segura mirada de Llanlil distinguio dos bultos que avanzaban lentamente. El extraordinario suceso de otros hombres en aquellas regiones extrano al trampero, que los contemplo con un largo y avizor examen. Las figuras fueron aumentando de volumen y por la tarde estaban bastante cerca de los primeros cerros, pero ya Llanlil habia abandonado su atalaya y preocupado se ocupaba de asegurar en fardos las pieles obtenidas. Su aislamiento estaba roto, y el temor de algo desconocido extendia hacia el su larga mano.

La noche lo sorprendio bien pronto en su trabajo y Llanlil velo, con una sensacion de ignorados peligros. La nocturna soledad se poblo de inquietantes rumores; animales que con furtivos pasos hollaban el lecho de hojarascas del cercano bosque, la eterna cancion del rio entre las rocas, el crujido de un arbol resquebrajado por el reciente incendio. Larga y poblada de temores resulto la noche surena para el hostigado indio. Dilatada y serena noche que ocultaban el miedo y la amenaza. Por entre los grandes troncos desnudos la luna discurria errante rebotando de cumbre en cumbre, iluminando los profundos desfiladeros, los arroyos argentados que huian entre las rocas, el gran lago calmo y soberbio con sus aguas de un denso indigo metalico que reflejaban la fantasmagoria del cielo austral, abrumado de rutilantes e innumeras estrellas, en enloquecedor parpadeo cosmico presidido por la majestad luminosa de la Cruz del Sur. El frio intenso cristalizaba el aire con una tendida vibracion que amplificaba el sonido. Creeriase escuchar el inverosimil ruido de la hoja del maiten desprendiendose en columpiado vuelo…

El lento amanecer llego al fin del este entre neblinas, y nuevamente las nubes avanzaron desde las cordilleras cubriendo las inmensas mesetas. Llanlil, con la primera claridad fuese a sus trampas. Desenterro la primera, donde ninguna presa habia caido, y busco otra en un claro del bosque. Al acercarse le cerraron el paso la presencia temida. Los dos hombres estaban alli, su remington al brazo, hoscos e interrogantes, escrutando al indio con desconfianza y altivez.

– Estas trampas… -dijo uno silbando las palabras-, ?son tuyas? -y como Llanlil callara, le urgio: -?Habla te digo!

– Si… son mias -respondio este al fin.

– ?Y desde cuando andas robando en tierras ajenas, indio de porqueria? Estos campos tienen dueno…

Llanlil no intento ninguna explicacion. Solo comprendia una cosa; aquellos hombres querian despojarlo, alzarse con el fruto de su paciente trabajo. Buscaba el modo de huir, alejarse de los temidos palos de fuego que lanzaban la muerte; no temia a los hombres sino a sus armas, certeras y despiadadas. Quiso volverse pero el companero del que lo interrogaba ya cubria sus espaldas. Salto de costado y el agudo dolor de un culatazo le rozo el hombro. Su cuchillo brillo en la mano vigorosa. Defendiase jadeante, con una furia salvaje y pavorosa. Los perros, hechos para las agiles carreras, ladraban sin atreverse a enfrentar a los atacantes. El indio fue llevado en su retirada contra el corral de neneo que rodeaba la trampa. La lucha era sorda, sin gritos ni treguas. Los hombres no disparaban sus armas por temor de herirse mutuamente, pero las blandian con repetidos golpes sobre la victima, esperando el menor traspie para doblegarlo. De pronto Llanlil resbalo, su pierna se hundio en la fragil cubierta de la trampa y esta se cerro, mordiendo su carne y provocandole un rugido de dolor y de rabia. Al instante, el mas cercano de los acosadores le asesto un certero culatazo y el indio cayo bruscamente de cara sobre la escarcha endurecida… Su primitivo gorro de piel le quedo grotescamente ladeado sobre la cabeza.

– Bueno -exclamo el autor del golpe, un robusto moceton de renegrida barba y sanguinario aspecto-. Este termino; ?lo remato de un tiro?

– ?Para que? -contesto su compinche, que parecia el de mas autoridad-. Siempre es peligroso dejar un muerto pudiendo evitarlo; ademas, ?crees que vivira? Si no se hiela antes de poder sacarse la trampa, lo que demostraria un accidente, se volvera al otro lado, contento de salvar el pellejo… carguemos las pieles y a volar…-. Y cambiando de tono ordeno:

– ?Y ni una palabra de esto al administrador! ?Entendido?

– Esta bien jefe; usted manda…

– Entonces vamos, nos llevaremos el matungo y repartiremos las pieles… no deja de ser buen negocio…

Se alejaron en busca del toldo. En el suelo quedo Llanlil respirando debilmente mientras los perros rondaban asombrados alrededor del amo caido. El bosque de troncos alternativamente carbonizados semejando obscuros penitentes recobro su vasto silencio, indiferente al barbaro despojo.

Capitulo II

1

Enrojecia la estufa en la amplia habitacion de la casona. Lunder se distrajo contemplando las llamas mientras chupaba el mate rezongon. Al lado suyo, Mateo Sandoval le hablaba con acento persuasivo. Fuera de la casa soplaba desapacible el viento.

– …Y entonces la Compania me encarga tomar posesion de los nuevos campos que el gobierno me ha concedido.

– Vaya; lo que es ahora sus campos alcanzaran la extension de un pequeno estado europeo -replico Guillermo Lunder, devolviendo el mate a un paisanito grenudo-. ?Que piensan hacer con tanta tierra?

– Muy sencillo, criar ovejas. La lana se cotiza bien y se vende mejor, pero… se necesita una legua para alimentar quinientas ovejas.

– ?Ovejas… ovejas! Asi van quedando los valles, mas talados que si los agarrara el fuego. ?Adonde vamos a llevar nuestra ganaderia? Las ovejas nos van a arruinar… -dijo Lunder mirando fijamente a Sandoval.

– ?A usted? ?Por que? Juntese con nosotros. Tiene un valle esplendido.

– ?Ovejero? No. No sirvo para eso. Me gustan los caballos, los buenos caballos… la chacra -insistio Lunder.

Su hija Blanca se coloco a su lado, interesada en la conversacion-. Vine a la Patagonia para hacer producir a la tierra, no a asolarla -continuaba Lunder, con la paciente conviccion del que repite una leccion a un alumno intransigente.

– No lo va a conseguir -refuto Sandoval queriendo convencerlo-. Esta tierra no sirve. Durante el verano, el viento que todo lo barre; en el invierno el viento y la nieve, y siempre la desolacion y las mesetas heladas. ?Ni las mesetas ni los perros las aguantan! No; esta tierra no sirve para eso…

– Menos va a servir si vienen las ovejas y no dejan una mata de pasto alto. Sera un desierto de calafates y michais donde ni los caranchos se arrimaran, y la culpa sera de las ovejas ?son como ratones en un granero! -dijo Blanca con calor.

– No se si tienen o no razon, pero cada uno a lo suyo. Yo cumplo ordenes, ustedes lo saben… sin embargo, por usted misma, Blanca, le conviene mas hacer algo que los haga ricos o resignarse a ver como lo consiguen los demas.

La estufa, alimentada sin cesar, caldeaba el ambiente. Sandoval se habia quitado la chaqueta de cuero y su porte delgado y tenso contrastaba con la figura maciza de Lunder, el dueno de casa, que acariciaba su larga barba rubia con su mano fuerte de campesino. Entre los dos hombres, Blanca, como un lirio entre cardos, hacia resaltar su bella juventud.

Cuando Sandoval, en una pausa, encendia un cigarro, otro nuevo oyente se sumo al grupo.

La conversacion se generalizo, deslizandose en el terreno de las noticias y problemas de cada uno. Quienes estaban alli reunidos ofrecian, aun al mas desprevenido observador, un campo propicio para conjeturar personalidades interesantes. Recias figuras de pobladores que acusaban su temperamento en cada gesto y en cada palabra. El que respondia al nombre de Mateo Sandoval podia tener unos cuarenta anos. En aquellos parajes pasaba por ser un elegante, considerando el personal arreglo de su apariencia. A su chaqueta con cuero con el pelo hacia adentro, se unia un hermoso poncho tejido a mano, ambas prendas colocadas con cuidado en el respaldo de una silla. Con su bien planchada camisa, sus breeches de esmerado corte ingles, y las botas de potro, su figura resaltaba impecable. Sus mejillas cuidadosamente rasuradas contrastaban

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