—En el nombre del Padre, del Hijo y del Espiritu Santo...

La ceremonia continuo, aunque fueron pocos los que entendieron las lecturas sagradas o pudieron seguir el ritmo frenetico y los constantes gritos con que el sacerdote les reprendio durante la homilia.

—?Acaso creeis que el agua de una fuente os sanara de alguna enfermedad? —Don Martin senalo al hombre arrodillado; su dedo indice temblaba y sus facciones aparecian crispadas—. Es vuestra penitencia. ?Solo Cristo puede libraros de las miserias y privaciones con que castiga vuestra vida disoluta, vuestras blasfemias y vuestra sacrilega actitud!

Pero la mayoria de ellos no hablaba castellano; algunos se entendian con los espanoles en aljamiado, un dialecto mezcla del arabe y el romance. Sin embargo, todos tenian la obligacion de saber el Padrenuestro, el Avemaria, el Credo, la Salve y los Mandamientos en castellano. Los ninos moriscos, gracias a las lecciones que recibian del sacristan; los hombres y las mujeres, por las sesiones de doctrina que se les impartian los viernes y sabados, y a las que debian asistir so pena de ser multados y no poder contraer matrimonio. Solo cuando demostraban conocer de memoria las oraciones se les eximia de acudir a clase.

Durante la misa algunos rezaban. Los ninos, atentos al sacristan, lo hacian en voz alta, casi a gritos, tal y como les habian aleccionado sus padres, porque asi ellos podian burlar la presencia del beneficiado, con sus idas y venidas, para clamar a escondidas: Allahu Akbar. Muchos lo susurraban con los ojos cerrados, suspirando.

—?Oh, Clemente! Liberame de mis tachas, mis vicios... —se oia entre las filas de hombres en cuanto don Salvador se alejaba un poco. Lo cierto era que no se apartaba demasiado, como si temiera que le retaran invocando al Dios de los musulmanes en el templo cristiano, durante la misa mayor.

—?Oh, Soberano! Guiame con tu poder... —clamo un joven morisco varias filas mas alla, entre el bullicio del Padrenuestro gritado por los ninos.

Don Salvador se volvio arrebatado.

—?Oh, Dador de paz! Ponme en tu gloria... —aprovecho para implorar otro desde el lado opuesto.

El beneficiado enrojecio de colera.

—?Oh, Misericordioso! —insistio un tercero.

Y de repente, finalizada la oracion cristiana, volvio a imponerse la aspera voz del sacerdote.

—Su nombre sea loado —se pudo oir aquel dia desde una de las ultimas filas.

La mayoria de los moriscos permanecio inmovil, rigida y firme; algunos sostenian la mirada de don Salvador, los mas la escondian; ?quien habia osado loar el nombre de Ala? El beneficiado se abrio paso a empujones entre las filas, pero no pudo senalar al sacrilego.

A mitad de la misa, con don Martin sentado y vigilante, el sacristan y el beneficiado, uno con el libro y el otro con un cesto, esperaban para recibir los obolos de los feligreses: monedas de blanca, pan, huevos, lino... Unicamente los pobres estaban exentos de efectuar donativos; en el caso de los mas pudientes, no hacerlo durante tres domingos implicaba recibir la correspondiente multa. Andres anotaba detalladamente quienes y que donaban.

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