Si, cuando uno de sus hijos tenia dieciocho meses, Paola le hubiera dicho que era del cartero, del basurero o del cura parroco, el no lo habria querido menos por ello. Brunetti se llamo al orden: ya estaba otra vez poniendose de ejemplo, como si en el mundo no hubiera mas patrones de conducta.

Siguio andando hacia la questura, pero, por mas que se esforzaba, no conseguia acallar aquellas voces. Tan ensimismado llego que estuvo a punto de chocar con Patta, que en aquel momento salia por la puerta principal.

– Ah, Brunetti -dijo el vicequestore-. ?Viene de alguna gestion?

Brunetti asumio una expresion de agobio profesional.

– Si, dottore, pero no quiero retrasarlo de la suya.

– ?Que otra cortes explicacion dar al hecho de que el jefe se iba a su casa dos horas antes de la reglamentaria?

Brunetti preferia que Patta no se enterase de sus actividades y, menos aun, de que habia estado haciendo preguntas al jefe de un partido politico emergente en el Veneto. Patta creia que los unicos que tenian derecho a hacer preguntas a los politicos eran los camareros; los demas debian mantenerse a la expectativa.

– ?Que clase de gestion? -pregunto Patta.

Brunetti, recordando la descripcion que el marquis de Custine hacia de los funcionarios de aduanas del puerto de San Petersburgo, dijo:

– Se ha recibido la denuncia de que los funcionarios del puerto aceptan sobornos y ponen trabas a los que no los pagan.

– Nada nuevo -dijo Patta con impaciencia, acabo de calzarse los guantes y se fue.

En el primer piso, Brunetti fue a la sala de los agentes y se alegro de ver alli a Vianello y Pucetti. No pensaba en si habrian descubierto algo acerca del farmaceutico ni en si podrian ayudarle a resolver el caso: Brunetti se alegraba, simplemente, de estar en compania de personas que sabia compartirian su visceral repugnancia hacia lo que Marcolini acababa de contarle.

Entro en la sala sin decir nada. Vianello levanto la cabeza y sonrio, y otro tanto hizo Pucetti. Sus escritorios estaban llenos de papeles y carpetas, y Pucetti tenia tinta en la barbilla. Brunetti sintio una emocion extrana que le impedia hablar: dos hombres completamente normales, haciendo su trabajo.

Ahora bien, la sonrisa de Vianello era la del depredador que acaba de vislumbrar el flanco moteado de un gamo en el linde del calvero.

– ?Que hay? -pregunto Brunetti.

– ?Has visto a la signorina Elettra? -pregunto el inspector. Brunetti observo en Pucetti una sonrisa parecida.

– No. ?Por que?

– Anoche, la companera del signor Brunini recibio una llamada telefonica.

Brunetti tardo unos segundos en procesar la informacion: llamada recibida en el telefonino que habia comprado, cuyo numero habia dado a la clinica: numero del signor Brunini y telefono al que la signorina Elettra habia quedado encargada de contestar.

– ?Y?

– El comunicante dijo que creia poder ayudar al signor Brunini y, por supuesto, tambien a la signorina.

– ?Eso es todo? -pregunto Brunetti.

– La signorina Elettra no ha podido contener la emocion al recibir la noticia. -Como Brunetti no respondiera, el inspector prosiguio-: No hacia mas que repetir: «Un bebe, un bebe…», hasta que el hombre dijo que si, que estaba hablando de un bebe.

– ?Y ahora que? ?Dejo un numero?

Vianello ensancho la sonrisa.

– Mas que eso. Accedio a encontrarse con ella y con el signor Brunini. Ella me ha dicho que, mientras quedaban en la hora y el sitio, no hacia mas que llorar.

Brunetti tuvo que sonreir a su vez.

– ?Y?

– No sabia que querrias hacer -dijo Vianello. Marvilli se habia comportado honrada y hasta generosamente con ellos: lo menos que podian hacer era devolverle el favor dandole una informacion que podia ayudarle en su carrera. Por otra parte, nunca estaba de mas contar con un amigo en los carabinieri. Habria podido llamarle el, pero Brunetti preferia que hiciera la llamada Vianello: asi no daria tanto la impresion de que estaba pagandole un favor personal.

– El caso pertenece a los carabinieri -dijo Brunetti al fin-. ?Querras llamar a Marvilli?

– ?Y la cita?

– Explicale la situacion. Si quieren que vayamos nosotros, iremos. Que decidan ellos.

– De acuerdo -dijo Vianello, pero no extendio el brazo hacia el telefono-. No es hasta pasado manana - anadio.

Brunetti carraspeo y abordo el asunto que lo habia llevado alli:

– ?Habeis terminado con los nombres que estaban en el ordenador de Franchi?

– Ahora mismo -dijo Vianello-. Hemos repasado los historiales y encontrado una docena que contienen informacion que podria ser interesante para ciertas personas.

«Que exquisita diplomacia se gasta hoy el inspector», penso Brunetti.

– ?Quieres decir ser motivo de chantaje? -pregunto.

Pucetti se echo a reir y dijo a Vianello:

– Ya le he dicho que era mejor hablar claro.

Vianello prosiguio:

– Creo que podriamos repartirnos los historiales e ir a ver a la gente.

– ?No se puede hacer por telefono? -pregunto Pucetti con extraneza.

Brunetti se adelanto a hablar sin dar tiempo a Vianello de responder, consciente de la clase de informacion que podian contener los historiales.

– El primer contacto, si; para averiguar si hay motivo, despues habra que ir personalmente. -Senalo las carpetas-. ?Hay algo que sea delito?

Vianello extendio la mano con un ligero balanceo.

– Dos de ellos toman muchos tranquilizantes, pero eso seria culpa del medico, no suya, creo yo.

Parecia un asunto muy leve.

– ?No hay nada mejor? -pregunto, y comprendio que la palabra no podia ser menos apropiada.

– Me parece que yo tengo algo -dijo Pucetti, titubeando.

Los otros dos hombres vieron al joven agente rebuscar entre las carpetas que tenia encima de la mesa y extraer una.

– Es una norteamericana -empezo.

«Una mechera», fue lo primero que penso Brunetti, pero enseguida comprendio que esta no era la clase de informacion que podia tener un farmaceutico.

– En realidad, quiza se trate del marido -matizo Pucetti.

Vianello suspiro audiblemente, y Pucetti prosiguio: -Durante los dos ultimos anos, la mujer ha estado en Pronto Soccorso cinco veces. Los otros no dijeron nada.

– La primera vez, fractura del tabique nasal -dijo Pucetti abriendo la carpeta y deslizando el indice por la primera hoja. Paso a la segunda-. Tres meses despues, un profundo corte en la muneca. Dijo que se le habia roto una copa en el fregadero.

– Ya -murmuro Vianello.

– A los seis meses, volvio con dos costillas rotas. -Se caeria rodando por la escalera, imagino -apunto Vianello.

– Justo -respondio Pucetti. Paso otra hoja y dijo-: Despues, una rodilla, rotura de ligamentos: se cayo en un puente.

Ni Brunetti ni Vianello hablaban. El crujido de la siguiente hoja sono con fuerza en el silencio.

– Luego, el mes pasado, se disloco un hombro.

– ?Volvio a caer por la escalera? -pregunto Vianello.

Pucetti cerro la carpeta.

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