– ?Llamo a Chiara? -pregunto el, al ver que la ensalada casi estaba preparada.

– No hasta que me digas cuanto tiempo te ocupara lo de Mestre.

– Ni idea.

– ?De que se trata?

– Un asesinato. Un travesti ha aparecido muerto en un descampado. Alguien le aplasto la cara, probablemente con un trozo de tubo, y lo llevo alli.

Brunetti se preguntaba si antes de la cena las otras familias tendrian conversaciones tan edificantes.

– ?Por que en la cara? -pregunto ella, yendo directamente a la incognita que le habia intrigado durante toda la tarde.

– ?Por rabia?

– Hum -hizo ella mientras cortaba la mozzarella y la intercalaba entre las rodajas de tomate-. Y ?por que lo habran llevado a un descampado?

– Porque el asesino queria que encontraran el cuerpo lejos de donde lo habia matado.

– ?Estas seguro de que no lo mataron alli?

– Parece que no. Habia pisadas que iban hasta el cuerpo y otras, menos profundas, que se alejaban de el.

– ?Un travesti, dices?

– Eso es todo lo que se. Ignoro la edad, pero todos parecen estar seguros de que era un chapero.

– ?Tu no lo crees?

– No tengo razones para no creerlo. Pero tampoco las tengo para creerlo.

Ella arranco varias hojas de albahaca, las lavo al chorro del grifo y las corto finamente. Espolvoreo con ellas tomate y mozzarella, echo sal y lo rocio todo generosamente con aceite de oliva.

– He pensado que podriamos cenar en la terraza -dijo-. Supongo que Chiara habra puesto la mesa. ?Quieres comprobarlo? -El dio media vuelta para salir de la cocina, llevandose la botella y la copa. Al observarlo, Paola dejo el cuchillo en el fregadero y dijo-: El caso no estara resuelto antes del fin de semana, ?verdad?

El meneo la cabeza.

– No es probable.

– ?Que quieres que haga?

– Las reservas del hotel estan hechas, los ninos estan ilusionados. Lo estan esperando desde que acabo el colegio.

– ?Que quieres que haga? -repitio ella. Una vez, hacia unos ocho anos, el habia conseguido rehuir una pregunta de su mujer. Hasta el dia siguiente.

– Quiero que tu y los ninos vayais a la montana. Si termino pronto, me reunire con vosotros. De todos modos, intentare ir el fin de semana.

– Preferiria tenerte alli, Guido. No quiero pasar las vacaciones sola.

– Tendras a los ninos.

Paola no se digno otorgar una replica racional. Tomo la fuente de la ensalada y fue hacia el.

– Vamos a ver si Chiara ha puesto la mesa.

5

Aquella noche, antes de acostarse, Brunetti repaso los expedientes y en ellos encontro el reflejo de un mundo que quiza sabia que existia pero del que no conocia aspectos ni detalles concretos. Que el supiera, en Venecia no habia travestis que se dedicaran a la prostitucion. Pero habia, por lo menos, un transexual, y Brunetti sabia de su existencia solo porque en una ocasion tuvo que firmar un certificado en el que se hacia constar que Emilio Mercato no tenia antecedentes penales, requisito exigido para que en la carta d'identita pudieran hacerse las modificaciones correspondientes a los cambios que ya se habian efectuado en el cuerpo del interesado, sustituyendo Emilio por Emilia y hembra por varon. El no concebia que instintos o pasiones podian impulsar a una persona a dar ese paso irreversible, pero recordaba que se habia sentido impresionado y conmovido por una emocion que habia preferido no analizar, por aquella sustitucion de una sola letra en un documento oficial: Emilio, Emilia.

Los hombres de los expedientes no se dejaban arrastrar por tales cavilaciones y se conformaban con transformar solo su aspecto: cara, ropa, maquillaje, porte y gesto. Algunas de las fotos de las fichas daban testimonio de la habilidad con que se habia operado la metamorfosis. De la mitad, Brunetti nunca hubiera dicho que fueran hombres, a pesar de que le constaba que lo eran. La suavidad del cutis y la delicadeza del corte de cara no tenian nada de masculino; incluso frente a las violentas luces y el objetivo inclemente de la camara de la policia, muchos parecian mujeres hermosas, y Brunetti buscaba en vano una sombra de barba, un menton acusado, algo que denotara su condicion de hombres.

Sentada en la cama a su lado, Paola repasaba las hojas que el le iba pasando, fotos, declaraciones, el informe de un arresto por venta de droga… y le devolvia los papeles sin comentarios.

– ?Que piensas? -pregunto Brunetti.

– ?De que?

– De esto. -El levanto el expediente que tenia en la mano-. ?No te parecen extranos estos hombres?

Ella le miro largamente y, segun intuyo el, con aversion.

– Mas extranos me parecen los hombres que los utilizan.

– ?Por que?

Senalando la carpeta, Paola dijo:

– Estos hombres, por lo menos, no se enganan sobre lo que hacen. Sus clientes, si.

– ?Que quieres decir?

– Vamos, Guido. Piensalo. Estos hombres cobran por follar o por dejarse follar, segun las preferencias del que paga. Pero, para conseguir clientes, tienen que vestirse de mujer. Piensalo un momento. Piensa en la hipocresia, en la necesidad de enganarse a si mismos. Asi, al dia siguiente pueden decirse: «Gesu Bambino, no sospechaba que fuera un hombre hasta que ya era tarde», o «En fin, aunque el otro fuera un hombre, yo fui el que la metio». Asi quedan como hombres, como machos, y no tienen que reconocer que prefieren acostarse con hombres, para no tener que dudar de su virilidad. -Le miro fijamente-. A veces, Guido, tengo la impresion de que hay muchas cosas en las que no te molestas en pensar.

Lo cual, traducido libremente, solia significar que el no veia las cosas lo mismo que ella. Pero esta vez Paola tenia razon; el nunca habia pensado en eso. Tan pronto como Brunetti habia descubierto a la mujer, habia quedado cautivado, y no concebia una atraccion sexual que no partiera de ella. Al crecer, dio por descontado que a todos los hombres les ocurria poco mas o menos lo mismo; cuando descubrio que no era asi, estaba tan intimamente convencido de donde se hallaba su placer que no pudo aceptar la posible alternativa mas que en un plano puramente teorico.

Entonces recordo algo que Paola le habia dicho cuando empezaban a salir, algo en lo que el no se habia fijado: que los italianos se tocaban mucho los genitales, manoseandolos, casi acariciandolos. El, al oirlo, se rio con incredulidad y desden, pero a partir del dia siguiente empezo a fijarse y, antes de una semana reconocia que ella tenia razon. Al cabo de otra semana, estaba impresionado, casi abrumado, por la frecuencia con que, yendo por la calle, observaba que los hombres bajaban la mano para darse una palmadita inquisitiva y tranquilizadora, como si temieran que pudieran haberseles caido. Un dia, mientras paseaban, Paola se paro bruscamente y le pregunto en que pensaba y, al darse cuenta de que ella era la unica persona del mundo a la que podria decir sin vacilar que pensaba en aquel momento, acabo por descubrir, si otras mil cosas no se lo habian hecho comprender ya, que ella era la mujer con la que queria casarse, con la que tenia que casarse, con la que iba a casarse.

Amar a una mujer, desear a una mujer le parecia entonces algo absolutamente natural, y ahora seguia pareciendoselo. Pero los hombres de aquella carpeta, por razones que el podia conocer pero que nunca llegaria a comprender, se habian apartado de las mujeres y buscaban el fisico de otros hombres. Lo hacian por dinero, por droga o, sin duda, a veces, tambien por amor. ?En que terrible abrazo de odio habia encontrado uno de ellos aquel violento final. ?Y por que razon?

Paola dormia placidamente a su lado: una forma de curvas suaves que hacia las delicias de su corazon. Dejo

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