Al subir por Heights Road al volante de su Saab, dio un pequeno rodeo para pasar por el mirador del pueblo. Desde alli se veian los edificios de Manhattan, sobre todo por la noche, extendidos como diamantes sobre terciopelo negro. La invadio la anoranza. Le encantaba Nueva York. Hasta cuatro anos antes, esa maravillosa isla habia sido su hogar. Tenian un loft en Charles Street, en el Village. Jack trabajaba en el equipo de investigacion medica de un laboratorio farmaceutico. Ella pintaba en el taller de su casa al tiempo que se burlaba de sus homologos de los suburbios, con sus cuatro por cuatro, sus pantalones de pana y sus conversaciones sobre ninos. Ahora era ya uno de ellos.

Grace aparco detras de la escuela con las demas madres. Apago el motor, cogio el sobre de Photomat y lo abrio. El carrete era del viaje anual a Chester para la cosecha de la manzana, que habian hecho la semana anterior. Jack no habia parado de sacar fotos. Le gustaba ser el fotografo de la familia. Lo consideraba una obligacion paterna y viril, eso de tomar fotos, como si fuera un sacrificio que todo padre debia realizar por su familia.

La primera imagen era de Emma, su hija de ocho anos, y Max, su hijo de seis, en un carro lleno de paja, con los hombros encorvados, las mejillas sonrosadas por el viento. Grace se quedo mirandolos un momento. La asaltaron sentimientos de… si, ternura maternal, primitiva y evolutiva a la vez. Eso era lo que ocurria con los ninos. Esas eran las pequenas cosas que le llegaban al alma. Se acordo de que ese dia hacia frio. El manzanar, lo sabia, estaria abarrotado de gente. Al principio no queria ir. Ahora, al ver la foto, se replanteo con asombro la idiotez de sus propias prioridades.

Las demas madres se agolpaban ante la valla de la escuela, parloteando y poniendose de acuerdo a fin de que sus hijos se vieran para jugar. Era, por supuesto, la era moderna, el Estados Unidos posfeminista, y sin embargo, entre alrededor de ochenta personas que esperaban a sus ninos, solo habia dos hombres. Grace sabia que uno era un padre que llevaba mas de un ano en el paro. Se le notaba en la mirada, el andar lento, el mal afeitado. El otro era un periodista que trabajaba en casa y siempre parecia demasiado interesado en hablar con las madres. Tal vez se sentia solo. U otra cosa.

Alguien llamo a la ventanilla del coche. Grace alzo la vista. Cora Lindley, su mejor amiga del pueblo, le hizo senas para que abriera la puerta. Grace obedecio. Cora se sento a su lado.

– ?Como fue tu cita de anoche? -pregunto Grace.

– Un desastre.

– Lo siento.

– El sindrome de la quinta cita.

Cora era una mujer divorciada y, en medio de todas aquellas «senoras que quedan para comer» nerviosas y excesivamente protectoras, resultaba un poco demasiado sexy. Vestida con una blusa escotada de piel de leopardo, malla de Spandex y zapatillas de color rosa, no encajaba en absoluto con el torrente de pantalones caquis y jerseis holgados. Las demas madres la miraban con recelo. Los residentes adultos de los suburbios pueden parecerse mucho a los adolescentes.

– ?Y cual es el sindrome de la quinta cita?

– Tu no tienes muchas citas, ?eh?

– Pues no -contesto Grace-. Un marido y dos hijos me han cortado bastante el vuelo.

– Lastima. Veras, y no me preguntes por que, pero en la quinta cita, los tios siempre sacan el tema… ?como decirlo con delicadeza?… del trio.

– Por favor, dime que no hablas en serio.

– Te hablo totalmente en serio. La quinta cita. Como muy tarde. El tio va y me pregunta, en plan puramente teorico, que pienso de los trios. Como si hablara de la paz en Oriente Medio.

– ?Y tu que contestas?

– Que en general me lo paso bien, sobre todo cuando los dos hombres se morrean.

Grace se echo a reir y las dos salieron del coche. A Grace le dolia la pierna mala. Aunque despues de mas de una decada ya no deberia sentirse cohibida por eso, seguia molestandole que la vieran cojear. Se quedo junto al coche y miro como se alejaba Cora. Cuando sono el timbre, los ninos salieron corriendo como disparados por un canon. Al igual que las demas madres, Grace solo veia a los suyos. El resto de la manada, por poco benevolo que pudiera parecer, era puro paisaje.

Max aparecio en el segundo exodo. Cuando Grace vio a su hijo -con el cordon de una zapatilla desatado, la mochila de Yu-Gi-Oh! demasiado grande para el, el gorro de lana de los Rangers de Nueva York ladeado como la boina de un turista-, volvio a invadirla el sentimiento de ternura. Max bajo por la escalera, ajustandose la mochila sobre los hombros. Ella sonrio. Al verla, Max le devolvio la sonrisa.

Se subio al asiento trasero del Saab. Grace lo ato a la sillita y le pregunto como le habia ido el dia. Max contesto que no lo sabia. Ella le pregunto que habia hecho. Max contesto que no lo sabia. ?Habia aprendido algo de matematicas, ingles, ciencias, arte? Como unica respuesta, Max se encogio de hombros y dijo que no lo sabia. Grace asintio con la cabeza. Un caso tipico de la epidemia conocida como el Alzheimer de la escuela primaria. ?Acaso drogaban a los ninos para que se olvidaran de todo o los obligaban a jurar que no hablarian? Misterios de la vida.

Hasta que llego a casa y dio a Max su Go-GURT para merendar -imaginen un yogur en un tubo que se aprieta como un tubo de pasta de dientes-, Grace no pudo ver el resto de las fotos.

La luz del contestador parpadeaba. Un mensaje. Comprobo el identificador de llamadas y vio que era un numero anonimo. Apreto el boton para escuchar el mensaje y se llevo una sorpresa. La voz pertenecia a un viejo… amigo, supuso. Describirlo como «conocido» era demasiado superficial. Quiza seria mas preciso decir «figura paterna», pero en un sentido muy poco comun.

«Hola, Grace. Soy Carl Vespa.»

No le hacia falta decir quien era. Habian pasado anos, pero ella siempre reconoceria su voz.

«?Podrias llamarme cuando tengas un rato? Necesito hablar contigo.»

El contestador emitio otro pitido. Grace no se movio, pero sintio una antigua palpitacion en el estomago. Vespa. Carl Vespa, pese a la amabilidad con que siempre la habia tratado, no era de quienes se andaban con charlas ociosas. Se planteo si devolverle la llamada y al final decidio que de momento no lo haria.

Grace entro en la habitacion que habia convertido en su taller improvisado. Cuando pintaba bien -cuando estaba, como cualquier artista o atleta, «en vena»- veia el mundo como si estuviera a punto de plasmarlo en el lienzo. Miraba las calles, los arboles, la gente, e imaginaba el tipo de pincel que usaria, las pinceladas, la mezcla de colores, las distintas luces y los tonos de sombras. Su obra debia reflejar lo que ella queria, no la realidad. Eso era arte para ella. Todos vemos el mundo a traves de nuestro propio prisma, por supuesto. El mejor arte retorcia la realidad para mostrar el mundo del artista, lo que ella veia o, mas concretamente, lo que ella queria que los demas viesen. No siempre era una realidad mas hermosa. A menudo era mas provocadora, tal vez mas fea, mas apasionante y magnetica. Grace buscaba una reaccion. Uno puede disfrutar con una hermosa puesta de sol, pero Grace queria que el espectador se sumergiera en su puesta de sol, que temiera apartarse de ella, que temiera no apartarse de ella.

Grace habia pagado un dolar de mas y pedido un segundo juego de fotos. Metio los dedos en el sobre y las saco. Las dos primeras eran las de Emma y Max en el carro de paja. Luego habia una de Max con el brazo extendido para coger una manzana Gala. Luego la habitual mancha borrosa de carne, la foto en la que Jack habia acercado la mano demasiado a la lente. Su tontorron. Habia varias mas de Grace y los ninos con diversas manzanas, arboles, cestos. Tenia los ojos humedos, como siempre que miraba fotos de sus hijos.

Los padres de Grace habian muerto jovenes. Su madre habia fallecido a causa de un camion articulado que atraveso la mediana en la Carretera 46 de Totowa. Grace, que era hija unica, tenia entonces once anos. La policia no llamo a la puerta como en las peliculas. Su padre se entero de lo sucedido por una llamada. Grace todavia se acordaba de como su padre, con su pantalon azul y chaleco de lana gris, contesto al telefono con su voz musical, se quedo livido y de pronto se desplomo y empezo a emitir sollozos primero ahogados y despues quedos, como si no pudiese aspirar suficiente aire para expresar su dolor.

El padre de Grace la crio hasta que su corazon, debilitado por una fiebre reumatica padecida en la infancia, fallo cuando Grace cursaba su primer ano de la universidad. Un tio de Los Angeles se ofrecio a acogerla, pero Grace ya era mayor de edad. Decidio quedarse alli y seguir sola.

Las muertes de sus padres fueron devastadoras, por supuesto, pero tambien infundieron a la vida de Grace una sensacion de apremio. Los vivos quedaban imbuidos de un sentimiento de patetismo. Esas muertes realzaban lo trivial. Grace queria llenarse de recuerdos, saciarse de los momentos de la vida y -por morboso que parezca-

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