realidad, no tenia intencion de entrar, pero el picaporte cedio, la puerta se entreabrio, mostrando una hendedura negra; en seguida se encendieron las lamparas. Traspuse rapidamente el umbral, y sin ruido, volvi a cerrar la puerta. Luego me volvi.

Roce con los hombros el batiente de la puerta. La habitacion era mas grande que la mia; una cortina tachonada de florecillas rosadas y azules, traida sin duda de la Tierra con los efectos personales, y no prevista en el equipamiento de la Estacion, velaba tres cuartas partes de la ventana panoramica. A lo largo de las paredes se alineaban las estanterias, separadas entre si por armarios. Los armarios y bibliotecas, pintados con un esmalte de color verde palido y reflejos de plata, estaban vacios, y habia pilas de cosas hacinadas entre los sillones y las banquetas. A mis pies, dos mesas rodantes derribadas obstruian el paso, sepultadas bajo un monton de periodicos que escapaban de unos abultados portafolios, de costuras reventadas. Los libros, de folios desplegados en abanico, estaban manchados con liquidos de colores que se habian derramado de retortas y botellas rotas, de tapones corroidos; recipientes de un vidrio tan grueso que una simple caida, aun desde una altura considerable, no hubiera podido destrozarlos de esa manera. Debajo de la ventana habia un escritorio volcado, aplastando una lampara articulada. Dos patas de un taburete se hundian en un cajon entreabierto. Una verdadera inundacion de papeles de todos los tamanos cubria el piso. Reconoci la letra de Gibarian. Mientras me inclinaba a recoger las hojas sueltas, adverti que mi mano proyectaba una sombra doble.

Me enderece rapidamente. El cortinado rosa flameaba, atravesado por una linea incandescente de color blanco azulado, cada vez mas ancha. Descorri la cortina. Un resplandor insoportable avanzaba por el horizonte, persiguiendo a un ejercito de sombras espectrales que se levantaban entre las olas y se alargaban hacia la estacion. Amanecia. Luego de una hora nocturna, el segundo sol del planeta, el sol azul, subia en el cielo.

Cuando volvi al monton de papeles, el interruptor automatico apago las lamparas. Tropece ante todo con la minuciosa descripcion de un experimento decidido tres semanas antes: Gibarian tenia la intencion de exponer el plasma a una radiacion extremadamente intensa de rayos X. De acuerdo con el tenor del texto, comprendi que estaba destinado a Sartorius, quien organizaria las operaciones: lo que yo tenia en mis manos era una copia del proyecto.

La blancura de las paginas me lastimaba los ojos. Ese nuevo dia era distinto del anterior. A la tibia claridad del sol anaranjado, unas brumas rojizas habian planeado por encima del sol negro, de reflejos sanguinolentos, y una cortina purpurea habia velado casi constantemente las olas, las nubes, el cielo. Ahora, el sol azul atravesaba con una luz de cuarzo la tela floreada. Mis manos bronceadas parecian grises. La habitacion habia cambiado: todos los objetos de reflejos rojizos parecian empanados, y eran de un color gris pardusco, mientras que los objetos blancos, verdes y amarillos tenian un brillo mas intenso, como si irradiaran una luz propia. Entornando los ojos, me aventure a echar otra ojeada por la abertura del cortinado: una superficie de metal fluido vibraba y palpitaba bajo un cielo de llamas blancas. Cerre los ojos, y retrocedi. Sobre la repisa del lavabo (de borde recientemente mellado) encontre un par de grandes anteojos negros; me cubrian la mitad de la cara. La cortina irradiaba ahora una luz de sodio. Juntando las hojas y colocandolas sobre la unica mesa utilizable, continue leyendo. Habia lagunas en el texto; en vano recorri una y otra vez las paginas dispersas.

Encontre un informe de las experiencias ya realizadas y me entere de que durante cuatro dias consecutivos Gibarian y Sartorius habian sometido el oceano a una radiacion intensa en una cierta zona, a dos mil kilometros de la posicion actual de la Estacion. Ahora bien, el empleo de rayos X estaba prohibido por una convencion de la ONU (los efectos eran demasiado nocivos) y yo tenia la absoluta certeza de que nadie habia pedido a la Tierra que lo autorizaran a llevar a cabo estos experimentos. Levantando la cabeza, vi mi imagen en el espejo de la puerta entreabierta de un armario: un rostro macilento enmascarado con anteojos negros. Tambien el cuarto, poblado de reflejos blancos y azules, tenia un aspecto curioso. De pronto oi un chirrido prolongado: unas celosias exteriores, hermeticas, se deslizaron por delante de la ventana. Hubo un instante de oscuridad, y en seguida se encendieron las luces, que me parecieron muy debiles. Hacia cada vez mas calor; la monotona cadencia de los aparatos de refrigeracion era un chillido exasperado. Sin embargo, el calor sofocante no dejaba de aumentar.

Oi pasos. Alguien caminaba en la rotonda. De dos saltos silenciosos estuve junto a la puerta. Los pasos se hacian mas lentos; el desconocido estaba detras de la puerta. El picaporte bajo; maquinal, irreflexivamente, lo sujete; la presion no aumento ni se debilito. Nadie, del otro lado de la puerta, alzo la voz. Nos quedamos asi un momento. Aferrados los dos al picaporte. De pronto, la manija se levanto, y se me escapo de las manos. Los pasos se alejaron sigilosos. Escuche de nuevo, la oreja pegada al panel. No oi nada mas.

Los visitantes

Guardando apresuradamente en mi bolsillo las notas de Gibarian, me acerque al armario: trajes de labor y otras prendas habian sido empujadas a un costado, como si un hombre hubiese buscado refugio en el fondo del guardarropa. Del monton de papeles, en el suelo, asomaba el angulo de un sobre. Lo alce. Estaba dirigido a mi. La boca seca de aprension, rasgue el sobre. Adentro habia una hoja; tuve que hacer un esfuerzo para decidirme a desdoblarla.

En la letra regular, perfectamente legible aunque muy menuda de Gibarian lei dos lineas:

Suplemento A. Solar. Vol. I: Vot. Separat.

Messenger ds aff F.; Ravintzer: Pequeno Apocrifo.

Eso era todo. Ni una palabra mas. ?Encerrarian esas dos lineas alguna informacion importante? ?Cuando las habria escrito? Me dije que tendria que consultar cuanto antes los ficheros de la biblioteca. Conocia el suplemento del primer volumen del anuario de estudios solaristas; es decir, no lo habia leido pero sabia de su existencia. ?No se decia que tenia un valor meramente historico? En cuanto a Ravintzer y el Pequeno Apocrifo,nunca los habia oido nombrar.

?Que hacer?

Llevaba ya casi un cuarto de hora de retraso. De espaldas a la puerta, examine el cuarto una vez mas. Solo entonces vi la cama, puesta verticalmente contra la pared, y que ocultaba un gran mapa de Solaris. Algo colgaba detras del mapa; un magnetofono de bolsillo. Habian grabada nueve decimas de la cinta. Retire el magnetofono del estuche, que colgue de nuevo detras del mapa, y deslice el aparato en el bolsillo.

Me volvi a la puerta, y con los ojos cerrados, escuche atentamente. Nada. Abri la puerta a un abismo de oscuridad, hasta que al fin se me ocurrio sacarme los anteojos; los filamentos luminosos, bajo el cielo raso, alumbraban debilmente la rotonda.

Repartidos entre las cuatro puertas de los dormitorios y el pasadizo de la cabina de radio, se abrian en estrella muchos corredores. De pronto, saliendo de un corredor que llevaba al cuarto de bano comun, aparecio una elevada silueta, apenas visible en aquella penumbra.

Quede paralizado, clavado al suelo. Una mujer negra, gigantesca, se acercaba en silencio, contoneandose. Alcance a ver el brillo del blanco de los ojos y oi el blando golpeteo de los pies desnudos. La mujer vestia como unica prenda una falda amarilla, de paja trenzada; los senos enormes se bamboleaban libremente, y los brazos negros eran gruesos como muslos. Cruzo a mi lado — apenas a una distancia de un metro— y ni siquiera me echo una mirada. Moviendo ritmicamente la falda de paja, prosiguio su camino, parecida a esas estatuas esteatopigias de la Edad de Piedra que pueden verse en los museos de antropologia. Abrio la puerta de Gibarian. La silueta se perfilo nitidamente en el vano de la puerta, envuelta en la luz mas viva del interior del cuarto. Luego cerro otra vez la puerta. Yo estaba solo. Me tome la mano izquierda con la derecha y aprete un rato, hasta que me crujieron las articulaciones. Mire sin ver la sala vacia. ?Que habia ocurrido? ?Que era aquello? De pronto, vacile; recorde las advertencias de Snaut. ?Que significaba eso? ?Quien era esta monstruosa Afrodita? Di un paso, solo uno, hacia la cabina de Gibarian. Sabia que no iba a entrar. Husmee el aire. ?Por que? Ah, si. Instintivamente, habia esperado percibir algun olor, pero no habia notado nada, ni siquiera en el momento en que habiamos estado a un paso el uno del otro.

Ignoro cuanto tiempo me quede alli, apoyado contra el fresco tabique metalico, sin oir otro ruido que el rumor lejano, monotono de los climatizadores. Al fin reaccione, sacudi la cabeza, y fui a la cabina de radio. Apoye la mano en el picaporte y oi una voz aspera:

—?Quien anda por ahi?

— Soy yo, Kelvin.

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