Habian llegado frente al porton de la Universidad.

Braunstein se detuvo y extendio la mano para estrechar la del medico.

– Bien, doctor, no me haga mucho caso. A veces divagamos, sobre todo cuando estamos preocupados por otras cosas… Y usted, trate de descansar. ?Deje a la policia que resuelva las cosas!… Usted, a lo suyo.

– Pero, profesor, ?como sabe usted que estoy preocupado por algo?…

– Es usted joven, amigo… Y a los jovenes se les refleja en la cara todo cuanto sienten y piensan… En las manos de ustedes esta el futuro y ustedes se dedican a malgastarlo en divagaciones. ?Me permite un consejo?… No vuelva atras la mirada nunca, doctor Lebeau…

El convencimiento absoluto de que el profesor Braunstein sabia algo de todo aquel misterio que la policia estaba tratando de desentranar se hizo a cada minuto mas fuerte en la conciencia del doctor Lebeau. No es que pensase en la responsabilidad directa del viejo profesor de fisica. Mas bien se inclinaba a suponer que Braunstein habia tenido ocasion de ver algo y que su cerebro habia fabricado toda una teoria de la justicia particular ante un hecho que, en su conciencia, podria haber despertado, con toda su brutalidad, un sentimiento de solidaria compasion.

***

Ya habia llegado casi a la altura de su apartamento, cuando Lebeau, sin idea fija de lo que podria ver u oir, volvio sobre sus pasos, se metio en el intrincado laberinto de callejuelas que rodeaban los edificios de la Universidad y fue a rodear la zona de derribos que, en tanto esperaban el momento de su edificacion, servian de estercolero y almacen de desperdicios de todo cuanto se tiraba en las aulas y en los laboratorios.

Entre la basura acumulada en uno de aquellos inmensos montones de porqueria habian sido hallados, dia tras dia, los cuerpos horrorosamente mutilados de aquellos seres que habian formado en su mente la imagen del horror y de la repugnancia. Ahora, una patrulla de agentes, con perros policia, escarbaban entre los escombros y las basuras, tratando de encontrar algun indicio o cualquier objeto que pudiera servirles de pista en sus ciegas investigaciones. Un trabajo manso, lento y silencioso bajo el cielo nublado de la manana temprana. Los perros parecian darse cuenta de la preocupacion reinante y escarbaban y olfateaban por todas partes en silencio, sin soltar un solo ladrido.

Los agentes, enfebrecidos en la inutil busqueda, no repararon siquiera en la presencia de Lebeau y solamente, pasado un largo instante de mirar hacia las lejanas ventanas de las aulas y los laboratorios de la Universidad, tratando de saber cual de aquellos mil agujeros perteneceria al profesor Braunstein, se electrizo al sentir una mano sobre su hombro. Al volverse vio la cara preocupada del comisario Kraut.

– ?No duerme, doctor?

Lebeau nego con la cabeza y miro fijamente a Kraut, dudoso de contarle los pensamientos desordenados que pasaban desde hacia una hora por su cerebro.

– ?Que le ocurre? -oyo que le preguntaba, curioso-. Deberia usted dormir y dejar esto por un rato.

– ?No… no han encontrado nada?

Kraut nego lentamente y anadio:

– Debieron traerlos despues… No hay senales de lucha, aunque, con toda esta porqueria…

– Un asesino inteligente, entonces…

– Todo lo contrario… Un aficionado… Son los peores. Busque usted a una bestia danina entre tres millones de habitantes de una ciudad y vera usted lo dificil que es descartar a todos menos uno…

– Sin embargo, el hecho de que todos los cadaveres se encontrasen precisamente aqui…

– ?Que?

– ?No significa nada?

– Podria significar… y podria no suponer mas que una mania del asesino…

– ?Uno, entonces?…

– ?Cualquiera lo sabe!… Uno, suponemos… Pero todo esta totalmente a oscuras. Usted sabe de eso tanto como yo mismo. Nadie ha escuchado nada… -anadio, senalando ampliamente la multitud de ventanas que rodeaban la zona-. Nadie vio nada, nadie sabe quienes pudieran ser. Como si hubieran aparecido de la nada solo para ser brutalmente asesinados.

Lebeau se volvio al comisario, subitamente interesado.

– Hablo usted antes de lucha, ?no?…

– Tal vez… Debio haberla. No se dejan matar cinco hombres fornidos como eran estos sin ofrecer resistencia, ?no cree usted?

– No lo se, por eso se lo preguntaba… Los cuerpos no ofrecian ninguna senal, ya se lo consigne en el informe…

– Pudieron no tener tiempo de defenderse…

– O pudieron hacerle algo al asesino antes de que el lograse matarles…

– Tal vez… ?por que?

– Porque, en ese caso, el asesino tendria senales que…

Le interrumpio la carcajada de Kraut.

– ?No suene, Lebeau!… ?Tres millones de habitantes, pienselo!… Treinta mil accidentes diarios, doscientas rinas callejeras por termino medio, cuatrocientos quince atropellos. ?Busque usted un asesino entre todos!…

– Un asesino que mata hombres de mas de uno ochenta de estatura, rubios y de treinta anos.

Kraut se le quedo mirando un instante, sosteniendo la mirada angustiosa de Lebeau.

– Oiga, Lebeau… Ha tenido usted una idea…

– ?Yo?…

– Si, usted… ?Por que no hemos de ponerle un cebo a ese maniaco?

En los dias siguientes, diez agentes escogidos entre los que tenian unas caracteristicas fisicas mas o menos identicas a los hombres asesinados se pasearon dia y noche por la ciudad, procurando pasar lo menos inadvertidos posible y recorrieron todos los barrios, cafes de mala nota y prostibulos en los que, de un modo u otro, cupiera la posibilidad de encontrar a un asesino.

Transcurrio una semana totalmente inutil. Una semana en la que los agentes seleccionados pudieron revolver la ciudad y hacerse ver, en una u otra ocasion, por cada uno de sus tres millones de habitantes. Una semana en la que, ademas, no volvio a aparecer ningun nuevo asesinado.

Habria parecido que los temores de la policia no iban a confirmarse. La vida en la comisaria resbalaba lenta y pegajosa, como la de toda la ciudad inundada de calor. Los informes sobre los cinco extranos asesinatos fueron acumulandose, sin que nada pudiera sobrepasar las sospechas de una porcion de testigos que, en su mayoria, trataban unicamente de hacerse notar por su celo ante la justicia, sin que nada interesante respaldase sus oscuras declaraciones insensatas.

Los informes pedidos a los distintos organismos judiciales no arrojaron tampoco ninguna luz. Se analizaron las ropas de los muertos y la conclusion que sacaron los peritos, despues de consultar con los mas importantes fabricantes de tejidos, era que aquellas prendas parecian de artesania y que, probablemente, ninguno de los grandes telares industriales del pais las habia confeccionado.

Se consulto igualmente a los pocos tatuadores profesionales que aun subsistian miserablemente en su negocio. Ninguno de ellos pudo haber hecho el tatuaje cuidadosisimo que aparecio en los brazos de los muertos. Y en ninguna parte se pudo saber lo que significaba. Porque aquel trabajo parecia deberse, mas que a un capricho, a alguna senal distintiva de rango o de profesion.

Parecia… Todo parecia y en nada se asentaba una absoluta seguridad. Por eso el mismo Lebeau no habia sido capaz de exteriorizar ante el comisario ni ante nadie el recondito temor que le atenazaba desde el dia en que tropezo al amanecer con la silueta pequena y fornida del viejo fisico. Aquello tenia que saberlo por si mismo, y las razones que tenia para que fuera asi eran poderosas. En primer lugar, el no era un investigador profesional y sus relaciones con la justicia eran puramente empiricas, sin que nada ni nadie tuviera que darle credito por una sospecha sin fundamento. Pero, ademas, se trataba del profesor Braunstein y habia que pensarlo muchas veces antes de ponerle la mano encima a una eminencia que se entregaba en cuerpo y alma al servicio incondicional del pais, hasta constituir practicamente su gloria mas brillante. Ya nadie recordaba la epoca, treinta anos antes, en que Braunstein llego refugiado desde su lejana patria de la Europa Oriental, perseguido por la furibunda oleada de racismo. Nadie recordaba que llego solo, con todos sus parientes y amigos asesinados en nombre de una extrana

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