un objeto que existiria solo si ella era capaz de armarlo. Lo observo con desconfianza durante tres semanas. Resistencias minusculas, pequenas valvulas, transistores que, como la nina Chiquirritica, tenian el tamano de un grano de anis -pero por que distraccion o error de la Naturaleza, al observar un transistor, la a todas luces promisoria estudiante de fisica tenia que pensar en la palabra “Chiquirritica” leida a los seis anos y cuyas resonancias deleitosas se le venian enredando desde entonces en todo lo infinitamente pequeno que anida en el universo, no por la ilustracion (recordaba sin encanto a una nina flotando en una hoja entre plantas acuaticas, imagen vulgar que estaba muy por debajo de la musica de la palabra Chiquirritica), no por la ilustracion sino por el simil: tan pequena como un grano de anis. Y lo curioso es que nunca en su vida habia visto un grano de anis ni se le habia ocurrido que pudiera tener granos lo que hasta entonces solo habia sido para ella una bebida transparente en una botella hexaedrica que se servia en copitas y cuyos residuos hacian las delicias de pequenos futuros alcoholicos y de ella misma. Sin embargo le basto leer “pequena como un grano de anis” para imaginarlo cristalino y embriagante como el licor y tan pequeno como todo lo mas pequeno que puede haber sobre la Tierra; y tambien para comprender de golpe el verdadero tamano de la nina Chiquirritica, en quien desesperadamente pensaba contemplando los transistores. Pero nada le causaba tanta angustia como el chasis vacio, en el cual tendria que armar un circuito que solo iba a funcionar si todas las piezas se ensamblaban sin un error, momento en que el futuro trabajo tropezaba -en su previsora imaginacion- con su propia torpeza o demonio innato que la hacia agarrar siempre a contramano, instalar la imperfeccion apenas las cosas eran rozadas por sus dedos, razon por la cual nunca se animo a unir siquiera dos cables entre si, razon por la cual luego de un calvario que duro veintiun dias, convencida de que nunca iba a armar ese circuito y por lo tanto nunca iba a aprobar electronica y por lo tanto, abandono abruptamente la fisica. No olvidar, en momentos de exaltacion, de contabilizar ese fracaso.

– Y el cafe, ?para cuando?

– Ya lo llevo -dijo Irene desde la kitchenette; puso las tazas en una bandeja y se animo a preguntar-: ?Como va eso?

– Que te parece -dijo Alfredo.

Una lucecita verde y una lucecita roja se encendieron en el momento preciso en que Irene entraba con la bandeja. Unos segundos despues la voz de Paco Ibanez, tu no puedes volver atras porque la vida ya te empuja como un aullido interminable, interminable, la hizo levitar en la transitoria ilusion de que todos los problemas se habian terminado. A que hora. ?Ay! Su memoria era sistematica e implacable. La obligo a retroceder -?no quiero, no quiero!, ?tengo ganas de ser feliz!-, la obligo a retroceder a esa interseccion que, en la teoria de los cambios de estado, se denomina punto triple. Un punto unico -?a que hora?- en que convergieron tres problemas. Si el problema uno estaba resuelto, y el problema dos estaba resuelto, ?cual era el que quedaba? Shh, el tercero no era de ninguna manera un problema. Acaso no habia reaccionado encantada de la vida cuando Alfredo, apenas empezo a desarmar el amplificador, le dijo:

– A que no adivinas quien vino a hablarme hoy.

– La mirona -habia dicho sin vacilar Irene.

El dijo que ella era colosal. Modestamente, dijo Irene. Lo que no dijo fue que en estos tres dias habia pensado mas de una vez que un choque tan bien armado por la Providencia tenia que traer cola. En cambio pregunto:

– ?Y como? ?Se te acerco asi nomas y te hablo?

No, tenia su estilo, dijo Alfredo. Cosa que Irene ya habia descubierto a fines de abril. Una muchacha capaz de quedarse esperando a distancia prudencial que el la descubriera, como si fuese demasiado timida o demasiado orgullosa para realizar el esfuerzo de acercarse del todo, sin duda tenia lo suyo. Aunque debia serlo, si: timida y orgullosa. Pero su pecado es que lo sabe, decidio Irene en mayo.

Lo que seguramente no sabia era que Alfredo la habia advertido desde la primera vez y que lo divertian como loco -y se los contaba despues a Irene- los movimientos inutiles que ella debia realizar para quedarse siempre un poco atras, con su perpetua cara de expectacion. Lo que tampoco podia saber era que Irene seguia, ademas, los movimientos ocultos de su alma, las especulaciones que se tramaban detras de esa mirada de asombro -pero con que derecho, le habria dicho la muchacha, con que derecho pretende usted entrar en mi alma-, los invisibles sobresaltos de ese cuerpo al acecho, siempre dispuesto a ser capturado. O a capturar, llegado el caso. Y el caso por fin habia llegado. La mirona, esta misma tarde, se le habia acercado mas que de costumbre y habia esperado que los otros se alejaran. Entonces si hablo, como si siempre hubiese hablado.

– El otro dia lo vi. Estaba parado en la calle, riendose solo.

– Yo tambien te vi.

– No, usted no me vio.

– A que si -comienzo promisorio, penso Irene-. Vos venias corriendo y tuviste un choque.

– ?Choque? -la chica irradio indignacion. Se veia a las claras que no podia tolerar en el una equivocacion tan grosera.

– Choque -repitio el-. No con un auto, boba. Con una mujer.

Irene sintio las palabras “con una mujer” como un golpe en la cara.

– Uy, cierto -dijo la chica con el tono de quien lo habia olvidado por completo, e Irene reflexiono acerca de lo equivoco que puede ser el punto de vista-. ?Pero como me vio si yo no me di cuenta?

– Veo mas cosas de las que ustedes se imaginan -dijo Alfredo. Y el tono de su voz ni hizo falta que se lo contara a Irene. Es una cruza de Tolstoi y Oscar Casco, escribiria, de ahi la amplitud de su registro (desde la ninfula mas bruta hasta la mas asidua lectora de Levi-Strauss, desde la princesa altiva a la que pesca en ruin barca, no hay hembra a quien no suscriba y cualquiera empresa abarca) y sobre todo de ahi el deslumbramiento que provoca en ciertas mujeres involuntariamente tironeadas a la vez por Thomas Mann y por Agustin Lara. Asi que Alfredo tampoco tenia necesidad de contarle (aunque por el solo placer de compartir un placer se lo conto) la cara que puso la mirona, el embate que sobrellevo a pie firme, su rebeldia silenciosa a la altura de la palabra “ustedes”, bravo, companerita, es muy temprano para mostrar la hilacha. Pero te quiero ver dentro de trece anos, todavia imperterrita, los ojos agrandados de curiosidad, el corazon sediento de sabiduria, preguntando con tono casual, cientifico, de alegre camarada que puede asimilar sin un parpadeo cualquier nuevo juego que le propone el destino.

– Y entonces.

– Entonces nos encontramos manana.

– A que hora -pregunto Irene.

Y ahora que la luz otra vez inundaba la casa y el amplificador propagaba a los cuatro vientos te sentiras acorralada, te sentiras perdida o sola, tal vez querras no haber nacido, no haber nacido, la tercera inquietud pudo florecer hasta alcanzar el estado justo en que habia sido borrada por el cortocircuito. Y ella volvio a preguntarlo.

– A que hora que -dijo Alfredo.

– A que hora te encontras con la mirona.

– Se llama Cecilia -dijo Alfredo-. A las cinco.

Y si el no se hubiera distraido en probar cada una de las perillas del amplificador tal vez habria notado el pequeno sobresalto primero y despues ese peculiar sistema de signos -cierta brusquedad al llevarse las tazas de cafe, cierta alevosia al limpiar la ceniza volcada sobre el escritorio- que ladinamente pretendia indicar el mal humor de Irene. Porque en estos casos ella no hablaba. Solo iba dejando pequenas senales en el camino, guijarros que podrian ir guiando a quien tuviera la paciencia y el interes necesarios para internarse en oquedades, y lentamente, amorosamente, sonsacandola con ternura, con violencia, con resignacion, pugnara por llegar -?gran premio!- al centro mismo de su angustia.

Y no es que Irene no pudiera expresar ella misma lo que le pasaba. Su valla de piedra consistia en que solo lo podia expresar con una claridad irritante. Por ejemplo, habria sido capaz de decir: estoy de mal humor por dos razones:

a) Porque esta chica es mucho mas peligrosa de lo que pensas. Aunque pienses que es mucho mas peligrosa de lo que parece.

b) Porque las cinco de la tarde es mi hora.

Pero como darle a entender, entre tanto a y b, esta nostalgia, pero tambien esta envidia y este miedo. Como explicarle, sin correr el riesgo de que echen a volar pajaros y serpientes y fieras trabajosamente aletargadas, como expresarle la verguenza de sospechar que esta vez no sera capaz de soportarlo. La alegria de otra, eso es lo que cree que ya no podra soportar. La alegria de la que aun aletea en esa region incorrupta, inmaculada, tan

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