puede disparar -dice aleccionador-. En la Zona, no digamos disparar, a veces es peligroso tirar una piedra. ?Y tu? - pregunta al Profesor.

Este coge con dos dedos el borde del cuello del anorac.

– Para un caso asi yo traigo una ampolleta -dice contrito.

– ?Que, que?

– Una ampolleta de defensa. Veneno.

El Guia esta pasmado.

– ?Venga, venga, muchachos!… No, eso… ?Es que han venido aqui a morir? ?No quiere nadie aliviarse? -salta a los durmientes- Miren, despues es posible que no haya tiempo. O no haya donde…

Se aparta de la vagoneta y desaparece al instante en la niebla.

– Pues, tiene razon, ?para que ha venido usted aqui? Un escritor de moda, con una quinta tan estupenda… Las mujeres, de seguro, se le cuelgan al cuello en racimos… -El Profesor mira al Escritor enarcando las cejas.

– Eso usted no lo puede comprender, Profesor -responde distraidamente el Escritor, arrojando al aire y recogiendo en la mano un vasito plegable-. Hay un concepto que se llama inspiracion. Voy a solicitarla.

– ?Como es eso, quiere decir que ha perdido la vena literaria? -pregunta el Profesor en voz baja.

– ?Que? Ah, si, el caso es que nunca la tuve. Bueno, esto no es interesante. ?Y usted?

El Profesor no tiene tiempo de responder. Aparece el Guia.

– Pronto nos iremos. Preparense.

PARTE 3. La Zona

La niebla se ha desvanecido.

Ala izquierda del terraplen se extiende hasta el horizonte un llano montuoso, sin el menor sintoma de vida, sumido en verdosas sombras. Pero sobre el horizonte, propagandose en el claro cielo, despunta un resplandor esmeralda, puro como el color del arcoiris: el alba propio de la Zona. Y tras la negra cadena de los cerros asoma pesadamente el sol verde, roto en varios pedazos desiguales.

– Tambien por esto he venido aqui… -pronuncia con voz ronca el Escritor.

Su rostro es verdoso como el del Profesor. El Profesor calla.

– No miran donde deben -dice la voz del Guia-. Miren aqui.

El Escritor y el Profesor se vuelven.

A la derecha del terraplen tambien se prolonga un llano montuoso, se ven a lo lejos unos postes, el armazon retorcido de una linea de alto voltaje. Se divisa una carretera entre los cerros. Aqui el terraplen describe un ancho arco, y desde el lugar donde estan nuestros personajes se ve bien la cabeza del convoy que trajo aqui hace tiempo una unidad de tanques.

Pero algo habia ocurrido ahi, delante, la locomotora y las dos primeras plataformas habian descarrilado, varias de las plataformas siguientes estaban atravesadas en la via, los tanques caidos ensenaban los costados o las orugas al aire en el terraplen y bajo el terraplen. Por lo visto, habian conseguido bajar varios carros al pie del terraplen y hasta intentaron llevarlos a la carretera, pero no llegaron: quedaron parados entre la carretera y el terraplen en pequenos gupos, con los caflones apuntando a diversos lados, algunos, no se sabe por que, sin orugas, otros hundidos en el suelo hasta la torrecilla, unos cerrados hermeticamente y otros, con las escotillas abiertas de par en par.

– Y donde esta… la gente? -pregunta en voz baja el Escritor-. Porque alli habia gente.

– Lo mismo pienso yo aqui cada vez -responde el Guia bajando la voz-. Porque yo los vi embarcar en nuestra estacion. Yo era entonces un chiquillo. Entonces todos creian que eran intrusos que querian conquistarnos. Por eso lanzaron a estos… Estrategas… -escupe-. No volvio nadie. Ni un alma. Penetraron. Bueno, basta. Entonces, nuestra direccion general sera aquel poste que se ve alli… -Extiende el brazo senalando-. Pero no miren el poste. Miren a sus pies. Lo he dicho y lo repito otra vez. Ustedes son unos mierdas. Unos novatos. Sin mi no valen nada, estan perdidos como conejos. Por eso yo ire detras. Iremos en fila india. Encabezaran la marcha por turno. Primero ira el Profesor. Yo senalo la direccion, no se aparten porque sera peor para ustedes. Tomen la mochila.

El Profesor se echa, la mochila a la espalda.

– Asi, Profesor, la primera direccion es aquella piedra blanca. ?La ves? Andando. -ordena el Guia.

El Profesor comienza a descender del terraplen ell primero. Cuando se aleja cinco pasos, cl Guia ordena:

– ?Oye, tu, Escritor! ?Siguelo!

Y, aguardando un poco, empieza a descender el mismo.

Ha terminado la manana verde de la Zona, se ha diluido en la luz habitual del sol.

Tras haber descendido del terraplen, trepan ahora despacio, en fila india, por la pendiente suave de un cerro.

Desde aqui el terraplen se ve como sobre la palma de la mano. Algo raro ocurre alli, sobre los tanques vencidos; se diria que chorros de aire caliente ascienden sobre este lugar: de cuando en cuando se enciende y tornasola en ellos un brillante arco iris.

Pero no miran alli. El Profesor va delante y antes de cada paso escudrina receloso el lugar donde poner el pie. El Escritor lo sigue, mirando no tanto a sus pies como a los del Profesor.

Observa mal la distancia, pero el Guia de momento calla. Su mirada resbala con la automatica rapidez acostumbrada de sus propios pies a la nuca del Escritor, a la nuca del Profesor, a la derecha del Profesor, a la izquierda del Profesor y de nuevo a sus pies.

El Profesor llega a la cumbre del cerro, y el Guia ordena al instante:

– ?Alto!

El profesor se detiene obediente, pero el Escritor da otros dos pasos y se vuelve muy disgustado.

El Guia esta inmovil, entrecerrados los ojos, y mueve los dedos de la mano extendida como palpando algo en el aire.

– Bueno, ?Que pasa ahi? – inquiere con repugnancia el Escritor.

El Guia baja cuidadosamente la mano y se acerca de lado al Profesor. En su rostro se reflejan la tension y la perplejidad.

– No se muevan -dice con voz ronca-. Ahi parados, sin moverse…

El Escritor mira a los lados asustado.

– ?No te muevas, imbecil! -profiere con voz ronca el Guia.

Estan inmoviles, como estatuas, y los rodea la hierba verde y apacible, los arbustos ondulan despacito al soplo del viento, y todo lo ilumina un sol esplendente y acariciador. Luego el Guia dice de pronto en un suspiro:

– Hemos salido de un mal paso… Andando. No, aguarden, echemos un pitillo.

Se sienta en cuclillas y saca del bolsillo una cajetilla de tabaco. Tira de un cigarrillo con los labios y tiende la cajetilla al Profesor, que se acuclilla al lado.

El Escritor pregunta con irritacion:

– Bueno, ?puedo acercarme a ustedes, por lo menos?

– Si -responde el Guia dando una chupada-. Puedes acercarte.Acercate.- Su voz se endurece-. ?Que te habia dicho yo?

El Escritor se detiene a medio camino.

– ?Que te habia dicho yo, mamarracho? Yo te digo “?Alto!” y tu sigues arreando; yo te digo: “?No te muevas?”, y tu venga a mover el bote…No, el no llegara -dice el Guia al Profesor.

– ?Que se le va a hacer? Reacciono mal -dice quejumbroso el Escritor-. Deme un pitillo, por favor…

– Si reaccionas mal tenias que haberte quedado en casa -dice el Guia, sacando del bolsillo un punado de tuercas de diferentes tamanos.

Empieza a “tantear” el camino.

Tira una tuerca delante. Pausa. Se acerca despacio al lugar donde ha caido. Tira otra. Y asi paso a paso, de una tuerca a otra.

El Guia llama al Profesor:

– ?Venga! Parece que hemos salido del paso…

Avanzan con pies de plomo. El Profesor, el Escritor y el Guia. El sol ya esta en lo alto, en el cielo no hay ni una

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