acercase.

La noche era ya bastante cerrada, con jirones de nubes recorriendo veloces el cielo y oscureciendo la luna, y en las achaparradas torres de piedra que servian de faro el viento aullaba como un alma en pena por entre grietas y aberturas, haciendo repiquetear los prismas de cristal que protegian las hogueras y aumentaban su luz. Cuando la noche cayo por completo, los tres faros, situados a kilometro y medio de distancia entre si, ardian con fuerza, atendidos por dos hombres cada uno, mientras en las torres de vigia que se alzaban entre los faros, otros mantenian una helada vigilia con catalejos y sirenas. Abiertas las rutas maritimas apenas hacia un mes, tras un invierno particularmente crudo, gran numero de buques se dirigian a Ranna y a los otros puertos de menor importancia de aquellas costas; se esperaba en cualquier momento la llegada de cargueros procedentes de Scorva, del Pais de los Caballeros y del golfo de Aghantine, y era probable que cualquier nave atrapada entre las islas exteriores cuando estallara la tormenta intentara llegar hasta un puerto del territorio continental por delante de la tempestad. En tales circunstancias, todo lo que los islenos podian hacer era rezar para que no sucediera lo peor al tiempo que se aseguraban de que, si sus plegarias no obtenian respuesta, ellos estarian preparados.

La noche se cerro aun mas y la tempestad crecio en virulencia. Tremendas rafagas de lluvia se precipitaban contra la costa procedentes del mar, y la creciente marea tronaba ensordecedora al estrellarse las enormes olas contra la orilla. Las gentes de los pueblos y poblaciones pesqueras aseguraban las casas para protegerlas de la tormenta y rezaban fervientemente para que la mano protectora de la Madre del Mar condujera a todos los navegantes sanos y salvos hasta la orilla, mientras, al otro lado de las atrancadas ventanas, el viento aullaba y gemia y hacia que las casas se tambalearan en sus cimientos, y lluvia y mar al unisono barrian los muelles en un ataque demoledor.

Nadie supo que hora era cuando se avisto la primera bengala frente a los acantilados de Amberland. Un diminuto y debil punto luminoso en la oscuridad se elevo hacia el cielo y, tras solo un segundo o dos, se extinguio por la tormenta. En la torre de vigia mas grande, el centinela se puso en pie de un salto y alerto a sus dos companeros. Tras abrocharse bien los abrigos de cuero, los tres unieron sus fuerzas para empujar la puerta, consiguieron abrirla y salieron al exterior en medio del torbellino. Con los cabellos ondeando al viento y la lluvia azotandoles el rostro mientras se inclinaban para luchar contra los elementos, los tres hombres escudrinaron el mar.

?Alli! ?Otra!

El grito del vigia resulto inaudible en medio del rugir de la tormenta, pero todos habian visto como la segunda senal atravesaba el espacio y llameaba momentanea y desesperadamente antes de apagarse.

Los tres hombres no perdieron un segundo. Se dieron la vuelta; uno, entre bandazos y traspies, marcho corriendo en direccion al fantasmal resplandor del faro mas cercano, situado a medio kilometro, mientras que el segundo tomaba un sendero que se perdia tierra adentro en direccion al pueblo mas proximo. El tercer hombre corrio a colocarse a sotavento de la torre de vigia donde la pared de piedra proporcionaba una cierta proteccion contra la violencia del viento y la lluvia, y forcejeo con una bolsa de cuero que llevaba sujeta al cinturon. De esta bolsa saco un tubo hueco de madera, de unos dos palmos de longitud y perforado por agujeros. El tubo llevaba sujeta una cadena gruesa y el hombre empezo a balancear dicha cadena, primero de un lado a otro y luego, a medida que tomaba mas impulso, en un amplio circulo por encima de su cabeza. El viento, azotando la pared desde el otro extremo, golpeaba y tiraba de la cadena, pero el hombre la sujeto con fuerza, haciendola girar mas y mas, y de improviso el estruendo de la tormenta se vio eclipsado por un aullido sobrenatural parecido al alarido de un alma atormentada cuando la sirena se hizo oir. Era un sonido increible, que se alzaba incluso por encima del estrepito de la galerna y del mar y que, para cualquiera que conociera su espantoso son, resultaba inconfundible. Minutos mas tarde, una segunda sirena respondio desde el faro mas cercano, luego a lo lejos se escucho un tercer lamento al transmitirse la senal, siguiendo un recorrido que la llevaria de faro a granja y por fin al pueblo. El hombre resguardado tras la casa de vigia dejo caer la sirena y volvio a introducirla en la bolsa antes de darse la vuelta y acuclillarse junto a la pared, con los hombros encorvados al frente para protegerse de la lluvia y los ojos fijos en el sendero que se perdia tierra adentro. Pronto —en cuestion de minutos, si todo iba bien— distinguiria los primeros destellos de los faroles de los hombres del pueblo pesquero que acudian a la llamada cargados de cuerdas y arneses. Hasta entonces, todo lo que podia hacer era esperar... y rezar para que, cuando el barco en apuros chocara contra los arrecifes de Amberland —cosa que no podria evitar—, pudieran salvar a la tripulacion antes de que perdieran la vida en las embravecidas aguas.

Los hombres de la orilla divisaron por vez primera al Buena Esperanza justo minutos antes de que se estrellara contra las rocas situadas frente al cabo Amberland. Cual un fantasma monstruoso la nave surgio de entre las rugientes tinieblas, con el palo mayor y el de mesana rotos y los jirones de las velas ondeando enloquecidos en medio del vendaval. No se veian luces a bordo, pero, bajo el resplandor de los faros que lanzaban su silenciosa advertencia desde lo alto de los acantilados que se alzaban sobre la bahia, los vigilantes distinguieron figuras humanas que se movian como hormigas freneticas por la cubierta mientras el enorme casco se abatia sobre las aguas.

Algunos forcejeaban todavia valientemente con las drizas en un ultimo y desesperado esfuerzo por hacer girar la nave y mantenerla alejada de la costa, pero la mayoria de sus camaradas habian abandonado toda esperanza de que el navio consiguiera salvarse y se esforzaban por bajar los botes.

La nave golpeo de costado contra el arrecife, con un estallido lento y chirriante que resulto aun mas aterrador en medio del bramar de la tempestad. Los dos mastiles que aun quedaban enteros se balancearon violentamente, uno de ellos se partio por la mitad y la parte superior fue a estrellarse contra la cubierta, arrastrando velas, jarcias y crucetas en su caida. Uno de los botes recibio el impacto de los escombros y salio despedido por encima de la borda, con media docena de tripulantes; el grupo de rescate de la playa los vio luchar con las olas pero no pudo hacer nada por ayudarlos. En aquel mar ni siquiera los nadadores mas resistentes y valientes se atrevian con los arrecifes; hasta que la marea arrastrara mas cerca de la orilla a los hombres que intentaban mantenerse a flote, estos tendrian que arreglarselas como pudieran.

En el poco tiempo del que habian dispuesto entre su peligroso descenso por el sendero del acantilado hasta llegar a la playa batida por la tormenta y la aparicion del barco en apuros, los lugarenos habian hecho todo lo posible por prepararse para el rescate. Cuatro jovenes, despojados de botas y abrigos y atados a cuerdas de salvamento, temblaban bajo unas mantas mientras esperaban para zambullirse en el mar en cuanto vieran aproximarse el primer cuerpo. Tras ellos, cada cuerda de salvamento estaba a cargo de una docena de pares de brazos fornidos, listos para tirar de los nadadores en contra de la poderosa resaca, mientras otros luchaban por ensamblar sogas y aparejos, esperando el milagro que les permitiera aparejar una boya de salvamento hasta el zozobrante Buena Esperanza antes de que las rocas rompieran su lomo.

Entonces, apenas audible en el rugir del vendaval y el tronar del mar, se dejo oir una voz.

—? Va a volcar!

Resonaba aun la advertencia en el aire cuando se escucho un segundo golpe atronador, y el Buena Esperanza empezo a inclinarse. Los mastiles que aun quedaban en pie se ladearon peligrosamente en direccion a la playa como arboles derribados, y luego, con un sonoro estrepito, la nave volco sobre uno de sus costados. Escucharon como el casco se hacia anicos contra los arrecifes, y chorros de espuma se elevaron hacia el cielo mientras mastiles y velas se hundian en el mar, y se alzaba una ola colosal que empujo a los aspirantes a rescatadores hacia la orilla. La tripulacion no tuvo la menor oportunidad; el violento impacto lanzo a los marineros fuera del barco como desvalidos munecos de trapo y los arrojo al embravecido mar. Palos y barriles y los restos de los botes cayeron sobre ellos, y una segunda ola gigantesca arrastro peces y cuerpos en direccion a la playa. Nada mas levantarse la ola, los jovenes atados a las cuerdas de salvamento corrieron a su encuentro, se arrojaron a la resaca y nadaron con todas sus fuerzas para llegar hasta los marineros que luchaban por mantenerse a flote. Un hombre fue lanzado directamente a la orilla y se desplomo, aparentemente sin vida, boca abajo sobre los guijarros. Unos cuantos hombres corrieron a arrastrarlo fuera del agua antes de que la siguiente ola cayera sobre el; luego volvieron a introducirse en el mar para recoger un segundo cuerpo que se acercaba en medio de una masa de espuma y pecios. De repente dio la impresion de que cada ola traia con ella nuevos naufragos; los cuatro nadadores jovenes eran arrastrados de vuelta a la orilla cargados con cuerpos inertes y empapados para volver de inmediato al agua a medida que se divisaban mas y mas miembros de la tripulacion del Buena Esperanza debatiendose entre las embravecidas aguas, y aquellos que no se ocupaban de tirar de las cuerdas vadeaban entre las olas para prestar toda la ayuda posible, o, a salvo de la marea al abrigo de los acantilados, iniciaban la urgente tarea de intentar reanimar a aquellos que habian conseguido sacar del mar. Pero muchos no llegarian jamas a la playa ya que habian sido arrastrados por las corrientes y mareas cruzadas. El grupo

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