puerta a mano derecha, llamo con los nudillos y, en respuesta a un sonido que no llego a los oidos de Brunetti, abrio y se asomo al interior.

– Un policia, dottore -dijo.

– Ya tengo a uno aqui dentro, maldita sea -dijo un hombre que no se molestaba en disimular la colera-. Ya basta. Digale que espere.

La enfermera retiro la cabeza y cerro la puerta.

– Ya lo ha oido -dijo, y de su cara y su voz se habia disipado todo rastro de amabilidad.

Marvilli miro el reloj.

– ?A que hora abre la cafeteria? -pregunto.

– A las cinco. -Al ver la expresion con que el capitan recibia la noticia, ella suavizo el tono-: En la planta baja hay maquinas de cafe. -Y, sin una palabra mas, se fue a seguir viendo su pelicula.

Marvilli pregunto a Brunetti si queria algo, pero este rehuso. El capitan dijo que volvia enseguida y se fue. Brunetti, arrepentido de su negativa, estuvo tentado de gritarle: Caffe doppio, con due zuccheri, per piacere, pero algo le impidio romper el silencio. Vio a Marvilli cruzar las puertas oscilantes del extremo del pasillo y se acerco a una hilera de sillas de plastico color naranja. Se sento y se quedo esperando a que alguien saliera de la habitacion.

CAPITULO 4

Mientras esperaba, Brunetti trato de atar cabos. Si a las tres de la manana se habia llamado al ayudante de Neurologia, era senal de que al tal dottor Pedrolli se le habia causado una lesion grave, por mucho que Marvilli tratara de restarle importancia. Brunetti no concebia semejante exceso de violencia, aunque quiza un capitan ajeno a la unidad de aquellos hombres no habria podido controlar la operacion con tanta eficacia como alguien que conociera bien a sus subordinados. No era de extranar que Marvilli pareciera preocupado.

?Acaso el dottor Pedrolli, ademas de haber adoptado ilegalmente, estuviera involucrado en semejante trafico de forma activa? En su calidad de pediatra, trataba a muchos ninos y, a traves de ellos, a los padres, quiza a padres que desearan mas hijos o padres que pudieran ser persuadidos de renunciar a un hijo no deseado.

Tambien tenia acceso a orfanatos: esos ninos precisan tanta atencion medica como los que viven con sus padres, o mas. Brunetti sabia que Vianello se habia criado con huerfanos: su madre se habia hecho cargo de los hijos de una amiga, para impedir que fueran a un orfanato, por el atavico horror que estas instituciones inspiraban a la generacion de sus padres. Sin duda, ahora las cosas eran distintas, con la intervencion de los servicios sociales y los psicologos infantiles. Pero Brunetti tuvo que reconocer que no sabia cuantos orfanatos existian en el pais, ni donde estaban.

Recordo los primeros anos de su matrimonio, cuando la universidad asigno a Paola un curso sobre Dickens y el, con la solidaridad de un marido nuevo, habia leido con ella todas aquellas novelas. Aun se estremecia al recordar el orfanato al que envian a Oliver Twist, o aquel pasaje de Grandes esperanzas que le helo la sangre, cuando la senora Joe sentencia que a los ninos hay que educarlos «con la mano», expresion que ni el ni Paola se atrevian a descifrar y que los sobrecogia a ambos.

Pero Dickens escribia sus novelas hacia casi dos siglos, una epoca en que las familias eran mucho mas numerosas que las de ahora. Sin ir mas lejos, sus propios padres tenian seis hermanos cada uno. «?Se procura tratar mejor a los ninos ahora que estan escasos?», se pregunto.

De pronto, Brunetti se llevo la mano derecha a la frente, con un involuntario ademan de sorpresa. No se habia formulado acusacion alguna contra el dottor Pedrolli, ni Brunetti habia visto pruebas y, no obstante, ya daba por descontado que el hombre era culpable, por la sola palabra de un capitan calzado con botas de montar.

Interrumpio sus pensamientos la aparicion de Vianello, por el extremo del corredor. El inspector se acerco, se sento a su lado y le dijo:

– Me alegro de que aun estes aqui.

– ?Que sucede? -pregunto Brunetti, que tambien se alegraba de ver al inspector.

En voz baja, Vianello empezo su explicacion.

– Yo hacia el turno de noche con Riverre cuando se recibio la llamada. No entendia nada -dijo, tratando en vano de ahogar un bostezo. El inspector inclino el cuerpo hacia adelante, apoyo los codos en las rodillas y volvio la cara hacia Brunetti-. Llamaba una mujer que decia que habia hombres armados delante de una casa de San Marco. Por La Fenice, calle Venier, cerca de las viejas oficinas de la Carive. * Enviamos a una patrulla, pero cuando llego los hombres ya se habian ido y alguien grito desde una ventana que eran carabinieri y que habian llevado a un herido al hospital. -Miro a Brunetti, para ver si le seguia y continuo-: Los de la patrulla, nuestros hombres, me llamaron, me dijeron todo eso y tambien que el herido era un medico. Yo decidi venir a ver que pasaba, y un imbecil de capitan, ?con botas de montar, nada menos!, me dijo que el caso era suyo y que no me metiera. -Brunetti paso por alto el insulto del inspector a un oficial-. Por eso te he llamado.

El inspector callo y Brunetti pregunto:

– ?Que mas puedes decirme?

– Despues de llamarte, me he quedado esperando un rato. Cuando ha llegado el neurologo he tratado de hablar con el para decirle lo ocurrido, pero entonces ha salido de la habitacion el fantoche de las botas, y el medico ha entrado a ver al paciente. Yo he bajado a la lancha y he estado hablando con uno de los carabinieri que lo han traido. Me ha dicho que la unidad que ha hecho el arresto es de Verona, pero el de las botas esta destinado aqui. Es de Pordenone o de por ahi y lleva unos seis meses en Venecia. Y cuando han entrado en la casa a arrestar a ese medico ha habido problemas. El ha ido a atacar a uno de los hombres, se ha caido y, al ver que no se levantaba, su esposa se ha puesto a chillar y ellos lo han traido al hospital para que los medicos lo examinaran.

– ?Te ha hablado de un nino? -pregunto Brunetti.

– No. Nada de eso -respondio Vianello, desconcertado-. El hombre no parecia querer decir mucho, ni yo sabia que preguntar. Solo deseaba averiguar que le habia pasado a ese medico, como se habia lesionado.

En pocas palabras, Brunetti refirio a Vianello lo que Marvilli le habia dicho de la redada, el objetivo y el resultado. Vianello murmuro unas palabras entre dientes y a Brunetti le parecio oir «agredido».

– ?No crees que se haya caido? -pregunto Brunetti, recordando lo que habia dicho la dottoressa Cardinale.

Vianello expulso bruscamente el aliento con un estallido de incredulidad.

– No, a menos que tropezara con las espuelas del capitan cuando lo han sacado de la cama. Lo han traido desnudo. O, por lo menos, eso me ha dicho una de las enfermeras de abajo. Envuelto en una manta, pero desnudo.

– ?Y eso? -pregunto Brunetti.

– Un hombre, sin la ropa, no es mas que medio hombre -dijo Vianello-. Un hombre desnudo no atacaria a un hombre armado -dedujo, erroneamente en este caso.

– Dos hombres armados, segun creo -observo Brunetti.

– Exactamente -dijo Vianello, firme en su conviccion.

– Si -admitio Brunetti, y levanto la mirada al oir pasos en el corredor. Marvilli se acercaba. Mirando a Vianello, pero dirigiendose a Brunetti, el capitan dijo:

– Veo que su sargento esta explicandole lo sucedido.

Vianello fue a decir algo, pero Brunetti se lo impidio poniendose en pie y dando un paso hacia Marvilli.

– El inspector me dice lo que le han dicho, capitan -respondio Brunetti con sonrisa pronta, y agrego-: Que no es forzosamente lo mismo.

A lo que Marvilli replico al instante:

– Eso depende de con quien haya hablado, supongo.

– Estoy seguro de que al fin alguien nos dira la verdad -concluyo Brunetti, que se preguntaba si Marvilli no estaria tan nervioso a causa del cafe.

La respuesta de Marvilli quedo cortada al abrirse la puerta de la habitacion de Pedrolli. Salio un hombre de mediana edad cuya cara resultaba vagamente familiar a Brunetti. Vestia chaqueta deportiva de tweed, jersey

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