Federico Moccia
El Paseo
He pedido volver a verlo. Y no se si sucedera. He vuelto alli donde pase mi infancia. Y espero. Es por la manana temprano. Sobre la arena, que tiene aun el sabor de la noche, ligeras huellas de gaviotas. Han venido a escuchar el mar antes que yo. Y ahora se han ido. Miro a lo lejos y reconozco todo aquello que me hizo compania durante tantos anos. En la playa no hay nadie. En aquella larga playa de hace tanto tiempo. Y de ahora. El mar silencioso esta tranquilo, parece casi un animal. Permanece inmovil, listo para atacar. Su respiracion lenta se interrumpe de vez en cuando como el suave ronquido de un hombre borracho que, tras haber comido mucho, se ha quedado dormido. Bajo los tres peldanos. La arena aun esta fria. Doy unos pasos. Borro algunas huellas, patitas en forma de «v» con una «i» en el centro. Al cabo de un instante, pasan al olvido, borradas. Una fila ordenada de sombrillas aun cerradas. Alli abajo, a lo lejos, un banero esta abriendo algunas. Mas lejos aun, el quiosco. Las duchas estan cerradas. El mar esta en calma. Son las ocho y media. En la playa no hay nadie, a excepcion del banero. Continua su trabajo tranquilo. Uno tras otro, retira plasticos azules y abre las sombrillas. Sus musculos se perfilan de vez en cuando con un movimiento imprevisto. Y, en esos momentos, resplandecen sanos, reflejando la luz de la manana aun fresca, serena, silenciosa, de un dia que esta a punto de comenzar, que traera consigo curiosidad y encuentros. Tal vez. O nada. Solo el rumor de las olas. Pero mas tarde, porque ahora el mar todavia duerme. Barcas lejanas. Alguna vela abierta se destaca, roja de su color, al filo de aquel horizonte decidido. Mar. Mar de amar.
El si que no ha envejecido nada. Mar de mi juventud, de mis primeras indecisiones en el amor. De miedos y diversion y crecimiento. Anzio, estoy en Anzio. Y, asi, echo a andar por la orilla.
Ya esta. El gran animal acaba de despertarse, se esta desperezando. Pequenas olas lentas, silenciosas, quiza tambien un poco temerosas, intentan subirse a la playa. Se despliegan con suavidad. Tinen de oscuro la arena seca aun. Y luego dibujan siluetas, pequenos paises, extranas geografias fantasticas. Y vuelven de repente atras, indecisas incluso de ese simple paso. Tan breve. Tan corto. Tan ligero. Tan delicadamente educado. Como diciendo: «Eh, yo tambien estoy aqui…»
Sonrio. Es verdad, lo se. Tu no faltas nunca. Tu nos has vivido, tu nos has observado desde lejos. Y sabe Dios cuantas otras cosas conoceras tambien. Tu y otros despues de nosotros. Y yo, mar, te envidio. Pero en seguida vuelves a conquistarme. Gomo siempre. El mar esta por todas partes a mi alrededor. Es mucho. Lo es todo. Es infinito. Y no hay necesidad de esas olitas que rompen de cuando en cuando para saber de su presencia. Se lo siente al respirar, en el aire, en ese reflejo del sol que, capturado de improviso, se desliza por las olas lejanas perdiendose alla al fondo, en el horizonte. El mar es testigo, es espectador, es un amigo curioso pero educado. El mar siempre me ha hecho compania y a menudo he elegido tenerlo junto a mi.
Como ahora, con ocasion de este encuentro. Por el que he rogado. Durante mucho tiempo. En silencio. He pedido tener un poco mas de tiempo para mi, para el, en fin, un instante mas para nosotros. Y ya se que, de todos modos, no nos bastara. Y no tengo la certeza de poder tenerlo, de ver cumplido mi sueno imposible. He ido mas alla de aquello que esta en nuestra mano pedir, obtener, poder sencillamente tener. No es como tantos deseos de la vida que pueden conquistarse con esfuerzo. Es un sueno imposible. Es verdad. Pero si no lo fuera, ?para que servirian los ruegos?
Me siento en un patin, uno de esos modernos, todo hecho de resina. Frio y triste, como son las cosas de hoy. Desprovistas de alma, de amor, del esfuerzo de un hombre, de aquel artesano, de aquel operario que ha trabajado en el. Durante mucho tiempo. Acepillandolo, sudando, eligiendo las curvas y los colores, viendo en el momento clave aquella gota de sudor que abandona su frente para caer en el vacio y rubricar de golpe, con su simple vuelo, aquel viejo patin, y la importancia, la honestidad de su largo trabajo. Asi, me siento en el patin y, como por arte de magia, el plastico frio se colorea de rojo. Y encuentro aquellas viejas letras de molde blancas, ligeramente desvaidas: las leo y sonrio ante la palabra «salvamento». Y ahora los remos son rojos, como todo el casco, de repente de madera lacada, de un rojo desconchado. Y las pequenas rejillas a los pies del asiento estan sujetas con clavos precisos, impecables. Asi, me siento en el, apoyo en el las piernas, me estiro, cojo los remos e intento remar en el vacio, suspendido sobre aquellos altos caballetes, sobre la arena, a un paso del mar. Los escalamos son de laton viejo, perfectamente engrasados, esmaltados, con las puntas redondeadas para que nadie pueda hacerse dano, ni siquiera accidentalmente. Y subo y bajo los remos, que se mueven ligeros. Luego, apercibiendome de lo tonto que soy, vuelvo a dejarlos dentro de la barca. O, mejor dicho, sobre el patin. Y, dentro, los cruzo, apoyandolos lentamente sobre los extremos, encajandolos en el fondo, bajo el pequeno pomo circular.
Y me quedo asi, mirando fijamente el mar lejano, ese mismo mar que me ha hecho compania durante muchos anos. Y que ahora echo de menos. Como muchas otras cosas, por otro lado. Como las ganas de tener aun suenos e incertidumbres, y miedos e indecisiones y entusiasmo. Y de no sentirme traicionado. En mis ideales, en mi fisico, en el mundo que me rodea. En las esperas, en la esperanza de que alguien me sorprenda. Eso es, querria volver a quedarme sorprendido y encantado, como antes, al descubrir algo que me deja sin palabras, algo que yo no podria haber imaginado jamas. Pero no es asi. Ya no. Y desde hace demasiado tiempo.
Una gaviota aburrida pasa un poco mas alla, en silencio. Y me priva de la costumbre de su graznido, a cuya espera permanezco arrebatado. Continuo mirandola, siguiendola en su vuelo. Y espero desilusionado su canto. Aquel graznido que de nino tantas veces trate de imitar. Y, ahora, ella, casi sintiendo el peso de mi nostalgico recuerdo, me contenta de repente. Asi libera su voz. Y grita feliz al cielo y se libera de mi, batiendo las alas. Y vuela en lo alto, mas fuerte, como despierta. Y libre, y loca en ese cielo encantado, de nubes y estrellas ocultas, y viento ligero y resaca de mar y eco de olas. Y su grito la lleva lejos. Feliz.
?Cuanto tiempo hace que he dejado de ser feliz? Para serlo he apuntado alto. He pedido lo que no es seguro que pueda conseguir. No sin ayuda. No pensando humanamente. Y, casi mortificado, me doblo sobre mi mismo y dirijo la mirada al suelo, mas alla del patin, sobre aquella arena que ahora me parece sucia por lo tremenda que ha sido mi tentativa desesperada de suplica. Y, sin embargo, creer es bonito. Da fuerza, no pone limites ni confines, nos permite vivir esta vida creyendonos capaces de verdad de llegar hasta el fondo. Y, asi, levanto la vista. Subitamente se desvanece la verguenza y me parece que hay mas sol sobre ese mar. Y me siento como un muchachito, en banador. O, por lo menos, mas joven, quiza por culpa de esa extrana e inesperada felicidad. Porque lo veo, ahi esta.
Ahi viene. Mi padre. Viene de lejos, como siempre. Mas guapo que nunca. Mas joven, mas relajado, mas tranquilo. Mas sonriente.
Lo veo llegar de alla abajo, de la playa de Marinaretti. Lleva la bolsa de mano de entonces, de un color cuero calido, casi rojizo. La sujeta con orgullo bajo el brazo, agarrando con la mano un extremo, que la fija a su persona con todos sus bienes. Sonrie. Y parece mas joven. Y me mira con esos ojos que no puedo olvidar, que veo tal vez cada manana en el espejo, pero que hoy me conmueven.
?Los mios? ?Los suyos? No lo se. Esta muy joven. Gomo yo nunca pude conocerlo. Tal vez porque entonces yo no existia. El no habia decidido aun hacerme este gran regalo.
– Hola.