Ondule alrededor del cable como una bandera en un viento voluble. Me aferre un tiempo al cable frio y lacerante, resollando, y luego, con toda la fuerza de mis brazos, descendi por el baupres, porque ese palo final era el baupres, claro. Creo que no me hubiese importado estrellarme contra la proa; no queria otra cosa que tocar el casco, donde fuera y como fuera.

En vez de eso di contra una vela de estay y empece a resbalar por su inmensa superficie plateada. Y era una superficie por cierto, y parecia mera superficie, con menos cuerpo que un susurro, casi algo hecho de luz. Me volvio de costado, me hizo girar y me envio a la cubierta, rodando a tropezones como una hoja al viento.

O mejor dicho a alguna cubierta, pues nunca he estado seguro de que la cubierta a la que volvi fuera la que habia dejado. Alli me tendi procurando recuperar el aliento, la pierna coja en agonia; sujeto apenas por la atraccion de la nave.

Mi frenetico boqueo no cesaba ni disminuia; y tras un centenar de resuellos me di cuenta de que la capa de aire era incapaz de mantenerme con vida mucho mas. Luche por levantarme. Aunque estaba medio sofocado, fue increiblemente facil: por poco salgo de nuevo hacia arriba. A solo una cadena habia un escotillon. Me tambalee hasta alcanzarlo, lo abri con el ultimo resto de fuerza y lo cerre detras de mi. La puerta de dentro parecio abrirse casi sola.

En seguida se me renovo el aire, como si en una celda hedionda hubiera entrado una joven brisa. Para acelerar el proceso, mientras bajaba por la pasarela me quite el collar y me pare un momento a respirar el aire fresco y tibio, apenas consciente de donde estaba, salvo por la bendita certeza de encontrarme otra vez en la nave y no naufragando entre sus velas.

La pasarela, angosta y clara, estaba penosamente iluminada por luces azules que se arrastraban despacio por las paredes y el techo, parpadeando y en apariencia espiando el corredor sin ser parte de el.

Nada me escapa a la memoria a menos que este inconsciente o poco menos; recordaba cada uno de los pasillos que habia entre mi camarote y la compuerta por donde habia salido, y ninguno era este. La mayoria estaban decorados como los estudios de los castillos, con cuadros y suelos pulidos. Alli la madera castana de la cubierta dejaba paso a un alfombrado verde como hierba que alzaba minusculos dientes para aferrarme las suelas de las botas; tuve la impresion de que las hojitas verdiazules eran verdaderas navajas.

Asi pues me vi ante una decision, y una decision que no me regocijaba. A mi espalda estaba la compuerta. Podia salir de nuevo y de cubierta en cubierta buscar mi zona de la nave. O seguir por el pasillo angosto y buscar por dentro. Esta alternativa tenia la inmensa desventaja de que en el interior seria facil perderme. Y sin embargo, ?podia ser peor que perderme entre los cordajes, como antes, o en el infinito espacio entre soles, como habia estado a punto de ocurrirme?

Estuve alli vacilando hasta que oi voces. Me recordaron que todavia llevaba la capa ridiculamente atada a la cintura. La desate, y acababa de hacerlo cuando aparecio la gente cuyas voces habia oido.

Iban todos armados, pero alli terminaban las semejanzas. Uno parecia un hombre bastante corriente, de los que uno habria visto cualquier dia en los muelles de Nessus; otro de una raza que yo no habia encontrado en todos mis viajes, alto como un exultante y con la piel no del marron rosado que nos complace llamar blanco, sino realmente blanca, como la espuma, y coronada por un pelo blanco tambien. La tercera era una mujer, apenas mas baja que yo y de miembros mas gruesos que cualquiera que yo hubiera visto. Detras de ellos, dando casi la impresion de impulsarlos, habia una figura que habria podido ser la de un hombre imponente con armadura completa.

Creo que si se los hubiese permitido habrian pasado junto a mi sin decir palabra, pero me plante en medio del corredor y explique mi situacion.

—Ya he informado —dijo la silueta con armadura—. Alguien vendra a buscarte, o me ordenaran que te acompane. Entretanto has de venir conmigo.

—?Adonde vas? —pregunte, pero mientras hablaba el se alejo, haciendo un gesto a los dos hombres.

—Ven —dijo la mujer, y me beso. No fue un beso largo pero parecia encerrar una pasion turbulenta. Me tomo del brazo apretandolo con una fuerza de hombre.

El marinero comun (que en realidad no era nada comun, porque tenia un rostro alegre y bastante hermoso y el pelo rubio de los surenos) me dijo entonces: —Tendras que venir o no sabran donde buscarte, si es que te buscan, lo que quiza no estaria mal. —Hablo por encima del hombro, andando, y la mujer y yo lo seguimos.

El de pelo blanco dijo: —Quiza puedas ayudarme.

Supuse que me habia reconocido; y, como sentia necesidad de reclutar todos los aliados posibles, le dije que haria lo que pudiese.

—Por el amor de las Danaides, callate —le dijo la mujer. Y luego a mi—: ?Estas armado?

Le mostre la pistola.

—Aqui dentro deberas tener cuidado con eso. ?La puedes poner al minimo?

—Ya lo he hecho.

Ella y los demas llevaban carabinas, armas muy parecidas a los fusiles pero de caja mas corta y gruesa y canon mas fino. En el cinturon le vi una daga puntiaguda; los dos hombres tenian bolos, cuchillos de selva de hoja corta, ancha y pesada.

—Me llamo Purn —me dijo el rubio.

—Severian.

Me tendio la mano y la estreche: una mano de marino, grande, aspera y musculosa.

—Ella es Gunnie…

—Burgundofara —dijo la mujer.

—Nosotros la llamamos Gunnie. Y el es Idas. —Senalo al de pelo blanco.

El hombre con armadura estaba detras de nosotros mirando al fondo del pasillo, y exclamo abruptamente: —?Silencio!

Yo nunca habia visto a nadie capaz de girar tanto la cabeza. —?Como se llama? —le pregunte a Purn.

Me contesto Gunnie: —Sidero. —De los tres, era la que parecia tenerle menos miedo.

—?Adonde nos lleva?

Sidero paso galopando a nuestro lado y abrio una puerta.

—Aqui. Este es un buen lugar. Nuestra confianza es grande. Manteneos separados. Yo estare en el centro. Si no os atacan no hagais dano. Las senas, vocales.

—En nombre del Increado —pregunte—, ?que se supone que estamos haciendo?

—Buscando inclusos —murmuro Gunnie—. No le hagas mucho caso a Sidero. Dispara si te parecen peligrosos.

Mientras hablaba me habia ido guiando hacia la puerta abierta.

—Descuida, lo mas probable es que no haya ninguno —dijo Idas, y se nos acerco tanto que casi mecanicamente di un paso adentro.

Estaba oscuro como una fosa, pero al instante tuve conciencia de que ya no pisaba suelo solido sino una especie de parrilla abierta y temblequeante, y de que habia entrado en un lugar mucho mayor que una habitacion comun.

Gunnie atisbo la oscuridad por encima de mi hombro y lo rozo con el pelo, dandome a oler una mezcla de perfume y sudor.

—Enciende las luces, Sidero. Aqui no se ve nada.

Las luces brillaban con un matiz mas amarillo que el del corredor que habiamos dejado, una refulgencia cetrina que parecia absorber el color de todas las cosas. Apretados los cuatro en una masa compacta, estabamos sobre un suelo de barras negras no mas gruesas que el menique de un hombre. No habia baranda, y el espacio que teniamos delante y abajo (pues el techo que estaba apenas encima sostenia sin duda la cubierta) podria haber contenido la Torre Matachina.

Lo que contenia ahora era un inmenso revoltijo de carga: cajas, fardos, barriles y cestas de todo tipo; maquinaria y partes de maquinas, sacos, muchos de una pelicula reluciente y traslucida; pilas de madera.

—?Alli! —exclamo Sidero. Senalo una escalerilla como de hilo de arana que bajaba por la pared.

—Tu primero —dije.

Se lanzo contra mi —habia menos de un palmo de distancia— y por lo tanto no tuve tiempo de sacar la pistola. Me agarro con una fuerza que encontre asombrosa, obligandome a dar un paso atras, y luego me empujo con violencia. Por un instante vacile al borde de la plataforma, manoteando el aire; despues cai.

Sin duda en Urth me habria partido el cuello. Pero la lentitud de la caida no alivio en absoluto mi terror. Vi

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