En cualquier caso, de un modo u otro, siempre te ensenaba algo sin hacer que te pesara. Y te asombraba.

Hoy no hay nadie en el quiosco. Asi que tomamos algo y nos quedamos un rato en silencio contemplando el mar. A lo lejos, unos barcos de vela han abierto algun que otro spinnaker. Grandes retazos de color que brotan de aquellas barcas y danzan al viento antes de que los sujeten y los dispongan para todo lo que deberan hacer en realidad.

Decidimos regresar y le llevamos al banero un cafe.

– Ha sido tan amable con nosotros que me apetece…

Lo lleva el. Lo sostiene con mano firme y ha colocado encima una tapa para que el viento no lo enfrie. En la otra lleva un poco de azucar y un palito para removerlo.

De todos modos, es cierto. Ese banero siempre ha sido amable. Nos hacia reir y realizaba bien su trabajo, y nos trataba a todos como a sus nietos, con la severidad justa pero tambien con ganas de jugar. Y, mientras volvemos, echo a correr, mas joven aun. Huyo entre las barcas, seguido de Walter el banero y de sus reproches por haber arrojado demasiadas medusas a la orilla y haber jugado con ellas con un palo, haciendolas pedazos. Al cabo de unos metros, sin embargo, he crecido de repente. Tengo el pelo mas largo y transporto unas cuantas cervezas y cafes calientes y algun aperitivo y algun Campari en una gran bandeja. Era el joven camarero del grupo de amigos de mi padre. Ir al quiosco para llevarles el cafe de la sobremesa me daba derecho a un cremino o un piper, o a un helado de cola si no los habian terminado ya, o incluso a un arcobaleno, si tenia suerte de verdad. Y, asi, iba de muy buena gana y no eran pocos los hijos de amigos que intentaban soplarme el privilegio.

De cuando en cuando, hacia que me acompanaran, y volviamos como si hubieramos hecho la compra. Estaban todos alli: abogados, notarios, contables, medicos…, tendidos en aquellas tumbonas con sus mujeres, sonriendo y charlando y contando chistes y hablando de los nuevos fichajes de su amado equipo de futbol, y gastandose tambien bromas entre si. Se lanzaban cubos de agua de mar, y el culpable salia en seguida corriendo, justificando la razon de ese gesto, casi siempre por haber perdido a las cartas la noche anterior, o por cualquier otra cosa que solo ellos sabian.

Y estaba tambien aquella bellisima mujer. De otro grupo de amigos, de la misma edad, simpaticos tambien ellos. Alta, morena, con la cintura estrecha y el cabello rizado que le caia sobre los hombros, y una sonrisa preciosa, y unos pechos grandes, y aquellos ojos oscuros y profundos. Llevaba siempre banadores de vivos colores y me gustaba muchisimo. No tanto como mi madre, claro. Pero era hermosa de una manera distinta. No se por que siempre me gustaba salirle al encuentro y saludarla. Ahora no me acuerdo bien, pero me parece que daba una vuelta a proposito para pasar justo por donde ella tenia su tumbona. Y ella siempre me sonreia, pero nunca consegui decirle nada mas. Ademas, tampoco se que podria haberle dicho…

– ?En que estas pensando?

– Oh, en nada…

Sonrio, ligeramente azorado. El sonrie a su vez. Que tonto, tal vez lo sepa. Entregamos el cafe y seguimos andando. Bajamos, bajamos mas aun, en direccion a los muelles. Primero. Segundo. Tercer muelle. Alli fue donde pesque mi primer pulpo con una redecilla. Lo cogi a las ocho de la tarde y mi abuelo lo golpeo contra esas mismas rocas y lo preparo de inmediato para cenar. Hablamos de ello, y tambien el se acuerda. Teniamos alquilado el chalet de unos amigos, justo frente a ese muelle. De noche, cuando habia un poco de luna, siempre daba un paseo entre las rocas. Y mis padres me dejaban ir, porque, aunque era pequeno, podian controlarme desde casa. Y yo me asomaba sin dejarme ver demasiado y observaba, abajo, los peces mas diversos y su lento navegar nocturno, y todos aquellos reflejos de la luna que, de vez en cuando, hacian centellear sus vientres de plata. Mira. Esta anocheciendo.

– ?Algo va mal?

Ahora me observa serio, con una sonrisa disgustada pero sereno. Y yo permanezco en silencio por unos instantes. Despues, decido abrirme, hablarle.

– Me siento traicionado por la vida. No deberia transcurrir asi. No sin darme el tiempo que necesito…, para ti, para mi, para poder seguir hablandote…

El sonrie y me apoya una mano en el hombro.

– ?Que mas querias decirme? No siempre es preciso hablar para decir algo. Y tu me has dicho muchas cosas…

– Si, lo se. Pero me gustaria no tener dudas.

El cierra ahora los ojos como diciendo «tienes razon», y me deja hablar. Y logro por fin decirselo todo, es decir, mucho, y muchisimo mas. Todo lo que siempre habia querido decirle y, no se por que, nunca le habia dicho. Y lo hago con vehemencia, con pasion, mezclando un poco de todo, intentando no dejarme nada. Es exactamente como cuando has pasado una velada estupenda en compania de un amigo, has hablado de muchas cosas, y quiza ha habido una en relacion con la que ambos os habeis bloqueado, un nombre que no os venia a la cabeza a ninguno de los dos, y que, sin embargo, habeis sabido siempre. Pero ya no tienes tiempo, debes volver a casa. Y, justo cuando estas regresando, lo recuerdas de golpe. Y entonces querrias llamar en seguida a ese amigo y decirle: «Eh, ?sabes que me he acordado?», y dices el nombre de aquella cancion o de aquel actor o de aquella pelicula o de aquel libro que tanto te gustaria que el leyese…

Eso es, en resumidas cuentas, la cosa es un poco asi. Y sigo hablando, de como a veces no he sido capaz de aceptar el tiempo que pasaba, de aquel tiempo que se robaba, traidor, pedazos que habria querido volver a vivir con la misma lucidez, con aquella agudeza, aquella ironia, aquel saber moverse en todas direcciones que tanto le habia envidiado siempre. Y recuerdo que a veces lo habiamos discutido. Yo, demasiado joven aun, con ganas de cambiar el mundo y tambien a algunos de sus amigos y, en cualquier caso, a aquellos que a mi no me convencian, que habian aceptado compromisos o se habian sometido, que ya no sonreian. Tambien entonces el habia sonreido, aceptando mi rebelion juvenil como el precio natural, el paso obligado por aquella franja de vida, aquel mar tormentoso entre padre e hijo. Esos dias de enfrentamiento no obstante el inevitable amor que nos teniamos, y que seran siempre motivo de pesar. Pero el lo sabia entonces. Y tambien hoy me sonrie. Hoy, que nos han regalado este paseo. Y vuelve a acariciarme la cabeza. Y se acerca a mi y me estrecha contra su cuerpo y me dice cosas al oido. Una tras otra, con esa seguridad… ?Como se la envidio! Me dice cosas bonitas, pero de un bonito…, cosas que no puedo decir de lo bonitas que son y por como se ya que las estropearia. Y, entonces, me echo a llorar. Durante largo rato. Pero no me siento incomodo. Luego, lanzo un suspiro y me parece haberme liberado de un monton de cosas y me siento mejor.

Y el espera a que pase este momento, que todo este de nuevo en orden, que vuelva ese equilibrio desabrido, sano y moderado que nos acompana siempre a los ojos del mundo.

Despues, se pone en pie y mira hacia el mar.

– Hoy tambien se esta poniendo el sol…

Y me mira.

– … Y esto seguira sucediendo…

Me da la mano, y yo se la estrecho con fuerza. Y querria no dejarlo marchar, pero se que he recibido ya un gran regalo, que lo pondria en un apuro, que seria un maleducado. Y entonces suelto esa gran mano, caliente y protectora. La dejo libre sin mas… Y cierro los ojos. Cuando vuelvo a abrirlos, el esta ya lejos.

Camina despacio por la playa. Y yo me quedo ahi, en el muelle, mirandolo fijamente. Desearia enormemente que se volviera, que pudiera saludarme una vez mas. Pero solo seria otro dolor, porque el deseo de seguir teniendolo a mi lado, de dar otro paseo, y luego otro mas, como dos simples buenos amigos que hablan de suenos, de dudas y de decisiones que tomar, no acabara nunca.

Lo veo subirse a las rocas. Trepa por ellas con agilidad, tuerce en la punta y sigue caminando veloz hacia la playa de Marinaretti. Lo veo desaparecer en el horizonte, en medio de un calido sol rojo al final de ese largo muelle.

Sonrio. Me he quedado con las ganas de ese buen consejo que, de alguien como el, siempre querrias tener.

Federico Moccia

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