– No te hare dano -le dijo Kateb.

– ?Como puedo saber que es verdad?

Sus miradas se encontraron. Victoria quiso ver algo en su cara, algo de amabilidad o de ternura, pero solo vio oscuridad y la cicatriz. Kateb se dio la vuelta y se marcho.

Ella se quedo sola en el centro de la tienda, sin saber que pensar. Estaba tan agotada que se sento en la cama.

Antes de que le diese tiempo a decidir que hacer, Kateb volvio con una bandeja, una botella de agua y una caja negra de forma extrana. Era del tamano de un panecillo.

– Tienes que comer -le dijo-. No quiero que te pongas enferma.

El olor de la carne y de las verduras hizo que le rugiese el estomago, pero Victoria tenia demasiado miedo para comer.

– ?Que es eso? -pregunto, senalando la caja.

– Para que enchufes tus tenacillas -lo dejo en el suelo de la tienda.

– ?De verdad? ?Puedo rizarme el pelo?

– Al parecer, es algo esencial para ti.

Todavia tenia miedo, pero ya no estaba tan desesperada. Su estomago volvio a rugir y penso que tal vez debia comer. Seguia sin tener respuestas, pero, por el momento, estaba bien.

Capitulo 3

Al tercer dia ya habian entrado en rutina. A Victoria le resultaba facil seguirla, ya que se trataba, basicamente, de que Kateb la ignoraba.

Cuando se detuvieron a comer, Victoria penso que el desierto tenia una belleza unica. Acepto un cuenco de estofado del cocinero y le sonrio al darle las gracias. El aire era seco y eso era positivo para su pelo, aunque se moria de ganas de darse una ducha.

Se sento en su lugar habitual, en la parte de atras del campamento. En esa ocasion no tenia un precipicio detras, sino un camion. A pesar de que nadie se paseaba con un rifle en la mano, ella sabia que los hombres vigilaban los alrededores. Kateb el que mas.

Levantaba la vista al cielo, estudiaba el horizonte. Victoria estaba segura de que habria sido capaz de decirle si habia un conejo o un zorro a ocho kilometros de alli. O algo mas peligroso.

Le gustaba como se comportaba con los otros hombres. Con respeto. Y ellos acudian a el porque era su lider.

Victoria volvio a mirar su cicatriz. ?Que le habria pasado? Queria preguntarselo, pero no hablaban mucho y no le parecia un buen tema para empezar una conversacion. No queria estropear aquel momento de tregua entre ambos. La noche anterior, Kateb le habia llevado una lampara, para que pudiese leer si queria. Aquel acto no era precisamente el de un hombre salvaje.

Asi que tal vez no fuese tan horrible ser su amante. Era inteligente y fuerte. Bromeaba con los otros hombres. A Victoria le gustaba oirlo reir, aunque nunca lo hiciese con ella.

Cuando termino de comer, llevo su cuenco a un cubo y lo lavo. Al incorporarse, se dio cuenta de que Kateb estaba a su lado. Se sobresalto.

– ?Por que es tan sigiloso?

– Estamos cerca del pueblo. Esta a menos de treinta kilometros a caballo, y a unos setenta en coche. Yo voy a ir a caballo. ?Quieres acompanarme?

– Claro. Gracias. Ire a cambiarme y estare lista en diez minutos -contesto.

Entonces miro a su alrededor y se dio cuenta de que, como era de dia, las tiendas no estaban puestas. Tendria que cambiarse en la parte de atras de uno de los camiones.

– ?Por que vas a cambiarte? Si ni siquiera las botas que llevas puestas estan tan mal.

Ella bajo la vista hasta sus autenticas botas de cowboy.

– Ya lo se. Son estupendas. Las compre de rebajas. Pero tengo ropa de montar.

– ?Tienes ropa distinta para cada cosa?

– Por supuesto. Soy una chica. Aunque no se si habre traido lo apropiado para ir vestida de amante. Las revistas no dicen que ponerse en esos casos.

Kateb era mucho mas alto que ella y tenia que bajar la vista para encontrar sus ojos.

– Escondes tus emociones utilizando el sentido del humor -comento.

– Es obvio.

El levanto una de las comisuras de la boca, esbozando casi una sonrisa. Victoria no sabia por que, pero tenia la sensacion de que se sentiria mejor si lo hacia sonreir o reir.

– Lo que llevas puesto esta bien -anadio el.

– Pero el conjunto de montar es genial.

– Ya me lo ensenaras en otra ocasion. Tienes que estar lista en cinco minutos.

– No hay caballos.

– Los habra.

Kateb se alejo. Victoria observo como lo hacia, sin saber que pensar de el.

Cuatro minutos y treinta segundos mas tarde, aparecio un hombre con dos caballos. Kateb hablo con el y luego se acerco a Victoria con los caballos.

– ?Como de bien montas? -le pregunto.

– ?No es un poco tarde para preocuparse por eso?

El la miro fijamente.

– Bien. No soy una experta, pero he estado dos anos montando un par de dias a la semana.

Uno de los hombres se acerco y entrelazo los dedos para ayudarla a subir Victoria miro los camiones en los que estaban todas sus cosas, incluido su bolso. ?Como iba a marcharse dejandolo todo? ?Tenia eleccion?

Piso las manos del hombre y se sento en la silla. Despues de tres dias viajando en coche, se sintio bien a caballo, al aire libre. Kateb monto tambien y se coloco a su lado.

– Iremos hacia el noreste.

– ?Acaso tengo pinta de saber donde esta eso?

El senalo a lo lejos, hacia unas colinas cubiertas de pequenos matorrales. Como si aquello fuese de ayuda.

Hizo avanzar su caballo. El de ella echo a andar detras, sin que hiciese nada, lo que significaba que iba a ser tarea facil seguir a Kateb.

– Si intentas escapar, no ire a buscarte -le advirtio el-. Pasaras dias vagando antes de morir de sed.

– Venga ya -contesto ella, antes de darse cuenta de que estaba hablando con un principe-. Eso son tonterias.

El ni se molesto en mirarla.

– ?Quieres probar?

– No.

Entonces Kateb sonrio. Fue una sonrisa de verdad. Le salieron arrugas alrededor de los ojos y su expresion se relajo. Su rostro se transformo con un gesto accesible y atractivo. A ella se le hizo un nudo en el estomago, pero en esa ocasion no fue por miedo, sino por el hombre con el que estaba. Se sintio un poco aturdida. Y, de pronto, sintio un tipo de panico diferente.

«No, no, no», se dijo a si misma. No podia sentirse atraida por Kateb. De eso, nada. No iba a entregar su corazon a ningun hombre, y menos a un jeque que le daria la patada en seis meses. Tenia que relajarse. No pasaba nada. Solo que cuando el quisiera que se metiese en su cama, no le pareceria tan repugnante. Y eso era bueno.

– ?Que pasa? -le pregunto el-. ?Estas mareada?

– No. ?Por que?

– Tienes mala cara.

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