Aunque Brunetti no conocia al hombre de Treviso que habia llevado el secuestro Lorenzoni, se acordaba bien de Gianpiero Lama, que se habia encargado de la parte de la investigacion realizada por la policia de Venecia. Lama, un romano que habia llegado a Venecia con la fama de haber conseguido el arresto y condena de un asesino de la Mafia, solo habia trabajado en la ciudad dos anos, antes de ser ascendido al cargo de vicequestore y trasladado a Milan, donde, que Brunetti supiera, aun debia de seguir.

Lama y Brunetti habian trabajado juntos, pero ninguno de los dos habia disfrutado mucho de la experiencia. Para Lama, su colega mostraba demasiados escrupulos en la persecucion del crimen y los criminales y era reacio a correr los riesgos que Lama consideraba necesarios. Como Lama tambien consideraba que, en determinadas circunstancias, para conseguir un arresto, se podia cerrar los ojos a la ley y hasta quebrantarla, a menudo sus detenidos eran puestos en libertad por algun defecto tecnico descubierto por la magistratura. Pero, como esto sucedia algun tiempo despues de la intervencion de Lama, raras veces se veia en su forma de proceder la causa de la posterior desestimacion de los cargos o la anulacion de una sentencia. La evidente audacia de la conducta de Lama habia propulsado su carrera. Cada ascenso preparaba el camino para el siguiente, y el hombre subia y subia como un cohete.

Brunetti recordaba que fue Lama quien interrogo a la novia del chico Lorenzoni y quien hizo caso omiso de la sugerencia, apuntada por ella y por el padre, de que el secuestro podia ser una broma. O, si lo pregunto, no lo hizo constar en el informe.

Brunetti se acerco el sobre y empezo otra lista, esta, de las personas que podian ayudarle a saber mas cosas no ya del secuestro en si, sino de la familia Lorenzoni. Automaticamente, en cabeza de la lista, puso el nombre del conde Orazio Falier, su suegro. Si habia en la ciudad alguien que conociera la fina telarana en la que se entretejian los hilos de la aristocracia, la gran industria y las finanzas, ese era el conde Orazio.

La entrada de la signorina Elettra lo distrajo momentaneamente de la lista.

– He hablado con Cesare -dijo mientras ponia una carpeta en el escritorio-. En su ordenador ha encontrado la fecha, por lo que dice que no tendra dificultad en hacer una copia de la cinta. Esta misma tarde me la mandara por mensajero. -Adelantandose a su pregunta de como lo habia conseguido, la signorina Elettra explico-: No tiene nada que ver conmigo, dottore. Dice que piensa venir a Venecia dentro de un mes, y yo sospecho que pretende usar el haber hablado conmigo como excusa para volver a acercarse a Barbara.

– ?Y el mensajero? -pregunto Brunetti.

– Ha dicho que lo cargara al informe que esta haciendo la RAI sobre la carretera del aeropuerto -dijo ella, recordando a Brunetti uno de los ultimos escandalos. Se habian pagado miles de millones a amigos de funcionarios del gobierno que habian promovido el proyecto y la construccion de la inutil autostrada al minusculo aeropuerto de Venecia. Posteriormente, algunos de ellos habian sido condenados por prevaricacion, pero el caso se encontraba atascado en el interminable proceso de apelacion, mientras el ex ministro que habia hecho una fortuna planeando la operacion, no solo seguia cobrando su pension del Estado, cifrada en mas de diez millones de liras al mes, sino que en la actualidad se le suponia en Hong Kong, amasando otra fortuna.

Brunetti, saliendo de sus divagaciones, miro a la signorina Elettra y dijo:

– Haga el favor de darle las gracias en mi nombre.

– Oh, nada de eso, dottore. Creo que deberiamos hacerle creer que somos nosotros los que le hacemos un favor al darle una excusa para ponerse en contacto con Barbara. Hasta le he dado a entender que hablaria con ella, para prepararle el terreno por si deseaba llamarla.

– ?Y eso por que?

Ella parecia sorprendida de que Brunetti no lo hubiera comprendido.

– Por si volvemos a necesitarlo. Nunca se sabe cuando a uno puede hacerle falta utilizar una cadena de television. -Recordando las demenciales elecciones ultimas, en las que el dueno de tres de las mayores cadenas de television las habia utilizado descaradamente para hacer campana, el aguardaba su comentario final-: Creo que ya va siendo hora de que sea la policia quien las utilice, antes que otros.

Brunetti, siempre remiso a las discusiones politicas, opto por no hacer comentarios, se acerco la copia del expediente y le dio las gracias mientras ella se iba.

Antes de que Brunetti pudiera empezar a pensar en las llamadas que tenia que hacer, sono el telefono. Al contestar, oyo la voz de su hermano.

– Ciao, Guido, come stai?

– Bene -contesto Brunetti, mientras se preguntaba por que Sergio lo llamaria a la questura. Al pensamiento y, enseguida, al sentimiento, le vino la madre-. ?Ha ocurrido algo, Sergio?

– Nada, nada en absoluto. No te llamo por la mamma. -La voz de Sergio, como habia ocurrido desde que eran ninos, tuvo la virtud de calmarlo y de darle la seguridad de que todo iba bien o que todo se arreglaria-. Bueno, no directamente.

Brunetti esperaba.

– Guido, ya se que has ido a ver a la mamma los dos fines de semana ultimos. No, no digas nada. Este domingo ire yo. Pero he de pedirte que los otros dos siguientes vayas tu.

– No hay inconveniente.

Sergio siguio hablando como si no le hubiera oido.

– Se trata de algo importante, Guido. Si no lo fuera, no te lo pediria.

– Eso ya lo se, Sergio. Ire. -Dicho esto, a Brunetti le violentaba preguntar la razon.

Sergio prosiguio:

– Hoy he recibido una carta. Tres semanas ha tardado en llegar de Roma aqui. Puttana Eva, yo haria el camino a pie en menos tiempo. Tenian el numero de fax del laboratorio, pero, ?se les ocurrio mandar un fax? Quia, los muy idiotas lo enviaron por correo.

Merced a una larga experiencia, Brunetti sabia que, cuando Sergio se ponia a despotricar sobre la incompetencia de uno cualquiera de los servicios estatales, habia que cortar.

– ?Que dice la carta, Sergio?

– Es la invitacion, claro.

– ?A la conferencia sobre Chernobil?

– Si, nos piden que leamos el trabajo. Bueno, lo leera Battestini, ya que esta a su nombre, pero me ha pedido que explique mi participacion en la investigacion y que despues ayude a responder preguntas. Hasta que ha llegado la invitacion, no sabia que fueramos a ir. Por eso no te he llamado hasta ahora, Guido.

Sergio, que trabajaba en un laboratorio de radiologia medica, habia estado hablando de esta conferencia desde hacia anos o, por lo menos, eso le parecia a Brunetti, aunque en realidad no hacia sino unos meses. El dano causado por la incompetencia de otro sistema estatalista no podia permanecer oculto por mas tiempo, lo que habia dado lugar a infinidad de conferencias sobre los efectos de la explosion y subsiguiente contaminacion, y la proxima debia celebrarse en Roma dentro de una semana. Brunetti, en sus momentos de cinismo, pensaba que nadie se atrevia a sugerir que dejaran de construirse centrales nucleares -aqui maldecia en silencio a los franceses-, pero todo el mundo se apresuraba a acudir a aquellas conferencias a retorcerse las manos de angustia e intercambiar informacion horripilante.

– Me alegro de que tengas ocasion de asistir, Sergio. ?Ira contigo Maria Grazia?

– Aun no lo se. Ya ha terminado con lo de la Giudecca, pero ahora le han pedido proyecto y presupuesto para la completa restauracion de un palazzo de cuatro pisos en el Ghetto, y si no lo ha terminado para entonces, no creo que pueda venir.

– ?Te dejaria ir a Roma solo? -pregunto Brunetti, advirtiendo ya antes de terminar lo tonta que era la pregunta. I fratelli Brunetti, parecidos en muchas cosas, se distinguian por estar locamente enamorados de sus respectivas mujeres, lo que con frecuencia era causa de comentarios humoristicos de las amistades.

– Si consigue ese contrato, podria irme a la Luna y ni se enteraria.

– ?De que va el trabajo? -pregunto Brunetti, a sabiendas de que dificilmente entenderia la respuesta.

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