se encamino a su encuentro.

– Vacia primero la banera y luego dile a Peter que te ayude a guardarla. Y pon la bandeja sobre la mesa. Tu ama no te necesitara esta noche, Lucy. ?Han preparado tu cuarto?

– Oh, si, milord. Todo esta tal cual lo deje, y la senora Marian es de lo mas generosa. Me invito a cenar con ella y con Peter.

– Encarguense entonces de la banera y luego ambos pueden retirarse -le dijo a la doncella y regreso al dormitorio, cerrando la puerta tras de si.

Lucy terminaba de vaciar el agua cuando aparecio Peter.

– ?Vienes a cenar con nosotros? Mi hermana quiere conocerte mejor.

– Primero guardemos la banera en el armario -dijo Lucy y, tras una breve pausa, agrego-: ?Se puede saber por que tu hermana quiere conocerme mejor? ?Que hay que conocer? Me crie en Friarsgate. Mi hermana es la doncella de lady Rosamund, a quien he servido durante diez anos. Mi vida no esconde ningun misterio; soy tal como me ves.

– Mi hermana opina que deberiamos casarnos -repuso Peter con voz calma.

– ?Que? -Lucy lo miro de lo mas sorprendida-. ?Como se le ocurre semejante cosa?

– Segun ella, es bueno que el lacayo del conde y la doncella de la condesa se casen, pues el matrimonio impide que otros los distraigan de sus deberes.

– SI me lo preguntas, te dire que tu hermana es una mandona y una entrometida. Por el momento, no pienso casarme. Ademas, eres demasiado viejo para mi.

– Tengo cuarenta anos.

– Y yo, veinte -repuso Lucy-. Sin embargo, si algun dia me enamoro, considerare la posibilidad de contraer matrimonio. Pero no todavia. Y se lo dire a tu hermana, si osa decir algo. Ahora, ayudame a inclinar la banera para terminar de vaciarla. Si no nos apuramos, se enfriara la comida del senor conde y de la senora condesa. Nuestros amos no nos perdonaran tamana negligencia.

– Supongo que estan mas interesados en hacer el amor que en la comida -dijo Peter, mirandola con picardia.

– ?Dios bendito! -exclamo Lucy, sonriendo-. No eres tan almidonado como pareces.

– Pero no le diremos nada a la senora Marian, ?verdad?

– No, senor mentiroso -replico la joven sonriendo y cerro la puerta con fuerza para que sus amos supieran que se habian retirado.

El conde salio de la alcoba e inspecciono la cena. Habia un plato de ostras frescas y comio seis seguidas, acompanandose con una copa de vino. Medio somnolienta, Philippa aparecio en la antecamara totalmente desnuda y, sin decir una palabra, se abalanzo sobre la bandeja, tomo un pastel de carne y comenzo a devorarlo con avidez. Crispin le sirvio una copa de vino y se la alcanzo.

– Gracias -murmuro Philippa, mientras se apoderaba de otro pastel, que engullo con tanta prisa como el primero. Luego, ataco la fuente con esparragos en salsa de limon, y cada vez que chupaba los carnosos tallos, se lamia sensualmente los labios.

Crispin, que al observaria sentia un cosquilleo en el miembro, aparto la vista, tomo una sabrosa y tierna pata de venado y la desgarro hasta el hueso con sus dientes blancos y vigorosos. Bebio mas vino y penso que jamas habia comido con una mujer desnuda. '?Que hay de malo? Somos un matrimonio en la intimidad de sus aposentos' -penso, y se quito la toalla de las caderas.

Cuando Philippa noto que el lienzo habia caido al suelo, alzo la vista y miro de arriba abajo el cuerpo delgado y largo de su esposo. Los dos se hallaban parados frente al aparador. Estaban tan hambrientos que ni siquiera se habian molestado en sentarse para comer. Una vez que dieron cuenta de las ostras, la carne y los esparragos, cortaron con las manos la enorme hogaza de pan casero. Philippa extrajo un poco de mantequilla y la unto en el pan con el dedo pulgar. Con un rapido movimiento, el conde le arrebato el mendrugo, lo desmenuzo en pedacitos y los fue introduciendo en la boca de la joven. Imitando el gesto, Philippa corto trozos de queso cheddar se los fue metiendo en la boca. Y luego se lamieron los dedos el uno al otro.

Acto seguido, Crispin coloco el plato de fresas, la crema y un pequeno jarro de miel junto al fuego, y acosto a su esposa en el piso mientras la besaba dulcemente. En silencio, Philippa observaba como untaba con crema sus pezones y colocaba en la punta una fresa. A continuacion, Crispin le cubrio el torso con crema y fresas, que procedio a comer una por una, y luego le lamio el abdomen hasta no dejar rastros de crema. Dejo para el final las dos pequenas frutas de sus pezones, y los lamio hasta sentir que ella se retorcia de placer.

– ?Te gusto lo que te hice antes? -dijo finalmente Crispin, haciendole cosquillas en la oreja con su calido aliento.

– Si, pero fue muy perverso.

– Si, fue muy perverso -repitio el conde con un ronroneo y le mordisqueo los labios-. Puedo ensenarte otras cosillas perversas, ?quieres?

La joven, deseosa, asintio varias veces con la cabeza. Entonces, el conde hundio su virilidad en el tarro de miel y la retiro, ante la perpleja mirada de su mujer. Luego la apreto contra los labios de Philippa, quien los abrio y lamio la dulce sustancia con su rosada lengua. Como la miel comenzaba a licuarse y a chorrear debido al calor de su cuerpo, el conde introdujo todo el miembro en su boca. Philippa se sobresalto al principio, pero enseguida se puso a chupar toda la miel, y cuando sintio que la rigidez de su amorosa vara la desbordaba, la dejo salir. El conde la deslizo entre sus piernas y empezo a empujar con impetu.

Philippa le aranaba la espalda emitiendo suaves quejidos. Al instante esos quejidos se transformaron en gemidos y los gemidos desembocaron en un jubiloso grito. El conde movia sus caderas hacia delante y hacia atras, hacia delante y hacia atras, hasta que Philippa sintio que su cabeza giraba como un torbellino. Estaba mareada y debil por el ardiente placer que fluia por todo su cuerpo. '?Lo amo! ?Lo amo!' -penso, pero no lo expreso en voz alta, pues Crispin aun no le habia dicho que la amaba.

Estaban empapados de sudor por el apasionado esfuerzo. Crispin la penetro hasta lo mas profundo de su vientre, y sintio como los espasmos del extasis sacudian el cuerpo de Philippa. Sin embargo, no la oyo gritarle su amor. ?Acaso era incapaz de experimentar ese tierno sentimiento? ?Solo le interesaba satisfacer su instinto carnal? No sabia la respuesta y tampoco le importaba mucho en ese momento. Los jugos de la pasion brotaron de su ser, dejandolo exhausto y desesperado de amor.

Se quedaron acostados junto al fuego un largo rato. Caia la oscuridad; los pajaros habian dejado de cantar; solo se oia el repiqueteo de la lluvia y algun trueno ocasional. El conde se puso de pie y ayudo a Philippa a levantarse. Juntos entraron en la alcoba, se metieron en la cama y durmieron hasta bastante despues del amanecer.

Philippa fue la primera en despertarse. Mientras oia los sonidos del nuevo dia, se puso a reflexionar sobre los acontecimientos de la noche anterior. Pronto volveria a Friarsgate y podria hablar con Rosamund; esa idea le ilumino el rostro. Jamas habia imaginado que llegaria a necesitar tanto a su madre, pero sus sentimientos hacia Crispin la tenian muy confundida. Se deslizo fuera de la cama, se dirigio al hogar y retiro del fuego la jarra que Lucy les habia dejado. Volco un poco de agua caliente en el aguamanil de plata, se lavo y arrojo el contenido por la ventana.

Remoloneando en la cama, el conde observaba como Philippa se vestia y cepillaba su cabellera caoba hasta dejarla tersa y brillante como la seda.

– Buenos dias, condesa.

Philippa dio media vuelta y le sonrio.

– Buenos dias, milord. Puedes lavarte con agua caliente -anuncio senalando el lavamanos.

– ?Acaso no me lavaste bien anoche, pequena?

– ?Milord! -lo regano.

– La proxima vez te echare miel a ti y lamere tu deliciosa vaina.

– Crispin, eres un depravado -replico, pero, en realidad, los recuerdos de la miel, la crema y las fresas le causaban un cosquilleo en todo el cuerpo.

Las semanas siguientes fueron maravillosas. Recorrieron a caballo las tierras de St. Claire, hicieron el amor en una parva de heno, donde el trasero del conde estuvo a punto de ser atacado por una abeja y Philippa lloro de la risa. Crispin le explico como se administraban sus propiedades. Se detuvieron en cada casa de las tres calles de Wittonsby para saludar a los inquilinos y charlar con ellos. Las noches las dedicaban al placer y la pasion. Y, de pronto, el mundo exterior irrumpio en su dichosa existencia.

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