Un mensajero que llevaba la insignia del cardenal Wolsey llego a Brierewode con una orden para el conde de Witton: debia reunirse con el poderoso clerigo en Hampton Court. Enrique Tudor estaba pasando el verano en Wiltshire y Berkshire; la reina, en cambio, se habia refugiado en su amado Woodstock y se quedaria alli hasta septiembre, cuando el rey iria a buscarla.

– Estamos casi a mediados de agosto -protesto Philippa-. Debemos partir hacia el norte para asistir a la boda de mi hermana. ?Por que te reclama, si ya no estas a su servicio?

– Es cierto, pero no puedo decirle que no. Es el vocero del rey, pequena. Debo partir. Iremos al norte apenas regrese.

– ?Y cuando volveras?

– No lo se. ?Por que no te preparas para el viaje mientras estoy ausente? Peter empacara mis cosas.

– ?Como? ?No te acompanara?

– El cardenal quiere discutir ciertos asuntos conmigo y no necesito llevar a mi lacayo. Cabalgare deprisa con mis hombres y tratare de retornar lo antes posible. Wolsey sabe muy bien que no estoy a su servicio y, a decir verdad, dudo que ese hombre siga gozando de los favores del rey por mucho tiempo mas.

– Si no regresas dentro de una semana, viajare sola.

– No, te quedaras a esperarme en Brierewode. Te prometi que irias a la boda de tu hermana y lo cumplire. Pero si me desobedeces, enfrentaras mi enojo, Philippa. Recuerda que quien manda en esta casa soy yo. ?Estamos de acuerdo?

A la manana siguiente, Crispin St. Claire partio junto con el mensajero del cardenal y una tropa de hombres armados. Al llegar a Hampton Court, lo hicieron esperar dos jornadas enteras, pues Wolsey estaba muy ocupado arreglando los asuntos del rey. Por fin, llego el dia del encuentro.

– Necesito que emprenda una nueva mision, milord -anuncio Thomas Wolsey.

– No podre ser de utilidad dentro del pais, Su Gracia, y mi intencion es permanecer en mis tierras, al menos hasta que mi esposa y yo tengamos herederos. Lo siento, Su Gracia, pero ya he pasado los treinta anos y no podre hacerle un hijo a Philippa si no estoy en Brierewode. El rey sabra comprender mis motivos.

– De el se trata precisamente, Witton -enfatizo Wolsey-. Lo que le dire hoy no debe repetirlo en ninguna circunstancia. Se sospecha que el duque de Buckingham, el duque de Suffolk y varias personas mas se han conjurado para derrocar a Enrique Tudor, con la excusa de que Su Majestad no tiene un heredero varon. Algunos seguidores de rango inferior son vecinos suyos, milord. Buckingham es descendiente de Eduardo III y siempre ha sido un hombre muy ambicioso. Algunos dicen que sus derechos al trono son mas legitimos que los del propio rey.

– Solo un tonto se atreveria a decir algo asi en voz alta -replico el conde.

– ?Ah, si! Pero la corte esta plagada de tontos. Quiero que usted sea mi espia en Oxford, milord, necesito un hombre en quien pueda confiar.

– ?Suffolk? Me llama la atencion que lo haya mencionado, pues es amigo y cunado del rey.

El cardenal se echo a reir con ganas.

– Se caso con Maria Tudor sin el permiso del rey, ?recuerda? Y permanecio en Francia hasta que su esposa obtuvo el perdon de Enrique. Suffolk solo es leal a si mismo, milord.

– O sea que mi mision consiste en escuchar y comunicarle cualquier informacion que pudiera perjudicar a nuestro rey, ?verdad?

– Exactamente. No me atrevi a poner mis instrucciones por escrito, por temor a que fueran leidas por personas equivocadas. Si bien tengo espias a mi disposicion, trato de renovarlos periodicamente. Usted no es la unica persona que he destituido del servicio secreto, milord. -Capto la mirada seria del conde y cambio de tema-: ?Como se encuentra su bella esposa? ?Esta satisfecho con el matrimonio? ?Melville valio la pena el esfuerzo?

– ?Oh, si! -replico el conde de Witton con una sonrisa- Estoy mas que satisfecho con ella. Su madre y la reina han sido excelentes mentoras.

– Entonces, regrese a casa, Crispin St. Claire, y le doy las gracias por haber venido. Se que puedo confiar en usted.

Crispin se puso de pie, lo saludo con una profunda inclinacion y abandono el salon privado del cardenal. Aun no era el mediodia y no tenia motivos para quedarse alli. Reunio a sus hombres y emprendieron el regreso a Oxford. Llego varios dias mas tarde, y se entero de que su esposa se habia marchado a Friarsgate. Enojado, lanzo una sarta de improperios, provocando la reprobacion de la senora Marian.

– ?Milord! -exclamo horrorizada, pues jamas le habia escuchado palabras tan soeces. La senora llamo a uno de los criados y le ordeno que sirviera una copa de vino a su amo. El conde le arrebato la copa al sirviente y la bebio de un solo trago.

– ?Como se fue? -pregunto al ama de llaves-. ?Quien la acompano?

– Lucy y mi hermano, milord, pero por suerte Peter logro convencerla de llevar a seis hombres armados. Ella no acepto un hombre mas. No se que locura la ataco. Desde que usted se fue, se la veia cada vez mas perturbada. Me dijo que necesitaba ver a su madre. De no haber sido por el poder de persuasion de Lucy, se habria marchado al dia siguiente de su partida, senor.

– ?Que cosas llevo con ella? -inquirio el conde mas tranquilo.

– Solo una pequena alforja. Dijo que no precisaria sus finos vestidos en Friarsgate y que deseaba llegar lo antes posible. No acepto el carro con el equipaje que le ofrecimos. ?Que vestira en la boda de su hermana? Me imagino que sera una fiesta grandiosa.

– Lord Cambridge la proveera de vestidos, no se preocupe. La familia, y sobre todo mi esposa, suele recurrir a el para esos menesteres.

– Debe de estar cansado de cabalgar, milord. Vaya al refectorio y le servire algo de comer.

– Tengo que partir ya mismo a Friarsgate.

– Si, milord, lo entiendo, pero muy pronto caera la noche. Los dias son mas cortos ahora. Disfrute de una buena cena y de una noche en su cama limpia y fresca, y salga manana a la manana. -Lo condujo al refectorio y ordeno a los criados que se apresuraran a servir la cena.

– Ay, Marian, pese a sus locuras, amo a Philippa.

– Lo se, milord, y ella tambien lo ama.

– Nunca me lo ha dicho.

– ?Y usted, milord, le ha confesado su amor? Las mujeres no dicen esas cosas si el marido no toma la iniciativa.

– ?Oh, no, soy un idiota! -exclamo Crispin agarrandose la cabeza con las manos.

– Como la mayoria de los hombres -replico la senora con la confianza de una vieja y querida sirvienta-. Pero no lo ha abandonado, milord. Y ya tendra tiempo de corregir el error.

– ?Por que no quiso esperarme?

– No lo se. Solo se que, de pronto, sintio una imperiosa necesidad de ver a su madre. Mire que delicioso pastel de conejo acaba de salir del horno. Quiero que se lo coma todo; tambien hay pan, queso y mantequilla, y de postre, tarta de manzana.

El conde la miro con una calida expresion de gratitud.

– Digales a mis hombres que manana partiremos a Cumbria.

– Si, milord -repuso la senora Marian y se retiro.

Tal como le habia asegurado el ama de llaves, Crispin se sintio mejor despues de la cena y mucho mejor aun despues de haber dormido profundamente en su propia cama. Uno de los sirvientes empaco sus pertenencias en ausencia de Peter y las puso en el caballo de carga. El conde tenia la esperanza de alcanzar a su testaruda esposa antes de que llegara a Friarsgate.

Pero Philippa estaba decidida a encontrarse con su madre lo antes posible. Galopaba sin descanso, ante la mirada perpleja de los hombres, que no podian creer que una dama tan delicada viajara sin los tipicos bartulos femeninos. Un dia los sorprendio la noche antes de llegar a una posada o un convento, de modo que tuvieron que descansar en medio del campo y dormir en parvas de heno. Philippa no emitio una sola queja. Finalmente, llegaron a Cumbria y siguieron avanzando hacia el norte. Una manana, cerca del mediodia, subieron a una colina y contemplaron el lago y las praderas donde los numerosos rebanos de Friarsgate pastaban placidamente.

– Gracias a Dios, podre morir en mi propia cama -suspiro Lucy.

– Primero tendras que bajar la colina -rio Philippa. El lugar era tal como lo recordaba: hermoso y pacifico. Espoleo los flancos de la montura e inicio el descenso.

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