Donna Leon

Un mar de problemas

Comisario Guido Brunetti 10

Titulo original: A Sea of Troubles

Traduccion del ingles: Ana Maria de la Fuente

Para Rudolf C. Bettschart y Daniel Keel

Soave sia il vento Tranquilla sia l'onda Ed ogni elemento Benigno risponda Ai vostri desir.

(Suave sea el viento

tranquila la ola,

y cada elemento

benigno responda

a vuestros deseos.)

Mozart, Cosi fan tutte

1

Pellestrina es una peninsula arenosa, larga y estrecha que, con el paso de los siglos, se convirtio en tierra habitable. Discurre de norte a sur, entre San Pietro in Volta y Ca'Roman, a lo largo de diez kilometros, sin alcanzar en ningun punto mas de doscientos metros de ancho. Por el este, se encara al Adriatico, mar que no se distingue por su placidez, pero la orilla occidental descansa sobre la laguna de Venecia, a resguardo de vientos y tempestades. El suelo es pobre, por lo que los habitantes de Pellestrina siempre han sacado su sustento del mar.

Se cuentan muchas historias acerca de los hombres de Pellestrina, de la resistencia y de la fuerza que se han visto obligados a desarrollar, en su afan por arrancar del mar un medio de vida. Los viejos de Venecia recuerdan el tiempo en el que se decia de los hombres de Pellestrina que en invierno y en verano dormian en el suelo de tierra de sus barracas, y no en la cama, para levantarse de madrugada mas ligeros y aprovechar la marea que los llevaria a sus caladeros del Adriatico. Probablemente, esta historia sea apocrifa, como casi todas las cosas con las que se nos quiere convencer de lo dura que era la gente en los viejos tiempos. Sin embargo, lo cierto es que la mayoria de las personas que la oyen contar, si son de Venecia, la creen, como creerian cualquier relato que ponderase la rudeza de los hombres de Pellestrina y su indiferencia por el dolor y el sufrimiento, propios o ajenos.

Durante el verano, Pellestrina bulle de turistas, llegados de Venecia y su Lido o de Chioggia, en el continente, para degustar marisco fresco y vino de aguja en bares y restaurantes. En lugar de pan, se sirven bussolai, pastas secas ovaladas cuyo nombre, quiza, se derive de bussola, brujula, por su forma. Con los bussolai se toma un pescado tan fresco que a buen seguro aun estaba vivo en el momento en que los turistas iniciaban el largo e incomodo viaje a Pellestrina. Cuando los turistas se levantaban de la cama del hotel, las branquias de las orate aun tremolaban al aire, ese elemento extrano; cuando los turistas embarcaban en Rialto, en un vaporetto madrugador, las sardelle aun se retorcian en las redes; cuando desembarcaban del vaporetto y cruzaban piazzale Santa Maria Elisabetta, donde subirian al autocar que los llevaria a Malamocco y el Alberoni, el cefalo era sacado del mar. Los turistas suelen dejar el autocar en Malamocco o en el Alberoni, toman un cafe, pasean un poco por la playa y contemplan los largos espigones que se adentran en el Adriatico para tratar de impedir que sus aguas se precipiten en la laguna.

Para entonces el pescado ya esta muerto, aunque no es de esperar que esto lo sepan, ni les importe mucho, a los turistas, que vuelven a subir al autocar para hacer la breve travesia del canal en el transbordador y luego seguir viaje, en el mismo autocar o a pie, hasta Pellestrina y su almuerzo.

En el invierno, las cosas varian. Cruza el Adriatico desde la antigua Yugoslavia un viento helado cargado de aguanieve que te corta la cara. Entonces los restaurantes, tan concurridos en el verano, estan cerrados y no volveran a abrirse hasta bien entrada la primavera. Mientras tanto, los turistas tienen que comer donde buenamente pueden.

Lo que esta igual en invierno y verano son los vongolari, los barcos almejeros que a docenas se alinean en el lado interior de la estrecha peninsula y que salen a pescar todo el ano, con y sin turistas, con frio y con calor, y sin que a sus tripulantes parezcan importarles todas esas leyendas que se cuentan de los aguerridos y nobles hombres de Pellestrina que no cejan en la lucha por arrancar al mar cruel el sustento para sus mujeres e hijos. Los barcos tienen nombres sonoros, Concordia, Serena, Assunta y son barrigudos y altos de proa, como los barcos de los cuentos infantiles. Cuando paseas junto a ellos al sol del verano, alargarias la mano para darles una palmada como acariciarias a un simpatico poni o a un labrador carinoso.

A los ojos del profano, todas estas embarcaciones se parecen, con sus mastiles de hierro y la cesta metalica que se deja izada sobre la proa cuando el barco esta amarrado al muelle. La cesta es rectangular y tiene el armazon cubierto por una especie de reja de gallinero, aunque mucho mas robusta, ya que debe soportar el choque con las rocas del fondo o con algun obstaculo sumergido en la laguna. Tambien ha de vencer la resistencia del lecho marino en el que se hinca para barrerlo y sacar a la superficie los kilos de chirlas y almejas que quedan atrapadas en la bandeja rectangular, de la que chorrean el agua y la arena, que vuelven a la laguna.

Las diferencias que pueden observarse entre las embarcaciones son insignificantes: cesta un poco mas pequena o mas grande, boyas despintadas o impolutas, una cubierta limpia que reluce al sol, o con manchas de herrumbre junto a la borda. Durante el dia, los barcos de Pellestrina se mantienen muy juntos, en amigable compania; no mas alejados unos de otros viven sus duenos, en las casas bajas del pueblo, que se extiende entre

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