normas cuando era necesario. Y despues de la partida ya no tendria importancia.

— ?Y si te mareas?

— Nunca me he mareado en el mar.

— Eso no significa nada.

— Hable con la comandante Newton. Me da un noventa y cinco por ciento de probabilidades a favor. Sugiere que tomemos el trasbordador de la medianoche, cuando no haya aldeanos en los alrededores.

— Veo que tienes todo planeado — dijo Loren sin ocultar su admiracion —. Nos veremos en la Pista Dos, quince minutos antes de la medianoche. — Vacilo y luego anadio con un nudo en la garganta: — No volvere a bajar de la nave. Dale mis saludos a Brant.

No podia enfrentar ese momento de angustia. Mas aun, desde la partida de Kumar no habia vuelto a pisar la casa de los Leonidas. Brant habia vuelto a instalarse alli para consolar a Mirissa. Loren era otra vez un extrano en sus vidas.

Ahora que faltaba poco para la inexorable separacion pensaba en Mirissa con amor pero sin deseo. Un sentimiento mas profundo, y sumamente doloroso, embargaba su mente.

Con todas sus fuerzas anhelaba conocer a su hijo, pero seria imposible debido a los nuevos plazos. Habia escuchado los latidos de su corazon mezclados con los de su madre, pero jamas lo alzaria en sus brazos.

El trasbordador intercepto al Magallanes frente a la cara diurna del planeta; Mirissa lo vio cuando aun se hallaba a cien kilometros de distancia. Conocia sus verdaderas dimensiones, pero al verlo brillando al sol le parecio un juguete.

A diez kilometros no parecia mas grande que antes. Sus ojos y su mente aun le decian que esos circulos oscuros en la seccion central solo eran ojos de buey. Recien cuando se acerco al interminable casco curvo de la nave su mente acepto que se trataba de compuertas de carga y pasajeros, y que el trasbordador penetrarla por una de ellas.

Loren parecia preocupado cuando Mirissa se desabrocho el cinturon de seguridad; era el momento de peligro cuando, al soltarse por primera vez de sus ataduras, el confiado pasajero comprendia que la gravedad cero en realidad no era tan divertida como habia pensado. Pero Mirissa atraveso la esclusa neumatica con toda serenidad, empujada suavemente por Loren.

— Afortunadamente, no sera necesario atravesar la zona de ge-uno; asi evitamos el problema de la doble readaptacion. No sentiras la fuerza de gravedad hasta que vuelvas al planeta.

Hubiera sido interesante visitar los cuartos de la tripulacion en el sector central de la nave. Pero eso hubiera suscitado una infinidad de conversaciones de cortesia, que era lo que menos deseaba en ese momento. Por suerte el capitan Bey se encontraba en Thalassa; no seria necesario hacerle una visita de cortesia para agradecer su gesto.

Salieron de la esclusa a un pasadizo tubular que aparentemente surcaba la nave de punta a punta. De un lado habia una escalera; del otro dos hileras de lazos flexibles de donde uno podia tomarse, y que se deslizaban lentamente en ambas direcciones por dos ranuras paralelas.

— Este es un lugar muy incomodo en el momento de la aceleracion — dijo Loren —. Se convierte en un pozo vertical de dos kilometros de profundidad. Para eso estan la escalera y el pasamanos. Ahora toma un lazo y deja que te lleve.

Se deslizaron suavemente un par de cientos de metros y luego tomaron un corredor perpendicular al pasadizo principal, por donde avanzaron unas decenas de metros.

— Suelta el lazo — dijo Loren —. Quiero que veas esto.

Mirissa lo solto, y flotaron hasta detenerse frente a una ventana larga y estrecha. A traves del grueso pano de vidrio Mirissa vio una gran caverna metalica, fuertemente iluminada. Aunque estaba desorientada adivino que el gran corredor cilindrico debia surcar todo el ancho de la nave y que, por consiguiente, la barra central debia ser el eje.

— El empuje cuantico — dijo Loren con orgullo.

No trato de describir las vagas formas metalicas y cristalinas, los contrafuertes de extranas formas adosadas a los muros, las constelaciones de luces intermitentes, la esfera absolutamente negra y desnuda que parecia girar.

— La mayor conquista del genio humano... el ultimo regalo de la Tierra a sus hijos — dijo Loren despues de un rato —. Algun dia, gracias a eso, seremos los amos de la galaxia.

El viejo Loren, arrogante y orgulloso, antes de que Thalassa lo suavizara, penso Mirissa con desagrado. Pues bien, sea. Pero algo en el ha cambiado para siempre.

— ?Crees tu que la galaxia se dara cuenta? — pregunto con suave ironia.

Pero se sentia impresionada al contemplar esas maquinas enormes e incomprensibles, gracias a las cuales habia conocido a Loren a pesar de los anos luz de distancia. No sabia si agradecerles lo que le habian dado o maldecirlas por lo que proximamente le quitarian.

Recorrieron el laberinto, siempre hacia el corazon del Magallanes. No se cruzaron con nadie: testimonio de las dimensiones de la nave y lo pequeno de su tripulacion.

— Ya llegamos — en tono suave y solemne — Este es el Guardian.

Mirissa clavo la mirada atonita en el rostro dorado que la contemplaba desde el nicho y floto hacia el. Palpo el metal frio: por consiguiente era un objeto real, no una representacion.

— ?Que... quien es? — susurro.

— Esta nave transporta los mayores tesoros artisticos de la Tierra — dijo Loren con orgullo —. Este es uno de los mas famosos. Un rey que murio muy joven... era apenas un muchacho...

Loren no pudo continuar. Ambos habian pensado lo mismo. Mirissa se seco las lagrimas y leyo la inscripcion bajo la mascara:

TUTANKAMON

1361-1343 a.C.

(Valle de los Reyes, Egipto, 1922 AD)

Si, habia muerto practicamente a la misma edad que Kumar. El rostro dorado los contemplaba desde los milenios y los anos luz: el rostro de un joven dios, muerto en la flor de la edad. Trasuntaba poder y seguridad, sin la arrogancia y

la crueldad que le hubieran dado los anos no vividos.

— ?Por que lo pusieron aqui? — pregunto Mirissa, pero ya habia adivinado la respuesta.

— Nos parecio un simbolo apropiado. Los egipcios creian que, si se cumplian determinados ritos, los muertos revivirian en una especie de mundo de ultratumba. Claro que era pura supersticion, pero nosotros lo hemos vuelto realidad.

Pero no como yo lo hubiera deseado, penso Mirissa con tristeza. Contemplo los ojos renegridos del joven rey, que le devolvian la mirada desde su mascara de oro incorruptible:

No podia creer que fuese tan solo una maravillosa obra de arte y no una persona viva.

No podia apartar los ojos de esa mirada serena e hipnotica. Extendio el brazo otra vez para acariciar la mejilla de oro. El metal precioso le recordo un poema hallado en el Archivo de Primer Descenso, cuando buscaba palabras de consuelo en la literatura. La mayoria de los centenares de versos leidos no le habian significado nada, pero estos («autor desconocido — 1800-2100») eran perfectamente apropiados:

Devuelven al acunador el cuno del hombre Los muchachos que mueren en la flor de la edad y jamas envejeceran.
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