– Pues cosas tecnicas, acerca de fluctuaciones en los hematies y los leucocitos durante las primeras semanas que siguen a la exposicion a la contaminacion o a la radiacion intensa. En Auckland hay personas con las que hemos estado en contacto que trabajan en lo mismo, y parece ser que los resultados que han obtenido son identicos a los nuestros. Es una de las razones por las que yo queria asistir a la conferencia. Battestini hubiera ido de todos modos, pero ahora alguien nos paga el viaje y nosotros podremos hablar con ellos y comparar resultados.

– Bueno, me alegro por ti. ?Cuanto tiempo estaras fuera?

– La conferencia dura seis dias, de domingo a viernes, pero yo podria quedarme dos dias mas y no regresar hasta el lunes. Un momento, ahora te doy las fechas. -Brunetti oyo ruido de papeles y otra vez la voz de Sergio-: Del ocho al dieciseis. Tendria que estar de vuelta el dieciseis por la manana. Oye, Guido, los dos domingos siguientes ire yo.

– No seas tonto, Sergio. Son gajes del oficio. Mientras estes fuera, ire yo, luego tu vas el domingo siguiente y al otro voy yo. Otras veces lo has hecho tu por mi.

– No vayas a creer que no quiero ir a verla, Guido.

– No hablemos de eso, ?de acuerdo, Sergio? -dijo Brunetti, sorprendido de lo doloroso que todavia le resultaba pensar en su madre. Durante todo un ano, habia procurado, en vano, convencerse a si mismo de que su madre, aquella mujer alegre y vivaz que los habia educado y amado con fervor, se hallaba en algun lugar, aun con la mente entera y la sonrisa pronta, aguardando la llegada de su cuerpo, aquella envoltura vacia, para, juntas, ir en busca del descanso definitivo.

– No me gusta tener que pedirte esto, Guido -insistio su hermano, con lo que recordo a Brunetti lo escrupuloso que siempre habia sido Sergio en no aprovecharse de su condicion de hermano mayor ni de la autoridad que esta le infundia.

Brunetti desvio la conversacion.

– ?Como estan los chicos, Sergio?

Sergio se echo a reir por la manera en que habian vuelto a seguir el patron habitual: por un lado, su necesidad de justificarse y, por el otro, la resistencia de su hermano menor a admitir tal necesidad.

– Marco esta a punto de terminar el servicio militar, vendra a fin de mes con cuatro dias de permiso. Y Maria Luisa se pasa todo el dia hablando ingles, por lo que este otono estara preparada para ir a la Courtauld. ?No parece un disparate que tenga que ir a Inglaterra para estudiar restauracion?

Paola, la esposa de Brunetti, ensenaba Literatura Inglesa en la Universidad de Ca Foscari, por lo que muy poco podia descubrirle su hermano sobre el aberrante sistema universitario italiano.

– ?Crees que su nivel de ingles sera suficiente? -pregunto.

– Eso espero. Si no, la enviaremos a pasar el verano en vuestra casa.

– ?Y que quieres que hagamos nosotros? ?Hablar ingles a todas horas?

– Por ejemplo.

– Lo siento, Sergio, nosotros solo hablamos ingles cuando no queremos que los chicos sepan que decimos. Pero ahora, con lo que han aprendido en el colegio, ya ni eso.

– Probad con el latin -rio Sergio-. Siempre fuiste muy bueno en latin.

– De eso hace mucho tiempo -dijo Brunetti tristemente.

Sergio, siempre perceptivo para cosas a las que no podia dar nombre, capto el animo de su hermano.

– Te llamare antes de irme, Guido.

– De acuerdo, stammi bene -dijo Brunetti.

– Ciao -respondio Sergio, y colgo.

Cada vez que oia decir a alguien: «De no haber sido por el…», Brunetti no podia menos que pensar en Sergio. Cuando Brunetti, que siempre habia sido el intelectual de la familia, cumplio dieciocho anos, se concluyo que no habia dinero para enviarlo a la universidad y demorar el momento en que pudiera empezar a contribuir a los ingresos de la familia. El deseaba estudiar con el mismo afan con que algunos amigos suyos deseaban a las mujeres, pero acato la decision de la familia y se puso a buscar trabajo. Fue Sergio, recien comprometido para casarse y recien contratado por un laboratorio en calidad de tecnico, quien se ofrecio a aumentar su aportacion a la familia, para que su hermano pudiera estudiar. Ya entonces, Brunetti sabia que lo que el deseaba estudiar era Derecho, no tanto su aplicacion como su historia y las razones que habian determinado su desarrollo. Como no habia facultad de Derecho en Ca Foscari, Brunetti tendria que estudiar en Padua, y los gastos de desplazamiento gravaban mas aun la responsabilidad que Sergio estaba dispuesto a asumir. La boda de Sergio se retraso tres anos, durante los cuales Brunetti se situo en cabeza de su clase y empezo a ganar dinero con la tutoria de estudiantes mas jovenes.

De no haber ido a la universidad, Brunetti no hubiera conocido a Paola en la biblioteca, ni se habria hecho policia. A veces, se preguntaba si hubiera sido el mismo hombre, si las cosas que habia en su interior y que el consideraba vitales hubieran evolucionado del mismo modo si se hubiera hecho, por ejemplo, agente de seguros o funcionario municipal. Pero, al llegar a este punto, Brunetti, que era perfectamente capaz de detectar las especulaciones gratuitas, alargo el brazo para atraer hacia si el telefono.

6

A Brunetti siempre le habia parecido una indiscrecion preguntar a Paola cuantas habitaciones tenia el palazzo de su familia, por lo que ignoraba el numero. Por un escrupulo analogo tampoco sabia el numero exacto de lineas telefonicas del palazzo Falier. El conocia tres de los numeros: el mas o menos publico que se daba a todos los amigos y relaciones profesionales, el que se daba a la familia y el numero privado del conde, que el nunca habia creido necesario utilizar.

Marco el primero, ya que no se trataba de una emergencia ni de un asunto confidencial.

– Palazzo Falier -contesto a la tercera senal una voz masculina que Brunetti no habia oido nunca.

– Buenos dias. Soy Guido Brunetti. ?Podria hablar con…? -aqui titubeo un momento, indeciso entre referirse al conde por el titulo o por el parentesco.

– Esta hablando por la otra linea, dottor Brunetti. ?Quiere que le llame dentro de…? -Ahora se interrumpio el otro-. Acaba de colgar. Le paso.

Siguio un leve chasquido y Brunetti oyo la grave voz de baritono de su suegro.

– Falier -no dijo mas.

– Buenos dias. Soy Guido.

La voz, como sucedia ultimamente, se suavizo.

– Ah, Guido, ?como estas? ?Y los ninos?

– Todos bien. ?Y vosotros dos? -No podia llamarla «Donatella» y no queria llamarla «condesa».

– Los dos bien, gracias. ?Que deseas de mi? -El conde sabia que no podia haber otra razon para la llamada de Brunetti.

– Me gustaria saber todo lo que puedas decirme sobre la familia Lorenzoni.

Durante el silencio que siguio, a Brunetti casi le parecia oir al conde repasar decadas de la informacion, los escandalos y los rumores que guardaba en la memoria acerca de la mayoria de los notables de la ciudad.

– ?Por que te interesan, Guido? -pregunto el conde, y agrego-: Si no es indiscrecion.

– Se ha encontrado cerca de Belluno el cadaver de un hombre joven. En el hoyo habia un anillo con el escudo de los Lorenzoni.

– Podria ser la persona que se lo hubiera robado -sugirio el conde.

– Podria ser cualquiera -convino Brunetti-. De todos modos, he estado leyendo los informes de la investigacion del secuestro, y me gustaria ver si puedo aclarar un par de cosas.

– ?Por ejemplo? -pregunto el conde.

En las mas de dos decadas que hacia que Brunetti conocia al conde, nunca habia observado en el ni la menor indiscrecion. Por otra parte, nada de lo que Brunetti pudiera decir tenia por que ocultarse a quienquiera que mostrara interes en la investigacion.

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