disfrutar de ese raro instante de quietud. Encendio un cigarrillo y lo fumo despacio, aspirando el humo con un deleite que le hizo nacer el impulso de prender la maquina. Pero esta vez se contuvo a fuerza de una pereza tan encantadora como el ultimo sueno de la manana.

Gabriela llego quince minutos antes de la hora prevista para que vinieran los otros. Entro desparramando un lio de bolsas y paquetes, con un atropello de palabras que querian contarlo todo a la vez. Diana le pedia que, por favor, juntara los papeles, que habia pasado la tarde ordenando y que ahora ella le desmoronaba el esfuerzo en unos segundos. Era un juego que ambas conocian desde la infancia y a cuyas reglas se ajustaban con precision. Sabian que aquello era un toma y daca en el que cada una descargaba sus reproches y manifestaba su admiracion hacia la otra. Tensaban la cuerda del mutuo aguante y se regodeaban en los pequenos triunfos igual que cuando eran ninas y terminaban, tantas veces, enredadas en el piso tirandose de los pelos. Asi que Diana asumio su rol de madre y la mando a vestirse antes de que llegaran los invitados. Gabriela se entretuvo un rato hablando del color de un pantalon nuevo, probo la punta de una empanada y se quejo del mal gusto de haber puesto velas. Pero, antes de que Diana pudiera defenderse, saco un encendedor del bolso.

– ?Para que las prendes si no te gustan?

– Ya que estan…

Con ese criterio practico, se dio media vuelta y arrastro tras de si aquella ciclotimia desconcertante que parecia ser su sello de distincion. Nunca se sabia, con Gabriela. Tanto podia encerrarse dos dias sin comer en su cuarto, como irrumpir al tercero convertida en una Barbie. En esa incertidumbre que producia radicaba su encanto, porque era seguro que a su lado las horas nunca serian aburridas.

A las nueve sono el timbre. Diana oyo la voz de Mercedes y maldijo su puntualidad. Despues de tantos anos debia haber supuesto que solamente Diana estaria pronta. Era previsible que la desidia de Nando y la ligereza vital de Gabriela no iban a transformarse esa noche por arte de magia, y que ella estaria hasta ultimo momento levantando toallas humedas y juntando colillas. Antes de abrir, Diana corrio como una lagartija desesperada cerrando puertas y gritando a los otros que se apuraran. Despues, se detuvo frente al espejo del recibidor, acomodo el peinado y alguna arruga en la camisa blanca que habia elegido entre las ropas de Gabriela. A la luz de los que venian a cenar, estaba presentable.

El timbre sonaba de nuevo cuando Diana abrio la puerta. Prendida de un brazo ajeno, Mercedes la miro con expresion triunfal. Parecia haber dedicado un mes completo a producirse, una pieza de plateria recien lustrada. Demasiado colorete en los pomulos y los ojos delineados a la perfeccion le conferian una rigidez de estatua. El efecto era el opuesto al buscado; en un afan demasiado obvio por resaltar la belleza, no habia hecho mas que enterrarla tras una capa barrosa que la transformaba en un ser poco apetecible. Aquella piel cubierta por bases y polvos daba la sensacion de una telarana a la que uno podia quedar pegado con el minimo roce de un beso superficial. Diana penso que le recordaba a alguien y no fue hasta entrada la noche que vino a su mente, con nitidez, la mascara funeraria de Tutankhamon.

– ?Puntualidad inglesa! -grito Mercedes mientras avanzaba sin soltarse del brazo.

Diana se aparto del umbral y los dos entraron como una pareja de siameses pintorescos. Cuando los tuvo de espaldas, hizo una primera evaluacion. Avasallada por la luz de Mercedes, no habia podido siquiera mirar al hombre, y ahora venia a descubrirle una imperdonable hilacha colgandole del borde del saco. Antes de que Mercedes repitiera su sonrisa, incluso antes de que la llave diera su doble vuelta en la cerradura, Diana ya habia puesto algunas etiquetas. Y fue en el preciso instante en que giraba para indicarles que pasaran a la sala, justo cuando pudo mirarlo por segunda vez y descubrir que el tambien la estaba midiendo, fue entonces cuando penso que aquel hombre no era para su hermana.

XVI

Apenas entro en la sala, Mercedes se desprendio del brazo, camino con paso marcial hacia el cuadro y lo enderezo. Se pregunto por que lo encontraba siempre torcido, como si fuera parte de una estetica de avanzada que alguien se dedicaba a cultivar minuciosamente. Sin embargo, todo alli rezumaba puras convenciones, una correccion politica que no excitaba ni la critica ni la admiracion. Todo salvo aquel extrano cuadro que a Mercedes le parecia un soberano mamarracho, un capricho de Diana para perpetuar la felicidad, para enganarse sintiendo que su vida estaba congelada en aquella fotografia.

– ?Y Nando? -pregunto por decir algo. Diana senalo el dormitorio. Estaba en la cocina y podia ver a los otros a traves del pasaplatos. Mercedes jugaba a ser duena de casa y le hacia senas a Bruno para que tomara asiento, pero apenas se acerco al sillon dio un grito que quebro la frialdad de los primeros momentos.

– ?El postre! ?Dejamos todo en el auto!

Bruno volvio a abotonarse el saco y camino hacia la puerta. Parecia incomodo con la situacion. Compartir una sala con dos mujeres que apenas conocia, en una casa nueva, sin mucho para conversar y apenas repuesto del vertigo de atender el transito y la chachara de Mercedes, no era su idea de una noche de sabado. Se sintio aliviado cuando encontro esa excusa para tomar aire. Habia aceptado ir porque sus amigos lo hartaban diciendole que tenia que conocer gente y porque se habia propuesto combatir con firmeza las ganas de quedarse en casa un sabado mirando television. Diana se acerco con las llaves. Cerro la puerta tras de el y se quedo olfateando el aire.

– ?No es divino? -la voz de Mercedes la devolvio a la realidad.

– Tanto como divino, divino…

– ?Amarga!

– ?Tiene que gustarme? Es para Gaby, ?no?

Mercedes fruncio la nariz.

– Y no sabes que caballero. Hasta me abrio la puerta del auto. Lucio lo hacia… antes. ?Por que sera que se achanchan tanto con el matrimonio? ?Te fijaste en que no tiene panza?

– ?A mi que me importa!

– Pero bien que lo miraste, zorra. Pensas que no te vi, pero te vi, lo miraste bien mirado.

Diana desvio los ojos hacia su habitacion y penso que quiza aquella reunion no habia sido una buena idea. Comparada con Mercedes, parecia una moza contratada para servir. Penso en cambiarse de ropa, pero el miedo a ser obvia le hizo buscar cualquier ocupacion que le disipara la minusvalia emocional que ya la estaba ganando.

– ?Vino?

– Dale, un vinito viene bien. No entiendo como no lo vi antes. Claro, sera porque es amigo de Lucio y no le preste atencion. No me imagino de que pueden hablar. A Lucio le da lo mismo tomar vino de caja, no se da cuenta, se lo das y le decis que es un Luigi Bosca y el tipo como si nada, hasta te agradece.

A Diana le molestaba el desprecio constante hacia Lucio. Sentia que esa falta de respeto hacia tambalear sus propias bases de fortaleza, el sustrato donde cultivaba, con esfuerzo, la paciencia y la resignacion. Por eso, quiza, y porque cuando las cosas son dichas se vuelven mas ciertas, guardaba para si el dolor tremendo que la infidelidad de Nando le causaba. Cada vez que Mercedes se internaba en sus diatribas, buscaba cualquier tangente por donde salir; pero esta vez no hubo necesidad porque Nando aparecio como enviado del cielo y la salvo de forzar una conversacion. Saludo a Mercedes con un beso de costado, que es el beso obligado impuesto por la cortesia.

– ?Como te va?

– Bien, ?y a vos?

– Bien.

– Me alegro.

Se hablaban con un dejo de ironia, arrastrando las palabras como si estuvieran tomandose el pelo. Era una forma de decirse que a cada uno le importaba un rabano como estuviera el otro y que compartian el mismo desagrado, una antipatia mutua que les resultaba dificil controlar y que se translucia en cada palabra, cada gesto, la propia actitud corporal; esa displicencia con la que se trataban y que los mantenia a una distancia desde la cual podian lanzarse los dardos del sarcasmo sin lastimarse demasiado. Parecia que Mercedes, extendida en el sillon, erguida apenas la cabeza para saludarlo y vuelta a dejarse caer, le estuviera diciendo: “Mira que a mi no me enganas”. Y Nando, exhibiendose con cierto pavoneo de macho dominante, las manos en los bolsillos, la piel

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