– Generalmente, la imposicion de una multa y la orden de modificar la obra para ajustaria a las especificaciones de los planos -respondio Dal Carlo.

– Comprendo -dijo Brunetti, moviendo la cabeza de arriba abajo y mirando a Vianello para indicarle que tomara nota de esa respuesta-. Una inspeccion que puede salir muy cara.

Dal Carlo parecia desconcertado.

– Perdone, no comprendo que quiere decir, comisario.

– Quiero decir que hacer obras y luego tener que volver a hacerlas cuesta mucho dinero. Sin contar la multa.

– Naturalmente -dijo Dal Carlo-. Las ordenanzas son muy explicitas a ese respecto.

– Gasto doble -dijo Brunetti.

– Si. Supongo que si. Pero son pocas las personas que se exponen a cometer irregularidades.

Brunetti se permitio un leve gesto de sorpresa y miro a Dal Carlo con una fina sonrisa de complicidad.

– Si usted lo dice, ingeniere. -Rapidamente, cambio de tema y de tono al preguntar-: ?Habia recibido amenazas el signor Rossi?

Nuevamente, Dal Carlo parecia confuso.

– Lo siento, pero eso tampoco lo entiendo, comisario.

– Entonces, dottore, permita que hable con crudeza. El signor Rossi tenia la facultad de obligar a la gente a hacer grandes desembolsos. Si informaba de que en un edificio se habian hecho reformas no autorizadas, los propietarios podian tener no solo que pagar una multa sino tambien que rectificar los trabajos realizados. -Aqui sonrio y agrego-: Los dos sabemos lo que cuesta hacer obras en esta ciudad, por lo que dudo que hubiera quien pudiera sentirse satisfecho si el signor Rossi descubria irregularidades en su inspeccion.

– Por supuesto que no -convino Dal Carlo-. Pero dudo mucho que alguien se atreviera a amenazar a un funcionario municipal que no hacia sino cumplir con su deber.

Brunetti pregunto entonces a bocajarro:

– ?Hubiera aceptado un soborno el signor Rossi? -El comisario observaba atentamente la expresion de Dal Carlo al hacer la pregunta y vio que era de estupefaccion y hasta de escandalo.

Pero, en lugar de responder enseguida, Dal Carlo reflexiono.

– Nunca lo habia pensado -dijo, y Brunetti comprendio que decia la verdad. Entonces Dal Carlo, menos cerrar los ojos y alzar la cabeza, dio todas las muestras de sumirse en profunda meditacion. Finalmente, dijo, mintiendo-: No me gusta hablar mal de el, y menos ahora, pero seria posible. Es decir -tras una timida vacilacion-, pudo ser posible.

– ?Por que lo dice? -pregunto Brunetti, aunque estaba casi seguro de que aquello no era mas que un intento bastante evidente de utilizar a Rossi para tapar su propia probable venalidad.

Por primera vez, Dal Carlo miro a Brunetti a los ojos. Si aun hubiera necesitado una prueba de que aquel hombre mentia, Brunetti no hubiera podido hallarla mas segura.

– Comprendera usted que no se trata de algo concreto que pueda mencionar o describir. Durante los ultimos meses, su comportamiento habia cambiado. Parecia nervioso, furtivo. Pero hasta ahora que usted me ha preguntado no se me habia ocurrido tal posibilidad.

– ?Hubiera sido facil? -pregunto Brunetti, y como Dal Carlo pareciera no comprender, aclaro-: ?Dejarse sobornar?

Casi esperaba que Dal Carlo dijera que nunca habia pensado tal cosa, en cuyo caso Brunetti no sabia si hubiera podido conservar la seriedad. Al fin y al cabo, estaban en una oficina municipal. Pero el ingeniero se contuvo y dijo finalmente:

– Supongo que seria posible.

Brunetti callaba. Tanto callaba que Dal Carlo se vio obligado a preguntar:

– ?Por que hace estas preguntas, comisario?

Al fin Brunetti dijo:

– No estamos totalmente seguros -siempre le habia resultado mas eficaz hablar en plural- de que la muerte de Rossi fuera accidental.

Esta vez Dal Carlo no pudo disimular la sorpresa, aunque no habia forma de averiguar si era sorpresa por la posibilidad o sorpresa porque la policia lo hubiera descubierto. Mientras varias ideas danzaban en su cerebro, lanzo a Brunetti una mirada de calculo que le recordo la que habia visto en los ojos de Zecchino.

Pensando en el joven drogadicto, Brunetti dijo:

– Quiza tengamos un testigo de que fue otra cosa.

– ?Un testigo? -repitio Dal Carlo en una voz alta e incredula, como si nunca hubiera oido semejante palabra.

– Si, una persona que estaba en el edificio. -Brunetti se levanto bruscamente-. Muchas gracias por su ayuda, dottore -dijo tendiendo la mano. Dal Carlo, visiblemente desconcertado por el extrano rumbo que habia tomado la conversacion, se levanto a su vez y extendio la mano. Su apreton fue menos cordial que a la llegada.

Finalmente, cuando ya habia abierto la puerta, el ingeniere dio voz a su sorpresa:

– Me parece increible -dijo-. Quien iba a querer matarlo. No hay motivo para tal cosa. Y ese edificio esta vacio. ?Como iba alguien a ver lo que ocurrio?

En vista de que ni Brunetti ni Vianello contestaban, Dal Carlo cruzo el antedespacho, sin mirar a la signorina Dolfin, que tecleaba en su ordenador, y acompano a los dos policias hasta la puerta del pasillo. Nadie se entretuvo en despedidas.

21

Aquella noche, Brunetti durmio mal. Se despertaba una y otra vez dando vueltas a los sucesos del dia. Pensaba que, probablemente, Zecchino le habia mentido al hablar del asesinato de Rossi y que habia visto u oido mucho mas de lo que decia. ?Por que, si no, tantas evasivas? La noche interminable traia mas recuerdos poco gratos: la resistencia de Patta a considerar criminal la conducta de su hijo, la aversion de su amigo Luca hacia su esposa, la general incompetencia que obstaculizaba su trabajo diario. Con todo, lo que mas le dolia era pensar en aquellas dos muchachas: una, tan maltratada por la vida como para consentir en mantener relaciones sexuales con Zecchino en aquella sordida buhardilla y la otra, doblemente martirizada por la perdida de Marco y por el conocimiento de lo que le habia causado la muerte. La experiencia habia hecho perder a Brunetti toda su caballerosidad, pero no podia dejar de sentir una viva compasion por aquellas muchachas.

?Habria estado la primera en el piso de arriba cuando el encontro a Zecchino? Era tanta su prisa por salir de la casa que no subio a ver si habia alguien en la buhardilla. El que Zecchino estuviera bajando la escalera no significaba que pensara marcharse; tambien podia bajar a averiguar la causa del ruido producido por la llegada de Brunetti y haberla dejado a ella arriba. Por lo menos, Pucetti habia conseguido descubrir el nombre de la otra: Anna Maria Ratti, que vivia con sus padres y su hermano en Castello, y estudiaba arquitectura en la universidad.

Despues de oir las campanadas de las cuatro, Brunetti decidio que aquella manana volveria a la casa para tratar de hablar otra vez con Zecchino. Al poco, se quedo profundamente dormido y cuando desperto Paola ya se habia ido a la universidad y los chicos, a la escuela.

Despues de vestirse, Brunetti llamo a la questura para avisarlos de que llegaria tarde y volvio al dormitorio a buscar la pistola. Arrimo una silla al armario, se subio y, en el ultimo estante, vio la caja que su padre habia traido de Rusia despues de la guerra. El candado estaba cerrado, y el no recordaba donde habia guardado la llave. Bajo la caja y la puso encima de la cama. Pegado a la tapa con cinta adhesiva habia un papel con un mensaje escrito en la clara letra de su hija: «Papa: Raffi y yo no sabemos que la llave esta pegada a la parte de atras del cuadro del estudio de mama. Baci.»

Brunetti fue en busca de la llave, preguntandose si deberia anadir algo a la nota y decidio que valdria mas no

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