El conde arrojo al suelo al inicuo clerigo y le entrego el arma al sacerdote de la reina.

– Vigilenlo de cerca. Si intenta escapar, clavenle la daga.

Crispin St. Claire volvio a entrar en la capilla y hablo unas palabras con el capitan de los alabarderos de la guardia real. Los hombres armados se dirigieron en silencio al lugar donde estaban los dos conspiradores, los tomaron del brazo sin siquiera darles tiempo a protestar y los llevaron discretamente fuera del templo. Muy pocos advirtieron lo que pasaba, pues la mayoria de los presentes estaban embobados por la pompa y la magnificencia de la misa y no querian perderse ningun detalle. Ni siquiera Luisa de Saboya se dio cuenta del pequeno alboroto.

Afuera, los tres conjurados estaban arrodillados en el suelo, con las manos atadas a la espalda y bajo la celosa vigilancia de la guardia de Enrique VIII. Los dos sacerdotes ingleses habian regresado a la capilla.

– Llevenlos a un sitio donde no los puedan ver los reyes ni las cortes -dijo el conde al capitan-. Hablare con Su Gracia despues de la misa y el decidira que hacer con ellos.

– Si, milord -fue la respuesta.

De pronto, se escucho un griterio procedente del campo.

– ?La salamandra! ?La salamandra! Habia olor a polvora y un fuerte silbido atraveso el cielo.

– ?Que fue eso? -pregunto el capitan.

– Parece que uno de los fuegos artificiales se disparo antes de tiempo. Ire a ver.

Y, efectivamente, tenia razon. Segun le contaron los encargados del igneo espectaculo, un jovencito habia encendido por accidente la salamandra, el emblema personal del rey Francisco.

– ?Torpe! -exclamo enojado el especialista en fuegos de artificio-. Si hubiera arruinado otra pieza, lo habria perdonado, pero ?el simbolo del rey! No tendre tiempo de hacer otro.

– ?Donde esta el nino? -pregunto Crispin.

– Le di una paliza y lo deje ir.

– ?Sabe quien es?

– El inutil hijo de mi hermana. -Necesito hablar enseguida con el.

– Piers, pequeno idiota, ?donde te has metido? ?Ven ahora mismo o te despellejare el trasero cuando te encuentre! -grito el artesano.

Esperaron un largo rato, hasta que aparecio un muchachito sucio; parecia hambriento.

– ?Ven aqui, idiota! Este distinguido caballero desea hablar contigo.

– Ven aqui, pequeno -dijo el conde con voz amable.

– Si, milord -susurro el nino, asustado.

– Mira, muchacho, debes decirme la verdad y si lo haces te recompensare. Y no trates de enganarme pues lo notare enseguida. ?Entendido?

– Si, milord.

– ?Alguien te pago para que encendieras la salamandra cuando el sol estuviera en el cenit? Quiero la verdad. El nino parecia aterrorizado.

– ?Hice algo malo, milord?

– Tal vez si, pero solo quiero saber la verdad. ?Alguien te pago para que encendieras la salamandra?

– Si, milord. Un sacerdote me dio un penique de plata. Dijo que la madre del rey queria hacerle una broma.

– ?Un penique de plata? -exclamo el artesano-. ?Donde esta, pequeno idiota? Deberias darmelo por todo el dano que me has causado. -Lo fulmino con la mirada y lo abofeteo-. ?Damelo!

– Se lo di a mama. Tu no me has pagado nada desde que me tomaste como aprendiz. Y mama lo necesita para alimentar a mis hermanitos.

El artesano volvio a azotar a su sobrino hasta que el conde le aferro el brazo.

– Deje en paz al chiquillo. Necesito que identifique al sacerdote y si lo hace habra una recompensa para usted. Ha habido un complot para matar a una figura muy importante y la salamandra era la senal que esperaban los asesinos. Su pobre sobrino fue victima de un engano.

– ?Santa Madre de Dios! -El hombre se persigno con nerviosismo.

– El nino es inocente. Lo unico que hizo fue aprovechar la oportunidad de ganarse un penique de plata. Por fortuna, nadie resulto herido, pues la conspiracion se descubrio a tiempo. Pero necesito que el joven identifique al sacerdote ante las autoridades pertinentes. Vengan conmigo.

– ?Y usted quien es?

– Mi nombre no significara nada para usted; soy un servidor del cardenal Wolsey.

– De acuerdo, de acuerdo. Iremos con usted. -Todo el mundo, aun los franceses, sabian que el cardenal Wolsey era el verdadero gobernante de Inglaterra. Agarro al nino del cuello de la camisa y le grito-: ?Vamos, Piers, y di toda la verdad, basura inmunda!

El conde los condujo desde el lugar donde se habian instalado los fuegos de artificio hasta el pabellon del cardenal en el campamento ingles. El guardia apostado en la entrada lo reconocio y lo hizo pasar junto con sus acompanantes. Adentro vieron a los tres malhechores arrodillados frente a Thomas Wolsey, quien habia regresado de la misa.

– ?Es el! -grito el nino sin esperar a que le preguntaran-. Es el sacerdote que me pago un penique de plata por encender la salamandra.

El cardenal les indico que se acercaran.

– Expliqueme lo que ocurre, Witton -reclamo el clerigo.

– ?Recuerda que Philippa hablo de la senal de la salamandra? Este nino es aprendiz del artesano de los fuegos de artificio y alguien le dio un penique de plata para que encendiera la salamandra cuando el sol alcanzara el cenit. El sacerdote que le pago le dijo que la reina madre queria hacerle una broma a su hijo Francisco.

– ?Y ese sacerdote esta aqui, en mi pabellon, muchacho? -pregunto el cardenal.

– ?Si, Su Gracia! Es uno de los que estan arrodillados -el nino senalo al culpable.

– Gracias, pequeno. Arrodillense para que les de mi bendicion -les dijo al tio y a su sobrino.

Tras bendecirlos, tuvo un gesto que sorprendio al conde, pues el poderoso cardenal era famoso por su mezquindad: metio su mano en un bolsillo oculto bajo su toga y saco dos monedas. La mas grande se la entrego al artesano, y la mas pequena, al muchacho.

– Usted vuelva a su puesto y procure que los fuegos artificiales de esta noche deslumbren a todo el mundo - ordeno Wolsey al artesano-. El nino se quedara conmigo un tiempo mas, pues tendra que contar su historia a otra persona. -Luego se dirigio a uno de sus sirvientes-: Trae mi litera; ire a visitar a la reina Luisa de Saboya para averiguar que opina de todo este complot. Crispin St. Claire, como siempre, ha hecho un excelente trabajo. Ahora vuelva al lado de su esposa y goce del espectaculo. Crispin hizo una reverencia.

– Gracias, mi cardenal. Me complace haberle sido util una vez mas, pero quien merece toda la gloria es mi esposa. Si no hubiese escuchado esa conversacion, el malefico plan habria tenido exito.

El mas corpulento de los prisioneros tuvo una subita revelacion y, mirando a su companero Michel, protesto:

– ?Te dije que habia que estrangularla! La muy perra entendio cada una de nuestras malditas palabras.

– Asi es, caballeros -replico el conde, y salio del pabellon. Debia encontrar a Philippa y contarle todo lo que habia sucedido.

CAPITULO 18

Cuando el encuentro termino, el rey y la corte se retiraron a Calais, donde Enrique despidio a casi todos los miembros de su comitiva. Luego, el y la reina se dirigieron a Gravelinas para encontrarse con el emperador Carlos V y la regente Margarita. Los cuatro regresaron a Calais y, alli, Carlos y Enrique hicieron un pacto por el cual Inglaterra se comprometia a no firmar nuevos tratados con Francia durante los proximos dos anos. La decision tomada por ambos mandatarios no agrado al rey Francisco, pero no pudo hacer nada.

Philippa y Crispin habian hecho el breve trayecto de Calais a Dover en el navio que lord Cambridge habia alquilado para ellos, junto con una docena de cortesanos de menor jerarquia, que les rogaron que los llevaran a fin de retornar a Inglaterra lo mas pronto posible. Casi todos eran hombres de Oxford a quienes Crispin conocia y

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