– Protahitei: 4, 1, 9, 6, 8, 7, 3, 4, 4. Mirtahitei: 7, 5, 1, 6, 3, 7, 2, 4, 5. Urtahitei: 8, 0, 2, 9, 2, 2, 0, 8, 1.

Ahri cerro los ojos y asintio varias veces con la barbilla. Despues volvio a abrirlos con una sonrisa.

– Ya esta.

– ?Ya has descubierto otra serie?

– ?No! Ya los he memorizado. Ahora tengo que pensar en ellos. Aparentemente, no existe relacion logica entre esos numeros. Pero los secretos de las matematicas son mas gozosos cuanto mas reconditos.

Kratos lo dejo con sus calculos y cabalgo hasta el centro de la columna. Todo parecia dispuesto. A ambos lados de los expedicionarios habia miles de camaradas de la Horda que se quedaban, mujeres y ninos que los miraban con una mezcla de temor y esperanza. Penso en pronunciar un discurso, pero no le quedaban fuerzas ni inspiracion en aquel momento. Tan solo levanto la mano, senalo hacia las montanas de Atagaira y dijo:

– ?En marcha, Invictos! ?Cuanto antes partamos, antes regresaremos a

casa!

Despues taloneo ligeramente los flancos de su caballo y cabalgo hacia la vanguardia de la columna. Partagiro levanto en alto el estandarte de la Horda Roja, y una rafaga de viento frio hizo ondear el narval. A la senal, toda la expedicion se puso en marcha.

En otras circunstancias, los Invictos habrian hecho sacrificios para propiciarse el favor de los dioses. Ahora, cabalgaron en un ominoso silencio. Si querian aguantar las terribles jornadas que tenian por delante, les convenia ahorrar fuerzas.

MAR DE RITION

No muy lejos de aquel lugar, o al menos eso suponia, Ariel habia visto como unos intrepidos balleneros se enfrentaban a un gigantesco karchar. De aquello hacia mas de tres meses; un tiempo que, considerando todo lo que habia ocurrido, los lugares que habia visitado, la gente a la que habia conocido y el sufrimiento y la destruccion que habia presenciado, eran mucho mas que una eternidad.

En aquel entonces, navegaba del continente a Narak en el Bizarro, el barco mas grande que surcaba los mares de Tramorea. Ahora, en cambio, se acurrucaba en la proa de un atunero que no debia pasar de los diez metros de eslora. ?Y era la nave mayor que habian encontrado en Arubak!

Neerya se acerco y se sento a su lado. Aunque se habia recogido el cabello con horquillas, el viento soplaba con fuerza y agitaba mechones sueltos delante de su cara.

– ?Que tal vas, Ariel? ?No te mareas?

– No. No se muy bien lo que es eso.

– Mejor que no lo sepas. Yo he vuelto a vomitar. ?Creo que no voy a comer nada el resto de mi vida!

Las Atagairas viajaban sentadas en diversos lugares de la cubierta, donde menos pudieran estorbar a los tripulantes del barco. Los rostros de algunas, ya de por si blancos, se veian aun mas palidos por culpa del mareo. La que peor parecia pasarlo era Antea, pero a Ariel no le daba ninguna pena.

Cuando huyeron de aquella caverna, la jefa de las Teburashi le habia quitado la Espada de Fuego.

– ?Yo confiaba en ti! -grito Ariel, pataleando en el aire mientras otra Atagaira la sujetaba en vilo por la cintura-. ?Me diste tu palabra!

– Te di mi palabra de que no recibirias ningun dano, y no lo recibiras a no ser que yo lo sufra antes - respondio Antea-. Pero por ahora no puedo permitir que lleves a Zemal. Es demasiado peligrosa para ti y para todas.

– ?Lo que quieres es que no me escape!

– Son ordenes de la reina, Ariel. No espero que me entiendas, pero debo obedecer.

Con mucho cuidado de no rozar la empunadura, Antea habia envuelto la Espada de Fuego en un lienzo. Ahora la llevaba encima a todas horas, y si se quedaba dormida una guerrera velaba siempre a su lado. Era imposible quitarsela.

O tal vez no. Ahora, al verla acurrucada junto a la amura de babor, mas verde que blanca, Ariel penso: Tarde o temprano se descuidara y recuperare a Zemal.

Y cuando lo consiguiera, nadie podria impedirle que huyera y buscara a su padre, aunque para ello tuviese que viajar hasta el fin del mundo. Ya no la volverian a enganar.

Acodadas en la amura de estribor viajaban Triane y Ziyam. La madre de Ariel observaba con desagrado como Neerya hablaba con su hija.

– Si fuera por ti la matarias, ?verdad? -pregunto la reina de las Atagairas.

– Y acabare matandola en cuanto tenga ocasion. De momento, dependemos de ella.

Tras el fiasco del despertar de Tubilok, habian decidido viajar a Tartara. Segun Triane, solo en aquella misteriosa ciudad encontrarian el modo de sobrevivir a los tiempos oscuros que se avecinaban o, tal vez, de negociar con el dios loco y conseguir la recompensa que les habia negado. Pero para llegar hasta Tartara por los caminos subterraneos que ella conocia necesitarian meses.

Neerya, en cambio, les habia asegurado que sabia de un atajo que les ahorraria miles de kilometros. Cuando manifestaron su escepticismo y le exigieron que les explicase en que consistia dicho atajo, la cortesana sonrio enigmaticamente y respondio:

– Pertenezco al clan Bazu. Del mismo modo que tu reino son las aguas, Triane, y el tuyo las montanas de Atagaira, Ziyam, el mio son los caminos. Tendreis que confiar en mi.

Por el momento, se habia limitado a explicarles que tenian que viajar hasta la Ruta de la Seda y mas tarde abandonarla para internarse en el desierto de Guinos. Un lugar del que Ziyam no habia oido hablar jamas, pero que por alguna razon le sonaba de mal aguero.

Aunque sabia que no debia hacerlo, volvio a tocarse las mejillas. Sus dedos se mancharon de sangre. Las heridas que le habian infligido los dedos de Tubilok, cinco en cada mejilla, no terminaban de cerrarse. El terrible dolor que Ziyam sintio cuando el dios le clavo las garras habia remitido un poco, pero era imposible olvidar que las heridas estaban alli, pues palpitaban como diez diminutos corazones, y con los rociones de agua y sal le escocian mas.

En esta ocasion, la mascara no le habia servido para curarse. Cuando apoyo el rostro en ella, las minusculas agujas de su interior se le habian clavado en la frente y los pomulos, agravando su dolor.

?No te atrevas a asomarte mas a mi mente, mujer!, grito la voz en sus oidos.

No obstante, Ziyam no se habia desprendido de la mascara. Era el unico contacto que tenian por ahora con el dios que le habia marcado la cara y que, en su enrevesado lenguaje, les habia dicho que pronto los humanos no podrian vivir en Tramorea. Por ahora, la mayor preocupacion de la reina de Atagaira era curarse las heridas y recuperar su belleza. Pero debia reconocer que la posibilidad de que el mundo se acabase, como parecian sugerir los portentos celestiales, tambien la inquietaba.

– Que extrano encontrar a unas Atagairas tan lejos de su pais y tan fuera de su elemento. ?Adonde os dirigis?

Ziyam se volvio a la derecha. Absorta en sus pensamientos, no se habia dado cuenta de que Triane se habia marchado, y su lugar en la borda lo habia ocupado un hombre. Por la calidad de sus ropas, era evidente que no pertenecia a la tripulacion. ?Por que no se habia fijado en el hasta entonces? El atunero no era un lugar tan grande como para que sus pasajeros pudieran esquivarse.

– Nuestro destino no es asunto tuyo, amigo -respondio Ziyam.

El desconocido era joven, moreno y, pese al parche que le tapaba el ojo derecho, muy guapo. Aparte de la finura de sus rasgos, desprendia un encanto irresistible; o tal vez Ziyam, con la cara surcada de heridas que no dejaban de supurar sangre y pus, necesitaba sentirse deseada.

– Tal vez si sea asunto mio, majestad -dijo el, bajando la voz. Su tono susurrante se agarro al ombligo de Ziyam y repto vientre abajo cosquilleandole en la piel.

– ?Sabes quien soy?

– Se muchas cosas, Ziyam de Atagaira. Incluso entiendo de artes curativas. Si me permites que te acompane en tu viaje, tal vez consiga que esas heridas dejen de empanar tu exquisita belleza.

El joven le rozo las mejillas con los dedos. A su contacto, Ziyam sintio un alivio instantaneo, y tambien otras reacciones fisicas que la preocuparon. ?Que tenia aquel hombre? ?Por que le estaban entrando tales deseos de

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