encendidas y una sonrisa agradable en su bien parecida cara. Llevaba en la mano, oculta en el bolsillo del abrigo, un revolver Magnum 357. Richard hizo senas al hombre para que se detuviera. Cuando este se aproximo al cruce, Richard se acerco a el intencionadamente por el lado del conductor. El hombre, algo molesto, bajo la ventanilla.

– ?Que hay? -pregunto.

– Gracias por parar, amigo -empezo a decir Richard, y en un instante, en un abrir y cerrar de ojos, en realidad, Richard apoyo el canon de acero macizo del 357 en la frente del hombre mientras, con la otra mano, se apoderaba rapidamente de las llaves del coche, con tanta ligereza que parecia un juego de prestidigitacion.

– ?Que cono…? -exclamo el hombre. Era un individuo grande, robusto, de enorme cara redonda, con varias papadas y craneo calvo. Richard abrio la portezuela, lo saco de un tiron y, sin dejar de apoyarle el revolver en el costado, lo obligo rapidamente a meterse en el maletero abierto del coche de Richard.

– Le pagare, le dare…

– A callar -le interrumpio Richard. Le esposo las manos a la espalda y lo amordazo con la cinta adhesiva.

?Si haces ruido, te mato! -dijo Richard con un tono que ya tenia practicado y que producia escalofrios, como el grunido cercano de un leon hambriento. cerro el maletero del coche y el capo, se sento al volante y se puso en camino despacio. Habia secuestrado a la victima en cuestion de segundos sin que nadie lo viera. La primera parte del trabajo estaba hecha.

Por entonces, las hojas de los arboles del condado de Bucks habian tomado coloraciones otonales, rojos vivos, anaranjados ardientes, amarillos desnudos. Las hojas que caian poco a poco parecian las mariposas multicolores de los primeros dias de la primavera. Richard detuvo el coche en un lugar remoto. Saco al hombre del maletero y lo condujo hasta la cueva que habia encontrado; llego hasta el lugar donde habia puesto la carne. Obligo a la victima a tenderse alli y le rodeo cuidadosamente los tobillos, las piernas y los brazos con cinta adhesiva, envolviendolo firmemente, como hace una laboriosa arana con la seda alrededor de su presa. Al hombre le saltaban, de la cara grande y redonda, los ojos aterrorizados. Intentaba con desesperacion hablar, ofrecer a Richard todo el dinero que tenia, todo lo que quisiera, pero la cinta adhesiva gris seguia bien tensa, y no le salian mas que grunidos asustados. Richard ya habia oido muchas veces lo que le queria decir. Eran palabras a las que habia aprendido a prestar oidos sordos. Richard no tenia remordimientos, ni conciencia, ni compasion. Estaba haciendo un trabajo, y ninguno de esos sentimientos entraba en juego para nada, ni por lo mas remoto. Richard volvio tranquilamente hasta su coche. Tomo la camara y el tripode y un sensor de luz y de movimiento que encenderia el foco y pondria en marcha la camara cuando salieran las ratas. Monto cuidadosamente la camara, el foco y el sensor de movimiento. Cuando le parecio que estaba todo en orden, corto las ropas del hombre para quitarselas (este se habia hecho sus necesidades encima) y lo dejo alli asi, como estaba.

Cuando Richard bajaba la cuesta camino de su coche, sintio curiosidad, hasta con algo de humor, por saber que pasaria. ?Se comerian las ratas a un hombre, en efecto, mientras seguia vivo? Tambien sentia curiosidad por conocer su propia reaccion ante tal cosa. Richard solia preguntarse por que podia tener tal sangre fia. ?Era cosa innata en el, o lo habian hecho asi? ?Habia nacido siendo ya el monstruo sin escrupulos que era, o se habia vuelto asi por las circunstancias? Era una pregunta que se hacia desde mucho tiempo atras, desde que era nino.

Aquel dia Richard habia prometido llevar a sus hijas Merrick y Chris a Lobels, una tienda especializada donde vendian uniformes para la escuela parroquial. Barbara se sentia algo indispuesta y no los acompano. A las dos ninas les gustaba ir de tiendas con su padre porque les compraba todo lo que querian. Lo unico que tenia que hacer cualquiera de las dos era mirar una cosa, y ya era suya. Richard se habia criado en un entorno de pobreza extrema, de nino en Jersey City habia tenido que robar comida para comer, y no queria que a sus hijos les faltara nunca de nada.

Las ninas, emocionadas, se sentaron junto a su padre en el asiento delantero. Ambas sabian que su padre solia discutir con otros conductores, y pidieron en silencio que no pasara nada asi aquel dia. Era como un ritual suyo, pedir que su padre no estallara cuando conducia.

Richard era como un policia de trafico, explico Barbara. No era capaz de ver que alguien hacia algo mal, que alguien hacia un giro sin poner el intermitente, sin decirle algo. Quiero decir, sin decirle algo, ya sabe, desagradable.

Cada nina necesitaba cuatro blusas y dos faldas para el curso escolar. En la tienda, en Emerson, Richard les compro cinco faldas grises de tablas, quince blusas, dos docenas de pares de medias de punto, dos chaquetas azules, cinco camisetas y media docena de pares de equipos de gimnasia. Ir de tiendas con papa era como la manana de Navidad.

Richard, encantado de que sus hijas estuvieran contentas, pago al contado, y se pusieron en camino. Iban a pasarse por Grand Union para comprar algunas provisiones y volver despues a casa. A dos manzanas de la tienda, una mujer en una furgoneta salio sin respetar la prioridad de Richard. Este, molesto, se detuvo junto a ella en un semaforo, bajo la ventanilla y la rino por no haberle cedido el paso. En el asiento trasero de la furgoneta iban varios ninos.

– Papa… papa, no te enfades -le suplico Merrick-. Por favor, papa.

Pero la mujer dirigio a Richard una mirada malintencionada, de condescendencia, y no le hizo caso, como si fuera un necio, un loco. Al momento, Richard se habia bajado de su coche. Se acerco rapidamente a la furgoneta, abrio la portezuela y, de dos poderosos tirones, la arranco de cuajo.

La mujer miraba a Richard, aterrorizada.

Este, satisfecho, volvio a subirse a su coche y se puso en marcha.

– Por favor, papa, tranquilizate, por favor -le suplicaba Chris.

– ?A callar! -ordeno el, con voz que sonaba mas a grunido que a lenguaje articulado.

Richard regreso a la cueva cuatro dias mas tarde. Las ratas se habian comido vivo al hombre. Habia desaparecido toda su carne. A la luz amarilla palida de la linterna de Richard, la victima no era mas que un monton desordenado de huesos, un espectaculo inenarrable.

Richard contemplo con curiosidad su obra, aquel monstruo que habia creado. Comprobo que la camara habia registrado lo sucedido… como se habian acercado las ratas al desventurado, primero timidamente mientras el se debatia furiosamente intentando liberarse; como las ratas, cada vez mas numerosas, cada vez mas atrevidas, empezaban a darle bocados, primero en las orejas, despues en los ojos. Que malas son, las muy cabronas, penso Richard.

Richard recogio su equipo y se marcho. Una suave nevada habia cubierto el bosque de un manto blanco de perla. Todo estaba blanco, limpio y encantador, como en un libro de cuentos. Un silencio blanco y solemne se habia apoderado del bosque. La nieve recien caida cubriria sus huellas.

Richard llevo al hombre que habia encargado el golpe la cinta de video en la que se veia como comian vivo las ratas a la victima.

– ?Ha sufrido? -pregunto el hombre, con voz aspera, modales hoscos, ojos muertos como dos orificios de bala.

– Ah, si, ha sufrido de verdad -dijo Richard.

– ?De verdad? -pregunto el hombre.

– De verdad -dijo Richard, y le dio la cinta. La vieron los dos juntos. El hombre, muy contento, aunque algo consternado porque a Richard se le hubiera podido ocurrir tal cosa, y, ademas, llevarla a cabo, le entrego diez mil dolares por el contrato y otros diez mil dolares por los horribles sufrimientos que habia padecido la victima.

– Has hecho un buen trabajo -dijo. A Richard le gustaba agradar a sus clientes:

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