya dos anos trabajando alli de jefe de movimiento, dijo a Pavlysh que la «Praga» tardaria, por lo menos, unos cinco dias.

Pavlysh aparento que la noticia no lo afectaba, pero temia que no podria sobrevivir aquello. Bajo a la cantina, haciendo sonar las herraduras de su calzado.

Spiro se hallaba en medio del local, con la copa vacia. Sus ojos negros despedian centellas, como si quisiera quemar el plastico del mostrador.

— ?Que calamidad es esta? — preguntaba a Ninochka —. Les voy a arrancar la cabeza a todos. ?Frustrar una empresa tan importante! ?Enganar a los camaradas! ?Algo inaudito! Eso no habia ocurrido nunca en toda la historia de la flota. Simplemente han olvidado, ?comprendes? han olvidado en Tierra-14 dos contenedores. ?Fijate bien, no uno, sino dos! ?Que te parece?

— ?Era importante el cargamento? — pregunto Pavlysh.

— ?Importante? — a Spiro le temblo la voz. Pavlysh temio que pudiera echarse a llorar. Pero Spiro no lo hizo. Miraba a Pavlysh. Y este se sintio como un raton en el que hubiera puesto sus ojos un gato famelico —. ?Galagan! — dijo Spiro —. Tu eres nuestra salvacion.

— Yo no soy Galagan; soy Pavlysh.

— Cierto, Pavlysh. Tu y yo liquidamos las consecuencias de la explosion en una mina de la Luna. Cientos de victimas, un fuego volcanico. Yo te saque de entre las llamas, ?cierto?

— Casi.

— ?Ves? estas en deuda conmigo. En Sentipera hay en el segundo almacen unos contenedores de reserva. No sabia que habrian de hacerme falta, pero no los di a nadie. Tu volaras a Sentipera y perderas un dia en sacarselos a Guelenka. Primero te dira…

— No le calientes la cabeza — dijo Ninochka —. ?Crees que no esta bien claro para todos que los contenedores no son tuyos?

— ?Son mios!

— ?Naranjas de la China! — dijo Ahmet.

— ?Son mas que mios! — exclamo, indignado, Spiro —. Sin ellos, todo esta perdido. Sin ellos, pararia el trabajo de todo el laboratorio. La vida cientifica de todo un planeta quedaria paralizada.

— Si es asi, vuela por tus contenedores — le aconsejo Ninochka.

— ?Y quien llevara el cargamento a Proyecto? ?tu?

— Sabes perfectamente que aqui todos estamos ocupados.

— Eso, precisamente, es lo que yo digo.

Spiro se acerco al velador al que se habia sentado Pavlysh y dejo caer ante este una gran y apretada saca.

— Esto es para ti — dijo.

La saca se abrio, y de ella cayeron unas cuantas cartas y unos paquetes postales. Sobres, microfilmes y videocasetes se esparcieron lentamente por la pulida superficie del velador, amenazando con volar al piso. Pavlysh y la cantinera se apresuraron a recoger todo aquello para meterlo de nuevo en la saca.

— Siempre trata asi el correo — observo Ninochka —. Arma cada vez un guirigay de miedo y luego lo deja todo tirado y se larga.

Spiro era un tipo divertido. Pavlysh recogia las cartas. Sentia que no podria soportar otra semana en el planetoide. ?Y si arriesgaba y volaba a Sentipera?

— Aqui tiene otra carta — dijo Ninochka, pasando a Pavlysh un sobre con una videohoja. En el sobre ponia: «Proyecto-18. Laboratorio central. A Marina Kim».

Pavlysh releyo tres veces las senas, lentamente, y luego, con mucho cuidado, metio el sobre en la saca.

— Haremos asi — dijo Spiro —: yo saldre ahora mismo para Sentipera. ?Dios me libre de tener que regresar sin los contenedores! ?Tu no conoces a Dimov! Y lo mejor que te puede ocurrir es que no llegues a conocerlo. Me quedan veinte minutos. Ahora te doy una lista de los cargamentos y te mostrare en donde se halla mi goleta. Luego, el hortelano te suministrara verduras, lo cargaras todo y lo llevaras a Proyecto. No te preocupes, el carguero tiene control automatico y no pasara de largo. ?Esta claro? Y mira, no opongas resistencia, todo esta ya decidido, y tu no tienes derecho a fallarle a un viejo amigo.

Spiro amenazaba, imploraba, persuadia, manoteaba e iba y venia precipitadamente por la cantina, descargando sobre Pavlysh aludes de frases y signos de admiracion.

— ?Acabe de una vez y escucheme! — bramo Pavlysh con todo el volumen de su potentisima voz —. ?Estoy de acuerdo en volar a Proyecto! ?He resuelto, sin necesidad de sus argumentos, volar a Proyecto! ?En resumidas cuentas, tal vez sonara hacia mucho con volar a Proyecto!

Spiro quedo de una pieza. Sus negros ojuelos se humedecieron. Sintio que se le hacia un nudo en la garganta, pero logro dominar su emocion y dijo rapidamente:

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