– Se dictamino que fue un accidente -dijo Scott, y le parecio oir muy lejos su propia voz.

– Eso mismo ocurre con la mayoria de los incendios provocados, si uno hace bien su trabajo.

– No le creo.

Pero Scott volvio a mirar aquellos ojos y sintio que se le tambaleaba el mundo. Las imagenes acudieron a raudales: la sonrisa contagiosa de Geri, el pelo despeinado, los aparatos en los dientes, la manera como le sacaba la lengua en las reuniones familiares. Se acordo de su primer novio de verdad (un papanatas llamado Brad), de cuando nadie la invito a ir al baile del instituto, del discurso exaltado que pronuncio cuando se presento para el cargo de tesorera del consejo escolar, de su primer grupo de rock (era malisimo), de la carta de aceptacion de la universidad.

Scott sintio que se le anegaban los ojos.

– Solo tenia veintiun anos.

Silencio.

– ?Por que?

– A mi no me interesan los porques. Solo soy un asesino a sueldo…

– No, no me refiero a eso. -Scott alzo la mirada-. ?Por que me lo cuenta ahora?

Scott observo su reflejo en el espejo. Hablo en voz muy baja.

– Tal vez tenga razon.

– ?En que?

– En lo que ha dicho antes. -Se volvio hacia Scott-. Quizas, en definitiva, necesito hacerme la ilusion de que soy humano.

TRES MESES DESPUES

1

De pronto se producen desgarros. Asoman lagrimas en tu vida, profundas heridas de cuchillo que te atraviesan la carne. Tu vida es de una manera y de repente se hace trizas y se convierte en otra cosa. Se viene abajo como si la destripasen. Y tambien existen esos momentos en que tu vida simplemente se deshilacha. Alguien tira de una hebra suelta. Cede una costura. Al principio el cambio es lento, casi imperceptible.

Para Grace Lawson, empezo a deshilacharse en Photomat.

Se disponia a entrar en la tienda de revelado cuando oyo una voz vagamente familiar.

– ?Por que no te compras una camara digital, Grace?

Grace se volvio hacia la mujer.

– No se me dan bien los aparatos modernos.

– Vamos, pero si la tecnologia digital es tan facil como chasquear los dedos. -La mujer levanto la mano y chasqueo los dedos, por si Grace no conocia el significado de la palabra-. Y las camaras digitales son muchisimo mas practicas que las convencionales. Solo tienes que borrar las fotos que no quieres. Como los archivos del ordenador. Para nuestra tarjeta de Navidad…, bueno, Barry debio de sacar un millon de fotos a los ninos; ya sabes, una porque Blake parpadeo, otra porque Kyle miraba hacia donde no debia, lo que fuera, pero es que cuando sacas tantas, pues al final, como dice Barry, seguro que una te saldra bien, ?no?

Grace asintio. Intentaba rescatar del fondo de la memoria el nombre de la mujer, pero no lo conseguia. La hija -?era Blake?- iba a la misma clase que el hijo de Grace, que estaba en primero. O tal vez habian coincidido el ano anterior en el parvulario. Era dificil llevar la cuenta. Grace mantuvo la sonrisa fija en el rostro. La mujer era amable, pero se confundia con las demas. Grace se pregunto, no por primera vez, si tambien ella se confundia con el resto, si su antigua gran individualidad se habia integrado en el desagradable torbellino de la uniformidad suburbana.

La idea no era reconfortante.

La mujer siguio hablando de las maravillas de la era digital. A Grace empezo a dolerle la sonrisa fija. Miro el reloj, confiando en que la tecnomama captase la indirecta. Las tres menos cuarto. Casi la hora de recoger a Max en la escuela. Emma tenia clase de natacion, pero ese dia la llevaba otra madre. «El rebano a darse un bano», como habia comentado jocosamente la madre en exceso jovial con una risita. Si, muy graciosa.

– Tenemos que vernos -sugirio la mujer cuando ya se le acababa la cuerda-. Con Jack y Barry. Creo que se llevarian bien.

– Claro.

Grace aprovecho la pausa para despedirse con la mano, abrir la puerta y entrar en Photomat. La puerta de cristal se cerro con un chasquido y sono una campanilla. Lo primero que le llego fue el olor a productos quimicos, parecido al del pegamento. Se pregunto cuales serian los efectos a largo plazo de trabajar en semejante entorno y decidio que los efectos a corto plazo ya eran bastante molestos.

El chico que trabajaba detras del mostrador -y en este caso el uso por parte de Grace de la palabra «trabajar» era mas bien generoso- tenia una pelusilla blanca debajo de la barbilla, el pelo tenido de un color que habria intimidado a Crayola y suficientes piercings para hacer las veces de un instrumento de viento. Llevaba enroscado un par de auriculares. La musica estaba tan alta que Grace la sintio en el pecho. Tenia tatuajes, muchos. En uno se leia piedra, en otro aguafiestas. Grace penso que deberia llevar otro que rezara zangano.

– ?Disculpe?

No alzo la vista.

– ?Disculpe? -dijo, levantando un poco la voz.

Tampoco contesto.

– ?Eh, tu, tio!

Eso si que capto su atencion. Solto un grunido y entrecerro los ojos, ofendido por la interrupcion. Se quito los auriculares a reganadientes.

– La papeleta.

– ?Como?

– La papeleta.

Ah. Grace le dio el resguardo. A continuacion, El Pelusilla le pregunto como se llamaba. Eso recordo a Grace las lineas de atencion al cliente, que te piden que marques tu numero de telefono y luego, en cuanto se pone una persona real, vuelven a preguntarte el mismo numero. Como si la primera vez que lo solicitan fuese solo para practicar.

El Pelusilla -a Grace empezaba a gustarle el apodo- hurgo en un fichero lleno de paquetes de fotos y por fin saco uno. Arranco la etiqueta y le dijo un precio desorbitado. Ella le dio un cupon de Val-Pak, que desenterro de su bolso tras una excavacion equiparable a la busqueda de los manuscritos del Mar Muerto, y vio como el precio se reducia a algo mas razonable.

El chico le entrego las fotos. Grace le dio las gracias, pero el ya habia vuelto a conectarse la musica al cerebro. Ella se despidio con un gesto.

– No he venido por las fotos -dijo Grace-, sino por la amena conversacion.

El Pelusilla bostezo y cogio su revista. El ultimo numero de Modem Slacker, «el Zangano Moderno».

Grace salio a la calle. Hacia fresco. El otono habia desplazado al verano con su impetu caracteristico. Las hojas aun no habian empezado a caer, pero ya flotaba en el aire ese regusto a sidra. Los escaparates habian empezado a exhibir los adornos de Halloween. Emma, su hija de tercero, habia convencido a Jack para que comprara un globo de dos metros y medio con Homer Simpson disfrazado de Frankenstein. Grace tenia que reconocer que era genial. A sus hijos les gustaban Los Simpson, lo que significaba que, pese a todos sus esfuerzos, quiza Jack y ella les estaban dando una buena educacion.

Grace queria abrir el sobre alli mismo. Un carrete de fotos recien revelado siempre despertaba cierta emocion, esa expectacion de cuando uno va a abrir un regalo, esa precipitacion hacia el buzon a pesar de que nunca hay mas que facturas, sensaciones que la fotografia digital, por practica que fuese, nunca igualaria. Pero no tenia tiempo antes de la salida de la escuela.

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