Su esperanza de que la senora Ralston se marchara a dormir finalmente se esfumo cuando se llevo las manos a la cabeza, retiro las horquillas y se solto una melena de rizos rubios que le llegaba hasta la cadera. De inmediato, sin poder hacer nada para impedirlo, se imagino acariciando aquel cabello y envolviendoselo alrededor de su cintura.

Irritado consigo mismo, cerro los ojos para desvanecer la imagen y se pregunto que le estaba pasando. Entretenerse con fantasias en mitad de una mision era un error grave, que resultaba completamente inaceptable cuando el sujeto de tales fantasias era una mujer que podia estar implicada en un asesinato.

Genevieve Ralston gimio. Simon abrio los ojos y descubrio que se habia recogido el pelo en una coleta y que la estaba atando con una cinta de color azul. Antes de que pudiera preguntarse por el motivo de su gemido, ella se levanto y camino hacia el.

Todos sus musculos se tensaron. Penso que habria detectado su presencia, que habria notado que la estaban observando.

Si efectivamente lo habia descubierto, no tendria mas remedio que sojuzgarla. Pero la idea de tocar a esa mujer le resulto tan excitante que su cerebro le gasto una mala pasada; en lugar de sojuzgarla a ella, imagino que ella lo ataba a el, con cintas azules, a los postes de la cama.

Al parecer, la lectura de aquella guia para damas lo habia trastornado gravemente.

Para alivio de Simon, la senora Ralston se detuvo y se sento frente al escritorio. Por desgracia, su alivio duro tan poco como lo que tardo ella en encender una vela, cuya luz se extendio hacia el y lo obligo a moverse para seguir oculto a la sombra de la estatua.

No tardo en descubrir lo que pretendia hacer. Saco una hoja de papel de vitela y alcanzo una pluma. Era evidente que se disponia a escribir una carta, lo cual le parecio extremadamente sospechoso a esas horas de la noche.

Escribio durante varios minutos, hasta que sus movimientos se fueron haciendo mas lentos; entonces fruncio el ceno, apreto los labios y se inclino sobre el papel como si intentara concentrarse. Sin embargo, Simon noto que su posicion se debia a otra cosa; ahora sostenia la pluma de forma extrana y, de hecho, dejo de escribir un momento y doblo lentamente sus dedos enguantados como si le dolieran. Cabia la posibilidad de que hubiera sufrido algun tipo de accidente.

Siguio con la carta un par de minutos mas, devolvio la pluma a su sitio y seco la tinta. Tras introducir el papel en un cajoncillo, soplo la vela, se levanto y camino hacia la cama. Una vez alli, se quito la bata, apago la lampara de aceite, aparto la colcha y se acosto. La gata alzo la cabeza, pero enseguida volvio a acurrucarse.

Cuando la senora Ralston cerro los ojos, Simon penso que parecia un angel inocente. Sin embargo, habia aprendido que las apariencias enganaban.

Al cabo de un rato, su respiracion se volvio lenta y regular. El espero unos minutos mas para asegurarse y, solo entonces, salio de su escondite y abandono la habitacion. Mientras cerraba la puerta a su espalda, se prometio que no solamente encontraria la carta sino que tambien descubriria todos los secretos de Genevieve Ralston.

Sobre todo, si dichos secretos estaban, relacionados con un asesinato.

Capitulo Tres

Londres es intenso y apasionante, y el matrimonio es maravilloso. Solo te echo de menos a ti, mi querida amiga. Ojala pudieras venir a visitarme…

Las palabras de la carta se difuminaron entre las lagrimas de Genevieve Ralston, pero se seco rapidamente los ojos cuando oyo pasos en el corredor. Baxter, su mayordomo gigante, entro poco despues en el dormitorio.

– Disculpame. Solo quiero informarte de que…

El criado se detuvo de repente y fruncio el ceno.

– ?Que te ocurre? -anadio.

Antes de que Genevieve pudiera responder, Baxter bajo la mirada y observo la carta que aun sostenia en las manos.

– Comprendo. Echas de menos a tu amiga, lady Catherine.

Genevieve saco fuerzas de flaqueza y sonrio debilmente.

– Si, un poco -dijo.

El hombre la miro como si ella fuera de cristal y no pudiera ocultarle ningun secreto.

– Mas que un poco. No has sido la misma desde que se caso y se mudo a Londres. Pero ya han pasado seis meses -le recordo-. Me disgusta verte tan triste.

– No estoy triste.

Genevieve se acerco al escritorio y guardo la carta.

Era cierto. Se sentia sola. Antes de que Catherine se mudara a Londres, apenas pasaba un dia sin que se vieran.

Su ausencia le habia afectado poderosamente porque las horas que antes estaban llenas de risas, conversaciones y confidencias, ahora lo estaban de silencio, soledad y exceso de introspeccion; tenia demasiado tiempo libre y lo dedicaba a pensar en Richard y en el dolor de haber sido apartada de el despues de diez anos. Ademas, la llegada de la caja de alabastro solo habia servido para empeorar las cosas; al igual que la nota criptica que contenia:

Sois la unica en quien puedo confiar. Guardad esto bien e ire a buscarlo tan pronto como pueda.

La breve misiva del conde la habia dejado perpleja y enfadada; fue como si le hubiera dado un bofeton. No entendio que le enviara la caja a ella en lugar de a su nueva y mas joven amante. Todavia recordaba su mirada de disgusto cuando le vio las manos en su ultimo encuentro y se nego a tocarla; dos dias mas tarde, Richard puso fin a su relacion sin el valor ni la decencia suficientes para decirselo en persona: se limito a enviarle una nota y una suma importante de dinero, como si el dinero pudiera borrar el dolor y la humillacion.

Incluso ahora, cuando ya habia pasado un ano, Genevieve seguia sin poder creer que fuera un hombre tan insensible. El conde le habia dicho que la amaba; y ella le correspondia, aunque habia tardado algun tiempo. Al principio, su relacion fue una simple aventura que Genevieve agradecia porque la habia sacado de una situacion desesperada. No es que tuviera intencion de ser la amante de nadie; pero a falta de otras opciones, la propuesta de Richard fue casi un milagro.

Cuando la acepto, solo sabia de el que era rico, atractivo y que la deseaba. No tardo en descubrir que tambien era atento, generoso e inteligente, lo cual agradecio; un hombre adelantado a su tiempo que se preocupaba por los sufrimientos de los menos afortunados y que queria cambiar las leyes para ayudar a los pobres.

Genevieve se enamoro rapidamente de su encanto, pero su forma fria y despiadada de librarse de ella le mostro un aspecto de su personalidad que nunca habia visto. Se sintio tan despreciada que no volveria a tener ningun amante; especialmente, si era noble y rico. Si otro aristocrata volvia a mirarla con deseo, ordenaria a Baxter que se encargara de el.

En su enfado, Genevieve habia sacado la carta que encontro en la caja con la intencion de quedarsela si Richard no iba a buscarla en persona. La habia leido, y no alcanzaba a entender que unas palabras tan inocuas pudieran ser de importancia; tal vez incluyeran algun tipo de codigo, pero ni podia descifrarlo ni le interesaba en absoluto. Richard tendria que ir a su casa si pretendia recuperarla. Tendria que enfrentarse a ella y hablarle cara a cara. Era lo minimo que debia hacer tras diez anos de amor.

En el fondo, aun albergaba la esperanza de que se arrepintiera y volviera con ella; pero por otra parte, sabia que esa epoca de su vida habia concluido. Gracias al apoyo financiero del conde, ahora tenia la casa de campo y un santuario para ella y para Baxter.

– Maldita sea -murmuro Baxter, sacudiendo la cabeza-. Te conozco mejor que nadie. Se de tu tristeza y no

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