Volviamos por la misma carretera pero la carretera parecia otra, todavia mas sola. Paramos de verde y ocre y arboles grises. El musico Martinez acompanaba el vaiven del camion con una musica suave de trompeta que el mago Perez Estrada tarareaba con una letra inventada por el. Yo veia los campos y la cabina del camion que conducia Ansaura, el Gitano, a su lado la cantante Salome Quesada apretandose contra el teniente Villegas, buscando un carino que habia empezado a mendigar la noche antes, nada mas concluir su baile. Luego hubo risas, vino y miradas oscuras. Y cuando ya estabamos acostados en la caja del camion, entre mantas, palomas y fusiles, volvia acordarme de los dedos del soldado en la espalda de la mujer y quise hablarle a Montoya de Serena Vergara, aunque solo hubiera sido para pronunciar su nombre en voz alta, decir sus letras y que sus letras rodaran por mi boca antes de salir al aire. Pero Enrique Montoya, con la cara en la madera del camion, dijo, Te lo digo, Sintora, por si no te habias enterado, por si no lo habias visto con esas gafas que ahora tienes: el amor no esta hecho para las clases bajas, piensalo. Nos quedamos respirando. Y ya toda la noche fue un revolver el sueno, oir ruidos por las tripas del camion, manos que se iban a las manos, una pistola puesta sobre un tonel de vino y el vestido de flores de Serena Vergara ondeando al viento, el llamear de sus labios hablandome sin palabras y aquel panuelo abierto que le colgaba del cuello deslizandosele suave por el pecho, sin caer nunca.

Volvian los camiones a Madrid con marcha lenta, como si el compas se lo marcase el musico Martinez con la suavidad de su trompeta. Y alli, de pronto, Gustavo Sintora recupero la conciencia de que la guerra existia, continuaba viva, alentando en su madriguera y dispuesta a arrebatar de un zarpazo la sangre de cualquiera de nosotros. En un primer momento no reparo Sintora en lo que sucedia, solo vio unos cuantos hombres caminando por el campo, paisanos que avanzaban en dos pequenos grupos. Colgados del hombro, eso si lo vio, algunos llevaban fusiles, un par de naranjeros y tres o cuatro escopetas de caza.

Oyo Sintora un grito en la cabina de su camion, que hizo una maniobra brusca, y vio la cara de alarma del teniente Villegas, ordenandole algo a Ansaura, que con un frenazo seco casi doblo su camion en medio de la carretera. Mirando hacia el campo, hacia el grupo de hombres, el mago Perez Estrada abrio los ojos y paro de cantar. La trompeta de Martinez siguio sonando, mas flojo, a pesar de la cara de miedo del musico, y entonces si comprendio Sintora, y vio como en medio del grupo mas numeroso iba un hombre, canoso y menudo, con los brazos atados a la espalda. Le empujaban los otros y el daba traspies en direccion a una muralla baja, hecha con lascas de pizarra.

Se sobresalto Sintora por el portazo de la cabina, el cabo Sole Vera paso corriendo por al lado del camion. Sin saber como, el teniente Villegas ya estaba en medio del campo, corriendo en direccion a los hombres. Se oian sus voces mientras corrian. Se alejaban el cabo y el teniente y sus figuras se iban haciendo pequenas, igualandose a las de aquellos hombres, y ya casi tenian su mismo tamano en la lejania. Se dividieron los hombres, cinco o seis continuaban empujando al que iba atado hacia la muralla, otros dos se separaron para recibir al teniente y al cabo. El musico seguia soplando la trompeta y la musica, que continuaba siendo dulce, empezaba a convertirse en lamento.

Se vio como a lo lejos el teniente y el cabo discutian con los dos hombres. Levantaban los brazos. Uno de aquellos tipos se bajo la escopeta del hombro. El teniente Villegas saco su revolver de la funda y entonces fue cuando Sintora se dio cuenta de que Montoya y Ansaura, el Gitano, se habian bajado de su camion y estaban en el borde de la carretera, apuntando con sus fusiles a aquella gente. Saco la cabeza para ver la cabina de su propio camion y vio como por la ventanilla asomaban el codo y el fusil de Doblas.

Aparto al mago Perez Estrada y, atropellado, Gustavo Sintora cogio su fusil y se apoyo en la puerta trasera. Se pego las gafas a los ojos y miro al campo. El teniente seguia gesticulando, ahora con el revolver en la mano. El cabo Sole Vera se habia abierto el chaqueton de cuero y tambien habia sacado su pistola. Noto el temblor del fusil, Sintora.

Estaba eligiendo un blanco entre aquellos hombres, el que sostenia la escopeta delante del teniente y el cabo, el que estaba a su lado y tenia, ahora se daba cuenta, una hoz en la mano, cuando vio unas nubeculas de humo blanco saliendo del otro grupo de hombres. Muy despacio, simulando un juego, el de las manos atadas doblo las rodillas, cada una para un lado, y cayo sobre si mismo, como si fuese papel y alguien lo arrugara, y solo mucho despues oyo Gustavo Sintora la detonacion de los cuatro o cinco fusiles y escopetas que habian disparado sobre el hombre, casi a quemarropa. Se le fue el punto de mira de un grupo a otro, a los hombres que miraban al muerto, que se le acercaban, todavia apuntandole, al de la hoz, al que apuntaba al teniente Villegas y que ahora daba un paso hacia atras, atacado por el teniente, que lo cogio por el cuello, se movieron hacia ellos los que habian formado el peloton de fusilamiento, apuntaba el cabo Sole al de la hoz, a los que se acercaban, y sono una detonacion, un tiro que rompio desde el camion de Sintora. Doblas habia disparado al aire, seguia apuntando. Los hombres del campo miraron a los camiones, dudaron. El teniente habia puesto de rodillas al de la escopeta, seguia agarrandolo del cuello con una mano, con la otra le apuntaba la cabeza con el revolver. Parecia que se lo iba a hincar en la sien. Pense que lo iba a matar. Pense que ya lo habia matado y como se iban a mover los otros, quien iba a disparar, a quien iba a disparar yo, cuantos tiros recibirian el teniente y el cabo. Si llegarian vivos a Madrid, quiza desangrados. Vi los torniquetes y los vi en agonia. Vi la cara de un medico, el pasillo de un hotel hecho hospital, y me vi a mi disparando salvas en su funeral. El dedo temblandome en el gatillo como ahora me temblaba.

Pero no le disparo el teniente al tipo aquel. Desde los camiones vieron como despues de gritarle y de darle golpes con el revolver en la cabeza, el teniente Villegas levanto de un punado al hombre y le dijo algo al cabo Sole Vera, que se le acerco y, enfundandose la pistola, saco de un bolsillo de la chaqueta de cuero una libreta y algo que debia de ser un lapiz con el que tomo alguna nota. Se sostenia el hombre la cabeza, se la tocaba con un trapo que desde lejos se veia como se tintaba de rojo mientras el teniente y el cabo, pasando entre los hombres del peloton, se acercaron hasta donde habia caido el fusilado. Se quedaron mirandolo, de pie, sin agacharse.

– Ahora habria que ir y sacarle al cadaver la paloma blanca que lleva dentro -dijo el mago Perez Estrada-. Pero yo ya estoy muy cansado.

Se volvio Sintora a mirar al mago, que se dejo caer abatido contra la lona del camion, murmurando, Cansado de tanto asesino de palomas, y solo entonces, al verlo a su lado, advirtio Sintora que Martinez seguia con la trompeta en la boca, soplando de un modo tan debil que la musica apenas alcanzaba a salir del circulo dorado en el que acababa el instrumento. Y aquellas notas, solo insinuadas, acompanaron el camino de vuelta del teniente y el cabo, que regresaron andando despacio a los camiones, sin hablar entre ellos, sus figuras entre el verde, y la musica.

Solo cuando estuvieron cerca de la carretera y pasaron junto a Montoya y Ansaura, dejo Sintora de apuntar a los hombres que todavia seguian en el campo. Se detuvo el teniente Villegas al pie del camion. Tenia la cara palida y le acababan de aparecer unas ojeras de color marron. Hijo de la gran puta, murmuro limpiando el revolver en el toldo del camion, dejando pegados alli unas manchas negras de sangre y unos pelos revueltos con algo que parecia hierba o pellejo. Se enfundo el revolver, alzo la barbilla y empezo a ajustarse el nudo de la corbata cuando a lo lejos se oyo un disparo.

Le habian dado un innecesario tiro de gracia al fusilado. Uno de aquellos hombres alzaba su escopeta y la agitaba gritando algo. Hijo de la gran puta, volvio a decir el teniente a la par que le hacia una senal a Ansaura y le ordenaba, Quieto, Ansaura, baja el fusil, quieto. Y Ansaura, el Gitano, que ya se habia llevado el arma al hombro y el dedo al gatillo, la bajo muy despacio y dejo de apuntar a aquellos hombres, ahora gritando todos. Cuando los camiones pusieron sus motores en marcha, volvieron a oirse disparos sobre el muerto, y mas gritos.

Gritaban como gritan los pajaros que vuelan bajo mirando la gusanera de la que se van a alimentar. Ya no sonaba la trompeta, ni el musico la tenia en los labios. ibamos hacia Madrid y yo sentia la guerra como un pulso que me cabalgaba las sienes, mas rapido su caballo que mi pensamiento. ibamos con el silencio, y aunque hablaramos todo seguia callado. La guerra venia detras de mi, la oia respirar. Aquellos hombres en mitad del campo eran la guerra, la guerra era una hoz en una mano, una tapia y un descampado. Arboles de la guerra, musica de la guerra. La guerra crecia. Ponia sus huevos por todas partes. Podia arrebatarme la vida mientras Serena Vergara, sin esperarme, sin temer por mi, sin quererme, sin saber quien era, seguia inclinada bajo una bombilla pobre, cosiendo uniformes. Entonces era yo quien ardia, y solo deseaba, la mano del soldado, poner mi mano sobre su espalda y dejar que mis dedos sintieran sus huesos, su peso, su piel, su calor. Solo eso. Rozarla, dejar la huella de mis yemas en su piel. Despues la guerra podia llevarme, despues podia venir la bala, la bomba o la metralla que habian de llevarse mi vida. Pasaban los paisajes por el cristal de mis gafas y yo queria que el camion avanzara mas rapido, que comiera kilometros. Y los camiones jadeaban como un pulmon enfermo hacia Madrid.

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