crees?

No hubo ninguna respuesta, solo una consideracion final.

– ?Que vas a hacer?

– ?Que quieres que haga? Ir alli, por supuesto.

– ?Vas a ir a Palenque?

– No puedo quedarme aqui cruzada de brazos, esperando y esperando. Antes era una cria. Ahora no. Y de todas formas alli estan sus cosas. Fuera lo que fuera lo que estaba investigando las respuestas del misterio se encuentran en Palenque.

– ?Necesitas algo?

– Ya sabes que no. Ademas, ahora soy mayor de edad y tengo firma. Puedo disponer de todo.

Una fortuna, incluso excesiva.

– Joa, no se que decir -mostro su abatimiento Miguel Duran.

– Tienes mi numero, el del movil, por si de pronto supieras algo.

– De acuerdo, cielo.

Siempre seria una nina para ellos.

Aunque fuese una mujer.

– Te llamare si averiguo algo.

– Ya veras como no sera nada -trato de alentarla-. Habra dado con algo importante, imprevisible, y estara sumido en ello olvidandose del tiempo. No es la primera vez que desaparece unos dias.

Uno, dos. Era su record. Nunca tres o cuatro. No Julian Mir.

– Claro -quiso dejarle un poco de animo.

– Cuidate, Joa.

– Tu tambien, Miguel -le deseo antes de cortar y empezar a pensar en su viaje a Mexico, al corazon del mundo maya.

Palenque.

Aunque antes le quedaba una espantosa noche de preguntas sin respuestas.

3

Esther tenia un ano mas que ella y ya vivia sola, emancipada, compartiendo piso con otra estudiante. Todas sus amigas habian sido siempre mayores que ella, no solo por haber estudiado en escuelas especiales, para superdotados, sino tambien por empatias personales. La mas cercana en edad era ella, y lo que mas agradecia en su caso era que Esther no destacaba en casi nada, salvo en sus iniciativas, su contagioso buen humor y sus locuras. Una bocanada de aire fresco. La conocio en una aburrida fiesta de la que iba a escaparse cuando se encontro con su dinamismo y quedo atrapada por su torrente de libertad, abierto y sincero.

Al abrirle la puerta de su humilde pisito las dos se fundieron en un sentido abrazo.

– Joa…

– No podia quedarme en casa sola, lo siento.

– ?Que dices! ?Anda, no seas burra!

– ?De verdad que no…?

– ?Quieres callarte? ?Venga, pasa!

La arrastro hacia el interior. Una sala comun, una cocina y un bano, todo en version reducida, mini, tan distinta de su casa senorial que a veces se sentia acomplejada cuando Esther pasaba una tarde con ella. Las dos habitaciones daban a la sala. La de Nicola a la derecha y la de su amiga a la izquierda.

Esther, ya con su bolsa en la mano, cruzo la breve distancia que la separaba de su cuarto y la dejo encima de la cama. Una cama grande, por lo menos. Nicola no estaba en el piso.

Y lo agradecio.

– ?Quieres algo caliente, frio…?

No, nada -se dejo caer, exhausta, sobre el sencillo sofa que habia conocido tiempos mejores aunque inmemoriales.

Esther lo hizo a su lado.

– Ahora cuenta -la apremio-. ?0 prefieres descansar y no hablar de ello?

– No, no importa, aunque… ni siquiera se de que puedo hablar.

– ?No tienes ni idea de lo que estaba haciendo?

– No.

– ?Y eso?

– Ya conociste a mi padre. No es el clasico cientifico despistado, pero tampoco puede decirse que sea un tipo de este mundo. Cada vez que se ha ido a una excavacion, a una investigacion, a lo que sea, ha quedado absorbido por ello. Y no es de los que comparte conjeturas o se deja arrastrar por el entusiasmo prematuro. Hiciera lo que hiciera en Mexico, era algo privado, no tenia que ver con el museo. Ni a mi me dijo nada. Ni la menor pista. Tal vez estuviera a punto de dar con algo grande, y eso lo hizo mas cauteloso, o simplemente es que no habia nada de relieve todavia y el… -se sintio un poco mareada, absurda por hablar asi de su padre-. No se, Esther. No tengo ni idea.

– No se ni si hacerte esta pregunta.

– Hazla.

– ?Crees que tiene relacion con la desaparicion de tu madre?

Joa fruncio el ceno.

Una cosa era la mala suerte, la repeticion de un modelo dramatico. Otra muy distinta buscarle un paralelismo, mas aun, una conexion.

Algo asi representaria… ?Que?

– Es imposible -musito.

– ?Cuando sucedio lo suyo?

– En verano de 1999.

– Trece anos -suspiro Esther.

– Yo tenia seis de edad.

– Me contaste que simplemente…

– Desaparecio, si. La noche del 15 de septiembre de 1999. No dejo el menor rastro, ningun signo de violencia. Su coche fue hallado aparcado en una cuneta. Eso fue todo. Se peino la zona, se rastrearon los alrededores, se emplearon todos los medios imaginables… Ni siquiera hubo pistas. Como si no hubiera bajado del coche, porque la zona era humeda y no se encontro la menor huella. Un misterio. Mi padre casi enloquecio.

– Debio de ser muy fuerte.

– No creo que haya dos personas que se quisieran mas que ellos. Pero de verdad, Esther. A mi me encantaba oir a mi madre contar su historia, como habia aparecido el por aquel ignoto pueblecito indigena de la Sierra Madre de Mexico, como ella lo miro y supo de pronto lo que era el amor, como se quedo prendado papa, igual que un adolescente, ante su presencia…

– Tu madre era bellisima. Y eso que las fotos casi nunca hacen justicia.

Era…

Bajo la cabeza.

– No he visto nunca a una mujer mas hermosa que ella, externa e internamente -admitio su hija sin dejar traslucir el dolor causado por aquella expresion.

– Tu te pareces mucho a ella. Los ojos, el pelo, la sonrisa…

– Gracias.

– Pero no tenia nada de indigena.

– Ya te dije que mi abuela se la encontro recien nacida en mitad de ninguna parte, en plenas montanas, despues de una tormenta alucinante. Quien la abandono estaba loco. Pudo haber muerto. Fue un milagro. Por eso no sabiamos si celebrar su cumpleanos el 28, el 29 o el 30 de noviembre y lo celebrabamos los tres dias seguidos.

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