matrimonio con un hijo. Me sentia en la gloria, convencido de que era la vida mas perfecta que posiblemente tendria jamas. Deseaba que el dia no acabara, pero tambien que pasase rapido para asi volver a nuestra habitacion cuanto antes.

Por la noche, sin embargo, sufri un gran desengano. Dominique me pidio que durmiera en el suelo con Tomas y, cuando proteste, replico que si no lo hacia me cederia la cama y seria ella quien se acostaria junto a mi hermano, de modo que calle. Me habria gustado preguntarle que pasaba, por que de pronto me rechazaba de ese modo, pero no encontre las palabras adecuadas. Temi que si exigia mas de lo que estaba dispuesta a darme me tomara por un crio estupido e infantil, y no estaba dispuesto a que me despreciase. Ya habia decidido que la cuidaria y viviria con ella el resto de mi vida, pero de pronto tuve la certeza de que Dominique pensaba que yo solo era un nino de quince anos y que, si tenia que labrarse un futuro, era improbable que fuese a mi lado. Se hacia ilusiones de encontrar algo mejor.

Como se descubriria mas adelante, se equivocaba.

3

Enero de 1999

En la actualidad vivo en un piso muy agradable orientado al sur en el barrio londinense de Piccadilly. Ocupa el sotano de una casa de cuatro plantas. La parte superior del inmueble pertenece a un antiguo ministro del gobierno de Margaret Thatcher cuyas pretensiones de asegurarse un escano en la Camara de los Lores se vieron desestimadas de plano por el siguiente primer ministro, John Major -a quien despreciaba por un incidente ocurrido anos atras, en la epoca en que era responsable de la secretaria de Hacienda-, a consecuencia de lo cual acabo en el mundo, menos prestigioso pero economicamente mucho mas gratificante, de la television via satelite. Como principal accionista de la sociedad en que trabaja mi vecino de arriba, me intereso por su carrera profesional, y fui en parte responsable de que lo contrataran para dirigir un programa politico de entrevistas que se emite tres veces por semana y cuyo indice de audiencia, debido a que el publico empieza a considerar al ex ministro una vieja gloria, ha bajado mucho en los ultimos tiempos. Aunque encuentro absurdo que alguien de la decada anterior pueda parecer una vieja gloria -sin duda mi longevidad constituye un ejemplo de todo lo contrario-, sospecho que la carrera profesional del hombre esta entrando en su recta final, y no puedo sino lamentarlo, pues es un tipo bastante agradable y de gustos refinados, cualidad esta ultima que compartimos. Ha tenido la gentileza de invitarme a su casa en mas de una ocasion, y una vez la cena se sirvio en una hermosa vajilla hungara de mediados del siglo XIX cuya fabricacion habria jurado que presencie en Tatabanya mientras me encontraba de viaje de novios con, si no me equivoco, Jean Dealey (1830-1866, casada en 1863), una chica encantadora y de facciones muy finas que tuvo un final espantoso.

Podria permitirme vivir con el mismo lujo que mi amigo de la television, pero, francamente, no me apetece. Hoy por hoy lo que me gusta es la sencillez. He vivido en la miseria y tambien en la opulencia. He dormido en la calle y me he emborrachado hasta perder la conciencia en palacios. He sido un vagabundo criminal y un bufon, y es probable que vuelva a ser ambas cosas. Vivo en este apartamento desde 1992 y lo he convertido en un hogar mas que aceptable. Tras la puerta principal, un pequeno vestibulo conduce a un breve pasillo en cuyo extremo, y tras descender un peldano, se encuentra la sala, que dispone de unas bellas ventanas saledizas. En ella guardo los libros, mis recuerdos, el piano y las pipas. El resto del apartamento incluye un dormitorio, un cuarto de bano y una pequena habitacion de invitados que solamente ocupa mi enesimo sobrino, Tommy, quien aparece siempre que anda corto de dinero.

Desde un punto de vista economico, puedo considerarme un hombre prospero. No sabria decir exactamente como y cuando amase mi fortuna, pero no hay duda de que es considerable. En su mayor parte ha crecido sin que yo me diese cuenta. Entre el barco de Dover y mi situacion actual he pasado por muchos empleos y posiciones, pero, por suerte para mi, el dinero nunca ha sido mas que dinero, y jamas he tenido acciones, polizas de seguros ni pensiones. (En mi situacion es evidente que un seguro de vida representa un despilfarro.) Tenia un amigo - Denton Irving- que en 1929 perdio una millonada en el crac de Wall Street. Fue uno de esos tipos que se arrojaron por la ventana de su despacho, incapaz de soportar la sensacion de fracaso. Que estupido; a quien se le ocurre llevar al terreno de lo personal una situacion que sufre todo el pais. Dificilmente podia ser culpable de lo que ocurria. En el mismo momento que salto debio de ver a la mitad de los antiguos ricos de Nueva York asomados a la ventana de su habitacion de hotel, contemplando su propio final. En realidad, mi amigo incluso fracaso en esto ultimo. Calculo mal la distancia y acabo con una pierna rota, un brazo destrozado y un par de costillas fracturadas en medio de la avenida de las Americas, y ahi se quedo gritando de dolor durante unos diez segundos, antes de que por la esquina apareciese un tranvia a toda velocidad y lo arrollara. Supongo que consiguio lo que queria.

Ademas, siempre he creido que no merece la pena poseer dinero si este no sirve para hacerte la vida mas comoda. No tengo descendencia, de modo que en el caso improbable de que me sobreviniera la muerte no habria nadie para heredar de mi, salvo el Tommy del momento, claro; por otra parte, en mi opinion una persona debe seguir su propio camino sin recibir ayuda de nadie.

Nunca se me ocurre criticar los tiempos que corren. Conozco un par de jovenzuelos, de unos setenta y ochenta anos respectivamente, que se pasan el dia quejandose del mundo que les ha tocado en suerte y de los cambios constantes que tienen lugar. Hablo con ellos de vez en cuando en el club y encuentro un poco ridicula esa actitud desdenosa que muestran hacia el presente. Se niegan a introducir en su casa lo que ellos llaman «artilugios modernos», y siempre que suena un telefono o alguien les pregunta su numero de fax ponen cara de no comprender. Es absurdo. ?El telefono ya existia cuando ellos nacieron, por el amor de Dios! Hay que tomar lo que te ofrece la epoca, digo yo. En mi opinion, los ultimos anos del siglo XX han sido muy buenos. Un poco aburridos a ratos, eso si, aunque durante la decada de 1960 me obsesione temporalmente con el programa de investigaciones espaciales estadounidense, pero por el momento dejemoslo aqui; he conocido epocas peores. Deberiais haber vivido un siglo antes, a finales del XIX. Apenas guardo un par de recuerdos de un periodo de veinte anos -asi de insulso era todo-, y uno de ellos es un espantoso dolor de espalda que me tuvo postrado en cama medio ano.

***

A mediados de enero Tommy me telefoneo para invitarme a cenar por cuarta vez en tres semanas. No lo veia desde navidades y hasta entonces me las habia apanado para darle largas. Ahora bien, con un nuevo aplazamiento corria el riesgo de que se presentara en casa a altas horas de la noche y acabara quedandose a dormir, lo cual queria evitar a toda costa. Los invitados nocturnos estan bien cuando apetece beber en compania y disfrutar de una buena conversacion, pero a la manana siguiente uno nunca ve el momento de quedarse solo y volver a su rutina. Entre todos los Tomas, este no es mi favorito ni mucho menos, de hecho no tiene ni punto de comparacion con su tataratataratatarabuelo, pero tampoco es el peor. El muchacho posee cierta grata arrogancia, una mezcla de seguridad en si mismo, ingenuidad y temeridad que me fascina. Con veintidos anos, sera un chico del siglo XXI a carta cabal. Eso si consigue vivir hasta entonces.

Quedamos en un restaurante del West End que estaba mas concurrido de lo que esperaba. El problema de citarse con Tommy en un lugar publico es que resulta imposible mantener una conversacion en privacidad. Desde que entra en una sala hasta que sale, todo el mundo se fija en el, cuchichea y le dirige miradas furtivas. Su fama intimida e hipnotiza a la gente por partes iguales, y tengo el dudoso honor de sentirme involucrado. La noche del martes pasado no fue una excepcion. Tommy llego tarde y al entrar concito la atencion general. Se acerco con una sonrisa radiante, ataviado con un traje oscuro de Versace, camisa oscura y corbata a juego. Parecia recien salido de un velatorio o una pelicula de manosos. Llevaba el pelo escalado por encima de los hombros y lucia barba de dos dias. Se dejo caer en la silla, me miro sin parar de sonreir y se relamio los labios, sin apercibirse del silencio que se habia aduenado del restaurante. Tres apariciones semanales en las salas de estar del pais, aparte

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