Oyo acercarse unos pasos rapidos y ligeros y de pronto ella estaba alli: se habia sentado a su lado. Gaia empujo sin querer la silla de Andrew, rozandolo con el codo. El percibio una debil rafaga de perfume. Le ardia toda la parte izquierda del cuerpo por la proximidad de ella, y agradecio que la mejilla de ese lado tuviera mucho menos acne que la derecha. Nunca habian estado tan cerca, y no sabia si se atreveria a mirarla o dar alguna muestra de haberla reconocido; pero enseguida penso que llevaba demasiado rato paralizado y ya era tarde para hacerlo con naturalidad.

Se rasco la sien izquierda para taparse la cara y desvio la vista hacia las manos de Gaia, recogidas sobre el regazo. Unas cortas, limpias y sin pintar. En un menique llevaba un sencillo anillo de plata. Fats le dio un discreto codazo a Andrew en el costado.

—Por ultimo —dijo Cuby, y Andrew se dio cuenta de que ya le habia oido decir esas palabras dos veces, y de que el silencio reinante en la sala se habia solidificado al cesar todo movimiento, quedando el ambiente prenado de curiosidad, regocijo e impaciencia—. Por ultimo —repitio Cuby, y le temblo la voz—, tengo que comunicaros… tengo que comunicaros una noticia muy triste. El senor Barry Fairbrother, que con tanto exito entrenaba a nuestro equipo femenino de… de… de remo desde hace dos anos… —se paso una mano por los ojos—, ha fallecido…

Cuby Wall estaba llorando delante de todo el instituto; habia agachado la cabeza hasta pegar la barbilla al pecho, mostrando su calva a la concurrencia. Un suspiro colectivo y un murmullo de risitas recorrieron simultaneamente el gimnasio, y muchas caras se volvieron hacia Fats, que permanecia indiferente, con gesto un tanto burlon, pero por lo demas imperturbable.

—… fallecio… —sollozo Cuby, y la directora se puso en pie con cara de enfado—, fallecio… anoche.

Un chillido se alzo entre las hileras de sillas del fondo de la sala.

—??Quien se ha reido?! —bramo Cuby, y el ambiente, cargado de tension, crepito deliciosamente—. ?Como se atreve! ?Ha sido una chica! ?Quien ha sido?

El senor Meacher ya se habia levantado y gesticulaba frenetico en direccion a alguien que estaba en el centro de la fila, justo detras de Andrew y Fats; la silla de Andrew volvio a sacudirse, porque Gaia habia girado el torso para mirar, como todos. El cuerpo de Andrew parecia haberse vuelto supersensorial, y notaba como el de Gaia se arqueaba hacia el. Si se volvia en la direccion opuesta, se encontrarian cara a cara.

—?Quien se ha reido? —repitio Colin Wall, y se puso de puntillas, como si desde su posicion pudiera descubrir al culpable.

Meacher articulaba palabras y hacia senas, enardecido, a quien habia senalado como responsable.

—?Quien es, senor Meacher? —exigio saber el subdirector.

Meacher parecia poco dispuesto a revelar esa informacion; aun no lograba convencer al culpable de que se levantara de su asiento, pero cuando Colin Wall amenazo con abandonar el atril para investigar por su cuenta, Krystal Weedon se alzo de un brinco, roja como un tomate, y avanzo de lado ante la hilera de sillas.

—?Ven a verme a mi despacho inmediatamente despues de la reunion! —le ordeno Colin Wall—. ?Que verguenza! ?Que falta de respeto! ?Fuera de aqui!

Pero Krystal se paro al llegar al final de la hilera, le enseno el dedo corazon al subdirector y grito:

—?Yo no he hecho nada, gilipollas!

Se produjo una erupcion de risas y excitada chachara. Los profesores intentaron en vano sofocar el bullicio, y hubo un par que se levantaron para intimidar a los alumnos y restablecer el orden.

La puerta de doble batiente se cerro detras de Krystal y el senor Meacher.

—?Basta! —ordeno la directora, y un silencio precario, salpicado de susurros, volvio a extenderse por la sala.

Fats mantenia la mirada al frente, aunque por una vez su indiferencia presentaba un aire forzado, y su piel, un matiz mas oscuro.

Andrew noto que Gaia se dejaba caer en la silla. Hizo acopio de valor, miro de soslayo hacia la izquierda y sonrio. Ella le devolvio la sonrisa.

VII

Aunque la tienda de delicatessen de Pagford no abria hasta las nueve y media, Howard Mollison habia llegado temprano. Era un hombre desmesuradamente obeso de sesenta y cuatro anos. Su inmensa barriga le caia hacia los muslos como un delantal, de modo que lo primero en lo que pensaba mucha gente cuando lo conocia era en su pene, preguntandose cuando se lo habria visto por ultima vez, como se lo lavaria, como se las ingeniaria para realizar cualquiera de las actividades para las que esta disenado. Debido en parte a que su fisico daba lugar a esas elucubraciones, y en parte a la agudeza de sus bromas, Howard conseguia incomodar y desarmar casi en igual medida, y sus clientes casi siempre compraban mas de lo que tenian previsto. Hablaba sin cesar mientras con una mano de dedos rechonchos deslizaba adelante y atras la maquina de cortar fiambre, de la que caian unas lonchas de jamon finas como la seda, que iban plegandose sobre si mismas en el celofan colocado debajo; siempre tenia un guino a punto en los ojos, azules y muy redondos, y, de risa facil, con cada carcajada le temblaban los carrillos.

Howard se ponia un disfraz para trabajar: camisa blanca, un rigido delantal de lona verde oscuro, pantalones de pana y una gorra de cazador con orejeras en la que habia pinchado varios anzuelos de mosca. La gorra tal vez pareciera una broma al principio, pero hacia mucho que habia dejado de serlo. Se la encasquetaba todas las mananas laborables, ajustandosela sobre la mata de rizos canosos con precision obsesiva, valiendose del espejito del lavabo para el personal.

Le procuraba un gran placer abrir la tienda. Le encantaba estar alli cuando lo unico que se oia era el debil rumor de las neveras, y disfrutaba devolviendolo todo a la vida. Encendia las luces, subia las persianas, destapaba los tesoros guardados en la nevera expositora: las alcachofas de un verde claro y grisaceo, las aceitunas negro onix, los tomates secos enroscados como caballitos de mar rojos, flotando en aceite aderezado con hierbas.

Sin embargo, esa manana su entusiasmo tenia una buena dosis de impaciencia. Su socia Maureen ya llegaba tarde y, como le habia sucedido a Miles poco antes, Howard temia que alguien se le adelantara y le revelara aquella sensacional noticia, porque Maureen no tenia telefono movil.

Se detuvo junto al arco recien abierto en la pared que separaba la tienda de delicatessen de la antigua zapateria que pronto se convertiria en la nueva cafeteria de Pagford, y reviso el estado de la lamina de plastico industrial transparente que impedia que entrara el polvo. Tenian previsto abrir la cafeteria antes de Semana Santa, a tiempo para atraer a los turistas que visitaban el West Country y para quienes todos los anos Howard llenaba los escaparates de productos tipicos del lugar, como sidra, queso y figuritas de paja.

La campanilla tintineo a su espalda; Howard se dio la vuelta, y su remendado y reforzado corazon se acelero a causa de la emocion.

Maureen era una mujer de sesenta y dos anos, menuda y muy cargada de espaldas, y la viuda de quien originalmente habia sido el socio de Howard. Su postura encorvada la hacia parecer mucho mayor de lo que era, aunque se esforzaba para aferrarse a la juventud: se tenia el pelo de negro, vestia ropa de colores llamativos y se bamboleaba sobre unos zapatos de tacones imprudentemente altos que en la tienda se cambiaba por unas sandalias Dr. Scholl.

—Buenos dias, Mo —la saludo Howard.

Le habria gustado no malgastar la noticia revelandosela precipitadamente, pero los clientes no tardarian en aparecer, y el tenia mucho que decir.

—?Te has enterado?

Ella arrugo la frente y lo miro con gesto inquisitivo.

—Se ha muerto Barry Fairbrother.

Maureen se quedo boquiabierta.

—?No! ?Como?

Howard se dio unos golpecitos en la sien con un dedo.

—Se le escacharro algo. Aqui arriba. Miles estaba alli, lo vio todo. En el aparcamiento del club de golf.

—?No! —repitio ella.

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