hicieran el trabajo a los de Mestre. Eso significaba que, si el caso se resolvia, el exito se lo anotaria Mestre. Pero, al recordar los ultimos acontecimientos de su vida privada, se dijo que, en un caso de esta indole, no seria de lamentar que Mestre se llevara la gloria… y la publicidad.

– Su questore me llamo esta manana para preguntarme si podiamos ocuparnos del caso. ?Que estan haciendo ustedes tres?

– Mariani esta de vacaciones y Rossi sigue con los papeles del caso Bortolozzi -respondio Brunetti.

– ?Y usted?

– Yo empiezo mis vacaciones este fin de semana, vicequestore.

– Las vacaciones pueden esperar -dijo Patta, descartando con la mayor naturalidad minucias tales como reservas de hotel y billetes de avion-. Ademas, tiene que ser un caso muy facil. Busque al proxeneta y consiga una lista de los clientes. Ha de ser uno de ellos.

– ?Tienen proxenetas, senor?

– ?Las putas? Claro que los tienen.

– ?Los chaperos? ?Los travestis? Eso, suponiendo que fuera un chapero.

– ?Como quiere que yo lo sepa, Brunetti? -pregunto Patta con suspicacia y en un tono mas desabrido de lo habitual, con lo que hizo que Brunetti volviera a recordar la primera noticia de aquella manana y cambiara de tema rapidamente.

– ?Cuando se ha recibido el aviso? -pregunto.

– Hace un par de horas. ?Por que?

– Me pregunto si ya habran levantado el cadaver.

– Con el calor que hace…

– Desde luego, el calor -convino Brunetti-. ?Adonde lo habran llevado?

– No tengo ni idea. A algun hospital. Probablemente a Umberto Primo, que me parece que es donde hacen las autopsias. ?Por que?

– Me gustaria echar un vistazo -dijo Brunetti-. Y tambien al lugar de los hechos.

Patta no era hombre que se interesara por los detalles.

– Ya que se trata de un caso de Mestre, utilice a sus conductores, no a los nuestros.

– ?Algo mas, vicequestore?

– No. Estoy seguro de que sera un caso facil. Lo habra solventado antes del fin de semana y podra irse de vacaciones.

Era propio de Patta no preguntar adonde pensaba ir Brunetti ni que reservas podia verse obligado a anular. Meros detalles.

Al salir del despacho de Patta, Brunetti observo que, mientras el estaba con el vicequestore, en el pequeno antedespacho habian aparecido varios muebles. A un lado habia un gran escritorio de madera y, debajo de la ventana, una mesa pequena. Sin hacer caso de las novedades bajo a la oficina general en la que trabajaban los agentes de uniforme. El sargento Vianello levanto la mirada de los papeles que tenia encima de la mesa y sonrio a Brunetti.

– Antes de que me pregunte, comisario, le dire que si, es verdad. Tito Burrasca.

Al oir la confirmacion, Brunetti se sintio tan asombrado como horas antes, cuando le dieron la primicia. En Italia, Burrasca era una especie de mito. Habia empezado a hacer peliculas en los anos sesenta, unas peliculas de crimenes y terror tan anacronicas que, inopinadamente, se convirtieron en parodias del genero. Burrasca, que no por hacer mal cine era tonto, comprendio que habia encontrado un filon y correspondio a los placemes del publico con mas extravagancias: vampiros con reloj de pulsera, como si los actores hubieran olvidado quitarselos, telefonos que daban la noticia de la evasion de Dracula y actores con un registro de expresiones tan amplio como el de un semaforo. Al poco tiempo, Burrasca se habia convertido en figura de culto, y llenaba los cines de un publico ansioso de detectar gazapos.

En los anos setenta, Burrasca dedico su elenco a la realizacion de peliculas pornograficas, que no exigian una gran variedad de matices interpretativos ni grandes desembolsos en vestuario y, por lo que a trama argumental se refiere, esta no podia tener secretos para una mente creativa: simplemente, bastaba con hacer pequenos retoques en las viejas peliculas de terror, convirtiendo a demonios, vampiros y hombres lobo en violadores y maniacos sexuales, y los cines seguian llenandose, aunque ahora eran cines mas pequenos, y el publico ya no se interesaba por el anacronismo.

En los anos ochenta surgieron en Italia docenas de canales de television privados, a los que Burrasca obsequio con sus ultimas creaciones, un poco suavizadas por deferencia a la supuesta sensibilidad de los telespectadores. Y entonces Burrasca descubrio el video y se hizo un hueco en la vida cotidiana de Italia, era motivo de comentarios jocosos en tertulias televisivas y protagonista de las caricaturas de la prensa diaria. Tanto exito hizo que Burrasca se fuera a vivir a Monaco y se convirtiera en ciudadano del principado, donde imperaba un regimen fiscal razonable. El apartamento de doce habitaciones que conservaba en Milan, segun declaraba el cineasta al fisco italiano, servia unicamente para relaciones publicas. Y ahora, al parecer, serviria tambien para sus relaciones con Maria Lucrezia Patta.

– Si, senor; Tito Burrasca -repitio el sargento Vianello, haciendo un esfuerzo que Brunetti no podia ni imaginar, para reprimir la sonrisa-. Quiza sea una suerte para usted pasar unos dias en Mestre.

Brunetti no pudo por menos de preguntar:

– ?Nadie sabia algo de esto?

– No, senor -Vianello sacudio la cabeza-. Nadie. Ni idea.

– ?Tampoco el tio de Anita? -pregunto Brunetti, revelando con ello que tambien las categorias superiores estaban enteradas de la fuente de la informacion.

Vianello fue a contestar, pero en aquel momento sono un zumbido en su mesa. Levanto el telefono, pulso un boton y dijo:

– ?Si, vicequestore? -Escucho un momento-. Por supuesto, vicequestore. -Colgo. Brunetti le miraba interrogativamente-. Quiere que llame a Inmigracion y pregunte cuanto tiempo puede permanecer Burrasca en el pais habiendo cambiado de nacionalidad.

– Supongo que, en el fondo, habria que tener lastima del pobre hombre -dijo Brunetti sacudiendo la cabeza.

Vianello levanto la cabeza como movido por un resorte. No podia, o no queria, disimular su asombro.

– ?Lastima? ?De el? -Con evidente esfuerzo, renuncio a decir mas y volvio a concentrarse en la carpeta que tenia en la mesa.

Brunetti volvio a su despacho. Desde alli llamo a la questura de Mestre, se identifico y pidio que le pusieran con la persona encargada del caso del travesti asesinado. A los pocos minutos hablaba con un tal sargento Gallo, que le explico que el llevaba el caso hasta que este fuera confiado a alguien de rango superior. Brunetti se identifico, dijo que el era esa persona y pidio a Gallo que enviara un coche a piazzale Roma a recogerlo dentro de media hora.

Cuando Brunetti salio del sombrio portal de la questura, el sol le cayo en la cabeza como un mazazo. Cegado por la luz y el reverbero del canal, se llevo la mano al bolsillo del pecho y saco unas gafas. Antes de dar cinco pasos, ya sentia como el sudor le empapaba la camisa y le resbalaba por la espalda. Fue hacia la izquierda, decidiendo en aquel instante subir hasta San Zaccaria y tomar el 82, aunque para ello tuviera que ir bajo el sol durante un buen trecho. Las calles que iban a Rialto estaban protegidas del sol por casas altas, pero por aquel itinerario tardaria el doble en llegar, y habia que evitar a toda costa estar en el exterior un minuto mas de lo indispensable.

Al salir a Riva degli Schiavoni miro a la izquierda y vio que el vaporetto estaba amarrado al embarcadero y que de el salia gente. Entonces se le planteo una de esas disyuntivas peculiares de Venecia: correr para tratar de subir al barco o dejarlo marchar y pasar diez minutos soportando el calor y el balanceo del embarcadero, hasta que llegara el siguiente. Corrio. Al pisar las tablas de la pasarela tuvo que tomar otra decision: pararse un momento a marcar el billete en la maquina amarilla de la entrada, exponiendose a perder el barco, o embarcar directamente y pagar las quinientas liras de suplemento por no haber marcado. Pero entonces recordo que estaba en mision oficial y podia viajar por cuenta de la ciudad.

La carrera, aunque corta, le habia banado en sudor la cara y el pecho, y decidio quedarse en cubierta, para recibir la poca brisa creada por la mesurada marcha del barco por el Gran Canal. Miro en derredor y vio a turistas

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