escondian la mitad de la cara. La mandibula inferior era alargada; tenia los labios azules, y las orejas enormes, azuladas. No se habia afeitado. Unos guantes antirradiacion de color rojo le colgaban de las munecas, sujetos por los cordones.

Nos miramos un rato con una aversion no disimulada. Los cabellos hirsutos de Sartorius (evidentemente el mismo se los habia recortado) eran de color plomo; la barba entrecana. Como Snaut, tenia la frente quemada, pero solo la mitad inferior; por encima era palida; se ponia sin duda alguna clase de gorra, cuando se exponia al sol.

— Bueno, estoy escuchando — me dijo.

Yo tenia la impresion de que no le importaba lo que yo queria decirle; tenso, y pegado siempre a la placa de vidrio, estaba atento sobre todo a lo que ocurria a sus espaldas.

Desconcertado, yo no sabia como empezar.

— Me llamo Kelvin… Sin duda ha oido hablar de mi. Soy, o mejor dicho era, colega de Gibarian.

El rostro enjuto de Sartorius, todo planos verticales — asi me lo imaginaba yo a Don Quijote— era inexpresivo; y esto no me ayudaba a encontrar las palabras.

— He sabido que Gibarian… ha muerto.

Me interrumpi.

—?Si! Lo escucho — dijo Sartorius, impaciente.

—?Se suicido? ?Quien encontro el cadaver? ?Fue usted o Snaut?

—?Por que me lo pregunta a mi? ?No le ha informado el doctor Snaut?

— Deseaba oir la version de usted.

— Usted ha estudiado psicologia, doctor Kelvin, ?no es cierto?

— Si. ?Y entonces?

—?Usted sirve a la ciencia?

— Si, por supuesto. ?Que relacion?…

— Usted no es comisario ni empleado de la justicia. En este momento son las dos y cuarenta, y usted, en lugar de ocuparse de las tareas que le fueron asignadas, no solo ha amenazado forzar la puerta del laboratorio sino que ademas me interroga como si me considerase sospechoso.

La transpiracion le corria por la cara. Yo estaba decidido, y dije, apretando los dientes:

—?Usted es sospechoso, doctor Sartorius! — y continue, furioso—: ?Ademas, lo sabe perfectamente!

— Kelvin, si no se retracta y me pide disculpas, enviare una denuncia contra usted.

—?Por que le pediria disculpas? ?Porque se encierra y se atrinchera en este laboratorio, en vez de salir a saludarme, en vez de decirme la verdad sobre lo que pasa aqui? ?Ha perdido por completo la cabeza? Y usted, si, ?quien es usted? ?Un sabio o un misero cobarde? ?Responda!

No se que otras cosas le grite. Sartorius ni siquiera se inmuto. Unas gruesas gotas le resbalaban por las mejillas de poros dilatados. De pronto, comprendi: ?no me habia oido! Las manos cruzadas a la espalda, sujetaba con todas sus fuerzas la puerta que se sacudia, como si alguien, del otro lado, ametrallara el panel.

Con una voz extrana, aguda, Sartorius gimio:

—?Vayase! Se lo suplico… ?Retirese, por amor de Dios! Baje, yo ire a reunirme con usted, hare cuanto quiera, pero ahora se lo suplico, ?vayase!

La voz revelaba tal agotamiento que tendi maqui-nalmente los brazos, para ayudarlo a retener aquella puerta. Sartorius lanzo un grito de horror, como si yo le hubiese apuntado con un cuchillo. Empece a retroceder, mientras el gritaba con voz de falsete: —?Vayase! ?Vayase! Ya voy, ya voy, ya voy. ?No! ?No!

Entreabrio la puerta y se precipito en el cuarto. Me parecio que un objeto amarillo, un disco reluciente le habia brillado un instante sobre el pecho.

Un rumor sordo llegaba ahora del laboratorio; la cortina volo de costado; una gran sombra se proyecto sobre la pantalla de vidrio; luego la cortina volvio a caer y no vi nada mas. ?Que ocurria en la habitacion? Oi unos pasos precipitados, como si se hubiese entablado una persecucion, enloquecida: luego un estruendo de vidrios rotos, y la risa de un nino…

Las piernas me temblaban; yo miraba la puerta con ojos extraviados. El silencio habia sucedido al pandemonium. Me sente en el alfeizar plastificado de una ventana y alli me quede, un cuarto de hora quiza, no se, esperando a que algo ocurriese o sintiendome tan anonadado que ya no tenia ganas de levantarme. Me estallaba la cabeza. Se oyo un chirrido y una luz creciente ilumino el rellano.

Desde mi sitio, no veia mas que una parte del corredor que rodeaba el laboratorio. Yo estaba ahora en la cuspide de la Estacion, bajo el casco mismo de la superestructura; las paredes eran concavas e inclinadas, con ventanas oblongas a intervalos de unos pocos metros de distancia. Los postigos exteriores se levantaron, el dia azul tocaba a su fin. Un resplandor incandescente atraveso los ventanales. Las molduras de niquel, los pestillos, las bisagras: todo centelleo. En la puerta del laboratorio — el panel de vidrio— brillaron unas iridiscencias palidas. Me mire las manos, apoyadas sobre las rodillas; eran grises a la luz espectral. Mi mano derecha sostenia la pistola de gas; no me habia dado cuenta, ignoraba que habia retirado la pistola de la funda. La enfunde de nuevo. Sabia ya que ni siquiera una pistola radiactiva me habria ayudado. ?De que me hubiera servido? Yo no podia derribar la puerta y tomar por asalto el laboratorio.

Me incorpore. El disco solar se hundio en el oceano, como una explosion de hidrogeno; bajaba yo la escalera cuando me alcanzo con un abanico de rayos horizontales, que senti como una quemadura.

En mitad de la escalera me detuve a reflexionar y subi de nuevo. Fui por el pasillo, alrededor del laboratorio, y luego de recorrer un centenar de pasos me encontre frente a otra puerta de vidrio, identica a la anterior. No intente abrirla; sabia que estaba cerrada.

Escudrine la pared, buscando una abertura, una mirilla cualquiera. La idea de espiar a Sartorius se me habia ocurrido muy naturalmente. No me sentia avergonzado. Estaba decidido a terminar con las conjeturas y a conocer la verdad, aunque como ya imaginaba, la verdad fuera incomprensible.

Recorde que las salas del laboratorio estaban iluminadas por claraboyas, dispuestas en la cupula exterior de la Estacion; desde afuera seria posible entonces espiar a Sartorius. Ante todo yo tenia que bajar, y conseguir una escafandra y un equipo de oxigeno. Los tragaluces eran quiza lucernas de vidrio esmerilado; pero yo queria ver el laboratorio y no se me ocurria ninguna otra solucion…

Volvi a la cubierta inferior. La puerta de la cabina de radio estaba abierta. Snaut dormia hundido en el sillon. Entre en el cuarto y Snaut desperto sobresaltado.

—?Hola, Kelvin! — dijo con voz ronca. No respondi, y el continuo—: ?Averiguaste algo?

— Si… no esta solo.

Snaut torcio la boca.

— Ah ?de veras? Algo averiguaste en efecto. ?Tiene visitas?

Replique casi impulsivamente:

— No entiendo por que no quieres decirme de que se trata. Puesto que voy a quedarme aqui, tarde o temprano sabre la verdad. ?Por que estos misterios?

— Cuando tu tambien hayas recibido visitas, comprenderas.

Me parecio que mi presencia lo importunaba y que no deseaba continuar la charla.

Sali.

—?A donde vas?

No conteste.

La plataforma estaba como yo la habia dejado. Mi capsula calcinada se encontraba todavia alli, de pie, abriendo la boca. Me acerque al vestuario, donde se alineaban las escafandras. De pronto, aquella excursion al casco exterior dejo de interesarme.

Di media vuelta y tomando una escalera de caracol baje a los almacenes. Abajo, botellas y cajones se hacinaban en el estrecho corredor. Planchas de metal desnudo, de reflejos azulados, revestian las paredes. Avance un poco mas y los tubos escarchados del sistema de refrigeracion aparecieron bajo una boveda. Los segui hasta el fondo del corredor y alli desaparecieron.

Abri la pesada puerta, de dos pulgadas de espesor y revestida de espuma aisladora, y un frio glacial me invadio el cuerpo. Me estremeci. Yo estaba de pie en el umbral de una gruta tallada en un tempano, y de las grandes bobinas que parecian relieves esculpidos colgaban estalactitas. Tambien aqui, sepultados bajo una capa de nieve, se amontonaban los cajones y cilindros, y en las estanterias laterales habia cajas y bolsas transparentes que contenian una materia amarilla y oleosa. E1 techo abovedado descendia poco a poco, y una cortina escarchada

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