Todos soltaron la carcajada mientras Don apuntaba la victoria de Bressler en la libreta. Al vivir en Seattle, muchos de ellos eran seguidores de «Bomboncito de Miel». Leian la columna mensual para descubrir a quien habia llevado al extasis comatoso y donde habia dejado el cuerpo.

Luc barajo las cartas y le echo un vistazo a Jane, que dormia como un angelito. No habia duda de que era la clase de mujer que pondria el grito en el cielo si veia a uno de los chicos leyendo historias pornograficas.

La conversacion cambio de orientacion centrandose en el partido de la noche anterior. Ninguno parecia haber quedado satisfecho con el empate, y Luc menos que nadie. Phoenix habia disparado veintidos veces a puerta, y el habia detenido veintiuno de los tiros. No habia sido una mala noche segun las estadisticas, pero a pesar de todas las paradas, le habria gustado hacer desaparecer aquel unico gol. No necesariamente porque hubiese entrado, sino porque el gol habia sido cuestion de suerte mas que consecuencia de un tiro preciso. Ademas de ser muy competitivo y mal perdedor, Luc detestaba perder por cuestiones azarosas mas que debido a las habilidades del contrario.

Volvio a mirar a Jane, cuyo pecho ascendia y descendia suavemente mientras respiraba con la boca entreabierta. ?Acaso el empate de la noche anterior habia sido cosa de la mala suerte? ?Una alteracion en el transcurso normal de la temporada? Probablemente, pero Luc no podia dejar de pensar en aquel maldito gol. ?Acaso su vida personal estaba afectando su juego? Deberia hablar con su representante, pues la situacion de Marie seguia sin resolverse.

Dormida, Jane se aparto el pelo de la cara. ?O lo que habia pasado se debia al influjo de la cronista deportiva? Un empate, por descontado, no era indicio de mala suerte. Pero podria tratarse del principio si perdian el viernes en Dallas.

– ?Sabias que para los piratas era un signo de mala suerte que embarcase una mujer en su barco? -dijo Bressler, como si le hubiese leido el pensamiento.

Luc lo ignoraba, pero no le extranaba. Nada podia alterar la vida de un hombre con tanta rapidez como la aparicion no deseada de una mujer.

El viernes por la noche, los Chinooks perdieron por la minima, cuatro a tres, contra Dallas. El sabado por la manana, mientras esperaba junto al autocar que debia llevarlos al aeropuerto, Luc leyo la seccion de deportes del Dallas Morning News.

El titular rezaba: «Los Chinooks sudan sangre y echan las tripas», lo cual venia a resumir el partido, pues el novato de los Chinooks, Daniel Holstrom, habia recibido un golpe de disco en la mejilla recien empezado el segundo tiempo. Tuvieron que atenderlo fuera de la pista y se retiro lesionado. Los animos se crisparon y las represalias no se hicieron esperar. Martillo se ocupo de los atacantes de Dallas, agarrando a uno de los extremos en el tercer tiempo y propinandole un punetazo en el tunel de vestuarios.

Tras esto, las cosas se pusieron muy feas, y mientras los Chinooks ganaban la batalla de los punetazos, acabaron perdiendo la guerra. La linea ofensiva de Dallas saco ventaja de todas las superioridades numericas y acribillo a Luc con treinta y dos disparos a puerta.

Esa manana nadie hablo mucho. Especialmente despues del rapapolvo que les solto el entrenador Nystrom en el vestuario. El entrenador habia cerrado la puerta a los periodistas y habia procedido a hacer temblar las paredes con su voz huracanada. Pero no dijo nada que no mereciesen oir. Habian cometido faltas estupidas y tuvieron que pagar el precio.

Luc doblo el periodico y se lo puso bajo el brazo. Se desabrocho los botones de la americana al tiempo que la senorita Alcott salia por la puerta giratoria, a su izquierda. El sol de Tejas cayo sobre ella con su brillante luz, y la ligera brisa jugo con las puntas de su cola de caballo. Vestia una falda negra que le llegaba hasta las rodillas, una chaqueta negra y un jersey de cuello de cisne. Calzaba zapato plano, acarreaba un enorme maletin y llevaba en la mano una taza de papel con cafe. Llamaba la atencion por las horribles gafas de sol que llevaba. Los cristales eran redondos y de color verde mosca. Seguia pareciendo absolutamente poco sexy.

– Interesante partido el de anoche. -Dejo el maletin en el suelo, entre los dos, y alzo la vista hacia su cara.

– ?Te gusto?

– Como he dicho, fue interesante. ?Cual era el lema del equipo? ?«Si no puedes ganarles, dales una paliza»?

– Algo asi -repuso el con una sonrisa-. ?Por que vistes siempre de negro o de gris?

– El negro me sienta bien -contesto Jane.

– Pues pareces el angel de la muerte.

Ella bebio un sorbo de cafe y dijo con toda la cortesia de que fue capaz, como si las palabras de Luc no le hubiesen afectado:

– Podria vivir el resto de mi vida sin los comentarios sobre moda de Lucky Luc.

– De acuerdo, pero… -Luc no acabo la frase. Meneo la cabeza. Levanto la vista al cielo y espero a que ella mordiese el anzuelo.

No tardo en hacerlo.

– Se que voy a arrepentirme de esto. -Suspiro-. ?Pero que?

– Bueno, creo que si una mujer tiene problemas para encontrar hombres, lo mas adecuado es que arregle un tanto el envoltorio del regalo. Entre otras cosas es mejor que no lleve gafas de sol horrorosas.

– Mis gafas de sol no son horrorosas, y mi envoltorio no es cosa tuya -dijo mientras se llevaba el vaso de cafe a los labios.

– O sea, que yo solo puedo iniciar la conversacion. Tu pones los limites.

– Eso es.

– Eres un poco hipocrita, ?lo sabias?

– Si, claro, como no.

El la miro directamente y pregunto:

– ?Que tal tu cafe esta manana?

– Esta bien.

– ?Sigues tomandolo solo?

– Si -respondio ella, mirandolo de reojo y cubriendo el vaso con la mano.

4. Un golpe con el stick

A Jane casi le asustaba echar un vistazo alrededor. Esa manana, mirar a alguno de los jugadores de los Chinooks era como mirar los restos de un accidente ferroviario. Resultaba horrible, pero no podia darse la vuelta. Se sento cerca de la parte delantera del avion, al otro lado del pasillo frente al ayudante del director deportivo del equipo, Darby Hogue, con un ejemplar del Dallas Morning News abierto sobre el regazo en la pagina de deportes. Ella ya habia enviado su cronica del sangriento partido de la vispera, pero estaba interesada en saber que habian dicho al respecto los reporteros de Dallas.

La noche anterior, ella y el resto de los periodistas deportivos habian esperado en la sala de prensa una oportunidad para entrar en el vestuario de los Chinooks. Habian tomado cafe y Coca-Cola y comido algo parecido a una enchilada, pero cuando el entrenador Nystrom por fin salio, les informo de que no concederian entrevistas.

Durante la espera, los periodistas de Dallas habian estado bromeando con ella, contandole batallitas. Incluso le dijeron que jugadores se mostraban dispuestos a colaborar y contestaban a las preguntas. Tambien le hablaron de aquellos que nunca respondian. Luc Martineau ocupaba el primer puesto en la lista de los mas arrogantes.

Jane doblo el periodico y lo metio en el maletin. Tal vez los periodistas de Dallas habian sido amables con ella porque no la consideraban una amenaza. Quiza la habrian tratado de modo diferente si hubieran estado dentro del vestuario haciendo entrevistas. Ella no tenia modo de saberlo, y tampoco le interesaba. Fue agradable descubrir que no todos los reporteros del sexo masculino se sentian incomodos en su presencia. La alivio saber que cuando escribiese su siguiente columna acerca de sus experiencias, podria decir que algunos hombres habian evolucionado y que no todos la veian como una amenaza para su amor propio.

Habia enviado ya dos articulos al Seattle Times. Y no habia tenido noticias del editor. Ni una sola palabra de

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